Maridos y Mujeres
Husbands & Wives. Director: Woody Allen. Guión: Woody Allen Intérpretes: Woody Allen, Mia Farrow, Judy Davis, Liam Neeson, Sydney Pollack, Juliette Lewis, Ron Rifkin, Blythe Danner. Montaje: Susan E. Morse. Fotografía: Carlo Di Palma. EEUU. 1992. 106 minutos.
Quien más quien menos recuerda Husbands & Wives por motivos extracinematográficos, o, afinando el comentario recurrente, por el morbo del reflejo especular existente entre la ficción que plantea la película y las circunstancias sentimentales de su realizador, por cuanto su estreno coincidió con la ruptura de su matrimonio con Mia Farrow y la luz pública (no sin cierto escándalo) de su relación con quien había sido su ahijada Soon-Yi. Es una lástima que el grueso del público no recuerde la película por los motivos estrictamente cinematográficos, esto es la posición fundamental que Husbands & Wives ostenta en el seno de la filmografía de Allen, o, aún más, el hecho de tratarse de una de sus más imprescindibles aportaciones al Séptimo Arte y a su tiempo (cabría establecer una tercera vía de enfoque o exégesis que trazara la línea de la lírica o inspiración, esto es la relación entre esas circunstancias personales de Allen con el talento despachado en su obra, suerte de psicoanálisis creativo a partir del psicoanálisis propuesto en el filme: tarea que nos permitiría divagar mucho y que probablemente sería estéril, pero al menos daría intelectualmente más de sí que el zafio juego rosa-amarillista).
Deconstructing Allen
En cualquier caso, han pasado muchos años desde la realización de la película, por lo que cabe enfrentar sus cualidades y calidad a una filmografía mucho más extensa, para convenir que se trata sin duda de una cumbre creativa de Allen, amén de la honesta y diría que serena culminación de las tensiones dramáticas que habían emergido en su filmografía a mediados de los ochenta con Hannah y sus hermanas, que vistieron diversos ropajes de raigambre europeísta (September, Another Woman, incluso la vía metafórica expresionista de Shadows and fog), que después alcanzaron su cénit abstracto con la brillante Crimes and Misdremeanors, y finalmente asumidos de modo personalísimo (por el fondo y por la forma) en la presente Husbands & Wives. Fíjese que tras esta película volvieron las comedias (Manhattan Murder Mistery, Mighty Aphrodite, entre otras), y cuando se atrevió a volver a psicoanalizarse por la vía del celuloide –lo que hizo en 1997 con otra soberbia película de inopinable título: Deconstructing Harry- asumió una deriva hiperbólica y cuasipatética de todos los conflictos psicológicos/tesis planteados previamente en la obra que nos ocupa.
Neurosis
Husbands and wives narra el progresivo descalabro del matrimonio que forman Gabe y Judy (Allen y Farrow), pero lo hace desde una perspectiva coral que funciona a modo de gran panorámica radiográfica, que sirve para incidir a fondo en las razones concretas de esa ruptura, pero también, mucho más allá, traza un preciso retrato sociológico de los hombres y mujeres de una determinada edad en su contexto económico, intelectual y social. Es la mirada de Allen a la neurosis como coda de las relaciones sentimentales, tema omnipresente en su obra pero del que aquí extrae una de sus tesis más contundentes y reveladoras (y también dosolada, o hasta nihilista, por mucho que el filme, viniendo firmado por Allen, a menudo sea presentado como “una comedia”).
Puesta en escena de emociones
La habilidad portentosa de Allen en la escritura del libreto le sirve para describir los avatares sentimentales de hasta seis personajes con una suma agilidad que no excluye lo esencial ni el detalle (capacidad narrativa en la que Allen es un maestro sin parangón en el panorama cinematográfico americano, a años luz de cualquier otro narrador), pero lo que convierte esta Husbands and wives en una obra maestra es el talento –y también originalidad- con el que se imprimen en imágenes esas pulsiones sentimentales, esto es la sobresaliente puesta en escena del filme. Parte de un desarrollo narrativo que se va puntuando con planos-secuencia en los que los personajes hablan a la cámara como si se tratara de su psicólogo, y exponen las razones (y confesiones) del porqué de sus actos. A partir de esa estrategia deshojamos la completa estructura del filme, nunca basada en el desarrollo dramático convencional, antes bien en la exposición de puntos de vista individuales o situaciones de conflicto, mediante una sucesión sèt-pieces desgajadas en los que visitamos la intimidad de los personajes… y su miseria. La naturaleza de esas imágenes resulta poderosamente intuitiva (mediante recursos visuales como los fallos deliberados de raccord, el abuso del steadycam para mostrar desconcierto, o bien los planos generales –aprovechando magníficamente el escenario neoyorquino que ya reconocemos como impronta iconográfica alleniana- que transmiten cierta distancia respecto de la intimidad de los personajes) y nos transmite un abanico de deseos, pasiones, odios, miedos, remordimientos… en definitiva, una retahíla interminable, desbordante, de emociones que afloran en los actos de los personajes y desnudan su intimidad.
Individualismo
Y si hablo de una tesis desolada es precisamente porque el narrador –Allen, no Gaby (el personaje que él interpreta)- parece que lo intenta pero no logra transmitir simpatía, ni apenas comprensión, por el comportamiento de sus personajes, unos personajes que no dudan en justificarse ante su confesor (la cámara a la que miran) mientras ponen evidencia su falsedad (la cámara que les espía). En esa espiral destructiva, Allen se limita a dejar patente que la enfermedad sentimental de la que habla es crónica, y sus síntomas son el individualismo irreprimible, la constante insatisfacción, y el absoluto aislamiento sentimental.
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