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Manhattan

Manhattan

 

Manhattan.

Director: Woody Allen.

Guión: Woody Allen y Marshall Brigman.

Intérpretes: Woody Allen, Diane Keaton, Michael Murphy, Mariel Hemingway, Meryl Streep, Ann Byrne Hoffman.

Fotografía: Gordon Willis.

EEUU. 1979. 96 minutos.

 

 


 

 

        La ciudad de Woody Allen

 

Nos hallamos ante la tercera de las películas que se han dado en llamar “serias” de Woody Allen (en referencia a que, sin abandonar el territorio de la comedia -la mayor parte de ellas-, corresponden al cambio de orientación temática y formal de su realizador desde que en 1975 firmara Annie Hall y hasta la actualidad); también ante una de las obras más recordadas de su realizador, y probablemente la que ha surtido la iconografía que mejor asimilamos al cineasta. Desde su título-ciudad, desde la fotografía en estilizado blanco y negro postulado por el maestro Gordon Willis, y desde la genuína Rapsodia de Gershwin que acompasa el inicio de la función, se erige en un canto de amor a su pedazo escogido de la ciudad de Nueva York, un ejercicio de pleitesía visual que dejó estampa en el imaginario colectivo y que erigió a su autor en “el director de Nueva York” (otra definición apresurada, como lo es “las películas serias de Allen”).

 

 

    El urbanita

 

El caso es que, además de por esa serie de cuidados aderezos formales, Manhattan es una magnífica película, que marca con Annie Hall la primera de las diversas cumbres creativas del autor. La fórmula, acuñada en el citado precedente, y dotada de mayores ecos europeístas en esta entrega (después, con Interiores y Recuerdos, quizá cruzaría la línea de la que con los años conoceríamos como su auténtica personalidad), consiste en describir las pulsiones de un personaje alter ego confeso del guionista y realizador judío –en ese momento preciso de su vida-, y en el marco de su entorno vital y relacional y emocional. Todo ello desde un prisma cuya epidermis frecuentemente sardónica no esconde un trasfondo psicológico de cierta hechura, y no pocos posos amargos, pues echa cuentas de la alienación vital, de la incapacidad de tomar decisiones, de la neurosis del urbanita... temas todos ellos que ahora anudamos al corpus autoral de la completa filmografía del realizador, y que por aquel entonces estaban germinando.

 

 

         Avidez expresiva

 

Como la ciudad de Nueva York que idealiza y con la que pretende fundirse en sus rebatos líricos, Allen se halla en un momento creativo en el que se siente bullir la sangre, construye hiperbólicos textos y se muestra como cineasta ávido de experiencias prestas a la eclosión. Interesa sobremanera atender al modo en que gusta de experimentar con la iluminación, con el plano fijo de carga subjetiva –bien capaz de dejar fuera del encuadre a un personaje al que escuchamos  hablar-, y otras argucias de la cámara (v.gr. la secuencia que transcurre en el interior del planetarium) o de la narración (v.gr. diversas elipsis de situación) que sirven a la perfección a los propósitos discursivos y a la fuerte carga de isolación emocional que Allen pretende transmitir. No menos característica es la utilización en las continuas conversaciones de referencias de cierta enjundia intelectual, enhebrando lo risible o lo dramático que precisa la propuesta narrativa de cada una de esas secuencias individualmente consideradas. En Annie Hall despegaba esa afición, y en Manhattan se eleva hasta convertirse en parte inescindible del discurso. Con posterioridad, Allen ha seguido utilizando esas referencias a la cultura principalmente contemporánea en sus textos, dando cuenta a partes iguales de su erudición y su jocosidad (sin ir más allá, Match Point no dejaba de ser una variación de los grandes temas de Dostoyevski, autor al que citaba en imágenes), aunque tales referencias han descendido en intensidad. En todo caso, no deja de ser curioso que ese móvil digamos intelectual se halle en la raíz de la afición por parte de un público europeo con ciertas ínfulas por el cine de Allen; y digo que es curioso porque buena parte de las referencias, por elevadas que sean, son estrictamente norteamericanas, y se escapan al espectador medio de este lado del Atlántico.

 

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