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match point

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Match Point.

Director: Woody Allen.

Guión: Woody Allen.

Intérpretes: Jonathan Rhys Meyers, Scarlett Johansson, Emily Mortimer, Matthew Goode, Brian Cox, Penelope Wilton.

Fotografía: Remi Adefarasin.

EEUU. 2005. 118 minutos.

 

 


 

 

    El arribista y su circunstancia

 

La temática de esta superlativa obra de Woody Allen y los avatares vitales de su protagonista Chris Wilton tienen múltiples reminiscencias: amén de la influencia patente y confesa a los atormentados personajes de las obras de Dostoievsky (el planteamiento inicial recuerda poderosamente al de El Jugador), me recordó en ciertos matices al personaje protagonista de la novela American Psycho de Bret Easton Ellis, así como las clásicas historias de arribismo del tipo Barry Lindon,  o el personaje que Ryan Phillipe interpretaba en Gosford Park, aquel falso whodunit que rodó Altman hace unos años. Son puntos de contacto psicológicos, que relacionan el oportunismo social con las perniciosas consecuencias emocionales, mayoritariamente traducidas en el sentimiento de culpa o incluso la deshumanización inherente al cruce del point of no return por motivos materiales, de puro estatus. Sin embargo, la referencia más evidente de esta Match Point la hallamos en la propia filmografía de Allen, en una de sus obras maestras, Crimes & Misdremeanors (1989), película con la que comparte diversas conexiones directas y evidentes en el ámbito de la trama argumental (de ahí que Allen se permita una broma privada en la secuencia del asesinato en la escalera, cuando vemos que aparece como figurante el mismo actor que interpretó al sicario mafioso de Martin Landau en la película referencial), pero más evidentes aún en el formulado visual de la película: Allen abandona el gusto por los circunloquios más o menos livianos e hilarantes que abonaban sus últimas obras, y mantiene todo el veneno, todo el cinismo cuando emboca la senda de la “gravedad” característica de la anterior obra citada u otras también felices realizaciones de Allen como fueron Another Woman o Husbands & Wives.

 

 

    Cambio generacional

 

Se ha hablado mucho de la escenificación –y producción de la película- en Londres como hecho diferencial de esta Match Point, elemento que quien esto suscribe considera algo más que circunstancial o anecdótico (Allen utiliza a la perfección el esquema y los tics inherentes a una high class de idiosincrasia tan propia como la británica), pero no fundamental en el texto vivo de la historia que se entreteje, ya que el microcosmos descrito guarda una arenga de fácil transpolación a otros entornos, de una marcada universalidad. La principal diferencia entre aquellos precedentes y la película que en 2005 nos ocupa radica en la edad de los personajes: no es la primera vez que Woody Allen trata a individuos que rondan, sin superar, la treintena, pero sí la primera vez que les dedica un discurso tan complejo y acerado: la condición  y enseñas vitales de Chris Wilton, Nola y los hermanos Hewett se sitúa en las antípodas del tipo neurótico y vivaz que el mismo Allen interpretara en sus primeras obras “serias” (Annie Hall, Manhattan), ni guardan relación de continuidad posible con Natalie Portman, Edward Norton y los demás jóvenes protagonistas de aquella opereta que fue Everybody says I love you.

 

 

    De lo implacable

 

La hechura argumental y dramática de Match Point es, además de densa y hermética, implacable: Allen alcanza la genialidad en la elaboración del libreto, hilvanando prodigiosos diálogos y condensando de sentido y emoción un sinfín de secuencias que dicen más con silencios. Todo ello para alambicar una historia construida visualmente desde el rebato más subjetivo, la cámara nunca agresiva, a menudo elíptica, titubeante como los sentimientos que describe, seca como los actos que relata. Como en cierto modo sucedía con Raskolnikov en Crimen y castigo (otra vez Dostoyevski), el realizador neoyorquino no intenta sojuzgar las acciones del protagonista que tan bien encarna Jonathan Rhys-Meyers (de hecho, hay más carga sardónica en la descripción del conservadurismo, ñoñez y ampulosidad relacional de la familia Hewett), y se limita a transportarnos por su torrencial escalada de sentimientos encontrados, punteado de clásicas partituras operísticas que revelan tanto en términos de abundancia material como de tragedia existencial. Al final alcanzamos la indeseada disyuntiva entre justificar lo injustificable (como él pretende, sin conseguirlo, en la secuencia “fantasmal”) o de emitir una condena que no le concierna únicamente a él sino a todos sus involuntarios partners in crime, que no son otros que su amantísima esposa, su despreocupado cuñado pijo, los todopoderosos suegros, y, por extensión, ese poderoso estatus económico y social que excluye cualquier sentido de la culpa o, incluso, de la realidad. Queda ello claro en la secuencia final, tan cara a las descripciones allenianas, en la que la llegada del neonato trae la felicidad al núcleo familiar, arrebatando ya definitivamente cualquier resto de personalidad en Chris, cualquier destello de redención en aquella mirada, tan solitaria, que se pierde en el trasiego londinense que le ofrece la privilegiada panorámica del ventanal de su casa.

      

 

Juego, set y partido para Allen

 

El tenístico título de esta excelente película, Match point, funciona como cierto leit-motiv discursivo y visual, la dicotomía entre méritos y suerte, la importancia del azar en el devenir de las personas. Pero también se nos aparece como un despiadado signo de falsa victoria: el asesinato impune que Chris comete reviste esa cualidad de “punto de partido”, bolea despiadada y ganadora que cierra un partido de emociones desatadas y, renunciando a ellas, labra un porvenir opulento hacia ninguna parte. No me atrevería a decir que esta Match Point sea esa obra definitiva que Allen lleva tiempo diciendo que algún día puede llegar. Más bien que es, simplemente, otra obra maestra del realizador de Manhattan, una más en una nada despreciable nómina, pero de la que hacía varios años que no teníamos noticia.

 

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