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juno

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Juno.

Director: Jason Reitman.

Guión: Diablo Cody

Intérpretes: Ellen Paige, Michael Cera, Jeniffer Garner, Alison Janney, Jason Bateman, Olivia Thirlby.

Música: Matt Messina.

Fotografía: Eric Steelberg

EEUU. 2007. 107 minutos.

 


 

Cine independiente para masas

 

 

Con Juno ha pasado algo parecido a lo que sucedió con Little Miss Sunshine el año pasado, que alcanzó los podios del Oscar –nominación a Mejor Película, Oscar al Mejor Guión Original- partiendo de una fórmula presuntamente indie. Y digo presuntamente porque, al igual que la otra cinta citada, Juno es una producción de la Fox, aunque sea de su división Searchlight, que se supone con menores ínfulas comerciales: parece que los estudios de Hollywood, siempre tan avariciosos, pretenden quedarse con el concepto de “cine independiente”, cuando bien poco tienen que ver las películas citadas con la disidencia narrativa de los títulos firmados por, por poner un par de ejemplos de la denominación indie de los viejos tiempos, Jim Jarmusch o Hal Hartley.

 

Embarazo no deseado

 

Esa digresión inicial pretende poner los puntos sobre las íes, no menoscabar las cualidades de la película reseñada, que las tiene. Ya que he citado a Little Miss Sunshine, podría empezar confrontando los pulsos que sostienen la temática de ambas películas y afirmar que su vocación indie (la de ambas) puede interpretarse desde el tratamiento no cuadriculado de los conflictos familiares y sociales que refiere, en el caso de la película de Jonathan Dayton y Valerie Faris la parábola sobre la legitimidad y salvaguarda de lo diferente, en el caso del filme de Jason Reitman los visos transgresores en su mirada sobre las estructuras familiares. Sin embargo, a mi me da la sensación que a Little Miss Sunshine se le veían más las costuras que a esta Juno, probablemente porque, a pesar de las apariencias, Reitman recorre la senda contraria a la transitada por Dayton/Faris, vistiendo de convencional lo que no lo es. Veamos: Juno es una adolescente que tiene la desgracia de quedar embarazada tras su encuentro sexual primerizo con Bleeker, el chico que le gusta; a pesar de sus intenciones iniciales de abortar, la joven decide tener el niño para darlo en adopción, todo ello con el consentimiento de su padre, quien de hecho la acompaña a conocer a los padres que ella ha elegido –de entre los anuncios de una gaceta- para que críen a su hijo biológico. Así, el filme despliega su narración durante el lapso del embarazo (=premisa), y centra su atención en tres focos principales: uno, al modo en que la joven afronta la clase de maternidad que ha asumido; dos, al modo en que ello afecta a la relación sentimental que mantiene/no mantiene con Bleeker; y tres, al hecho de que la relación entre los padres adoptivos del bebé de Juno se vaya progresivamente desgastando conforme pasan los meses de embarazo. Como corresponde a una narración convencional, los meses de gestación (subrayados en estaciones del año) suponen una metáfora del procedimiento de madurez personal que alcanza Juno. Pero lo que no son tan convencionales son las catarsis que el libreto de Diablo Cody abraza en su desenlace, y frente a la consolidación de esa relación amorosa extraña entre Juno y Bleeker (solución presuntamente feliz del filme) se alzan las lágrimas de la protagonista en la cama del hospital, que definen con sencillez y efectividad la desorientación y los tantos posos de amargura que atañen a una adolescente que tiene que pasar por ese periplo. Asimismo, el análisis de las figuras familiares que el filme pone en la picota son muy reveladores de las intenciones de la película: Juno es una niña sin madre, su madre les abandonó a ella y a su padre años ha y su única relación actual con su hija es el envío de pequeños cactus por San Valentín (sic); Juno convive con su padre y con Bren, la novia actual de su padre, que le hace las veces de madrastra y que le ha dado una hermanastra (a cuya costa, por cierto, me pareció ver una broma malévola al personaje de Abigail Breslin en Little Miss Sunshine…); por otro lado, están los padres adoptivos con los que contacta Juno, ella, Vanessa, una mujer obsesionada con la idea de la maternidad, y él, Mark, en cambio, un profesional liberal que trabaja en casa como compositor musical para anuncios y que vive anclado a la adolescencia, al ocio en el que compite con los gustos con Juno, sean pasiones musicales (segunda broma malévola, y a la vez definición acerada del personaje, quien prefiere los Sonic Youth a los referentes setenteros que Juno le propone) o cinematográficas (tercera y mejor broma malévola: aficionado al gore como es, le muestra a Juno una secuencia del filme The Wizard of Gore del mismísimo Herschell Gordon Lewis en la que una máquina taladradora está perforando el vientre de una pobre chica (¡!)). Al final, la pareja romperá su relación, por la incapacidad de él para asumir la paternidad, y será ella (Vanessa), mujer y madre divorciada (o si prefieren, soltera), quien asuma la adopción del bebé que Juno trae al mundo. De este modo, la mirada que propone Juno a las relaciones familiares se mueve en círculos concéntricos a partir de la idea de la monopaternidad: la madre perdida (la de Juno, y ella misma) y la madre recuperada (Vanessa), el padre exclusivo (el de Juno), o el padre perdido (Mark, que se divorcia de Vanessa)… Bien cierto es que contra ello se alzan Juno y Bleeker en el final-remedio, final abierto de la película, que pretende sugerir que tras ese proceso de maduración sentimental, su relación sentimental ha alcanzado visos de seriedad y responsabilidad compartida … en cualquier caso, esa lectura no dejaría de ser transgresora: rehabilitar la familia tradicional está en manos de… dos adolescentes.

 

Comedia triste

 

La asumida simplicidad narrativa que propone el libreto de Cody y la caligrafía, más bien plana, de Reitman, inciden sin mayores aspavientos en los diversos conflictos que se han ido mencionando, y logran nada más ni menos que abrazar un tono agridulce, que nos impide ver esta película como una comedia, aunque tampoco caiga en excesos dramáticos. Quizá sea Juno una comedia triste, o quizá me lo parece a mí, que acabo de ser padre y soy particularmente sensible a la indefensión en la que se mueven el grueso de los personajes que bailan al son de las patadas que da el pequeño feto que Juno guarda en su seno. En cualquier caso, quizá el mayor mérito de los responsables de Juno radique en la conciencia de estar moviéndose en la inseguridad de sus personajes, asumir en el grueso de escenas (salvo contadas excepciones: p.ej., la lamentable escena en la que Bren le suelta una perorata desairada a la ecografista desairada) esa vocación lírica soterrada en la que las emociones desangeladas laten con fuerza, bien arrulladas bajo cada sonrisa.

 

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