la guerra de charlie wilson
Charlie Wilson’s War.
Director: Mike Nichols.
Guión: Aaron Sorkin, basado en la novela de George Crile.
Intérpretes: Tom Hanks, Julia Roberts, Amy Adams, Philip Seymour Hoffman, Ned Beatty, Emily Blunt.
Música: James Newton Howard.
Fotografía: Stephen Goldblatt.
EEUU. 2007. 99 minutos.
El ala oeste del capitolio
Evidentemente, no será el nombre de Julia Roberts el que nos ayude a desentrañar el meollo de esta interesante Charlie Wilson’s War. Tampoco el del resto de secundarios con peso específico en la trama (memorable plantel: Amy Adams, Philip Seymour Hoffman y Ned Beatty). Ni siquiera Tom Hanks, cuyo cometido, tan afinado como siempre, nos sirve para alinear cada vez más al actor con una clase de James Stewart para los tiempos que corren (y que corren en el star-system). Sí interesa destacar la aportación de Mike Nichols, realizador que se mueve sin mayores alardes pero con suma habilidad por el entramado argumental de una película llena de líneas de discurso político. Y al mencionar la política, al fin alcanzamos el nombre que buscábamos, el del gran artífice de esta Charlie Wilson’s War: el guionista Aaron Sorkin, y la magnífica adaptación que efectúa de la novela de George Crile. Aaron Sorkin es un peso pesado del medio televisivo, guionista y productor ejecutivo de Studio 60 y, sobretodo, de The West Wing, sin duda una de las series más brillantes de los últimos años (a mi entender, en sintonía con la calidad de las canónicas The Sopranos y Six Feet Under). Quien conozca The West Wing no se extrañará al visionar esta película y encontrarse enhebrando, casi como quien no quiere la cosa, un sinfín de pasajes analíticos sobre la política –más presente que pasada, eso lo analizaré después- del país de las barras y las estrellas. Quien conozca The West Wing reconocerá en el filme detalles escénicos con la “impronta de la casa” (v.gr. esa cámara paseándose junto con los contertulios por diversos pasillos, largos planos-secuencia de glorioso dinamismo). Quien conozca The West Wing probablemente convendrá que los mejores capítulos de aquella serie son mucho más brillantes que esta película, aunque yo prefiero plantearlo de otro modo, en términos de estricta densidad: lo que sirve para el desarrollo dramático de una serie no siempre luce con la misma fuerza en una película, y en los noventa y nueve minutos de duración de esta Charlie Wilson’s War a duras penas hay espacio para apuntar las múltiples reflexiones que nos propone el prolífico Sorkin, así que algunas quedan en el aire, no terminan de cuajar, o son meramente pinceladas dejando a cada espectador la libre labor de interpretarlas como le venga en gana. En cualquier caso, más o menos densa o extensa en la precisión de sus postulados, ésta no es una película ideológicamente tramposa. En realidad algo perversa, eso sí.
La suerte del pueblo mujahaydin
El filme dramatiza –flirteando a ratos con la sátira política- los avatares de un congresista tejano de personalidad desinhibida, elegante, bebedor, mujeriego, y de fama bien poco conflictiva, alguien a quien conocemos perfectamente apoltronado en su alto cargo y en el delicado equilibrio del juego de pactos que son el pan de cada día en los pasillos del capitolio. Merced de diversos albures, Wilson se irá interesando lenta y progresivamente por las tribulaciones del pueblo mujahaydin, sometido a los horrores de la guerra y el penoso éxodo. Utilizando su influencia y buenhacer relacional Wilson capitaneará una suerte de cruzada política en busca de los fondos presupuestarios (y el apoyo logístico de la CIA) en aras a abastecer al pueblo afgano con el armamento preciso para combatir los estragos del ejército soviético. Logrará sus objetivos: la yihad por la libertad fue un éxito, las tropas rusas fueron expulsadas de Afganistán del mismo modo que años antes los estadounidenses abandonaron Vietnam, derrotados, en uno de los últimos episodios de la llamada Guerra Fría. Y si las ciencias que esgrime la película son más políticas que dramáticas, por el mismo precio no podemos decir que en la conciencia de Wilson opere un cambio radical de actitud, o que sea el auténtico héroe digno de las condecoraciones que se le ofrecen –al principio como al final del filme-. No pasa de peón avezado en las altas esferas, capaz de dar rienda a sus deseos con habilidad y no pocas dosis de oportunidad y suerte. Aunque disponga de un pepito grillo particular (el espía que encarna Seymour Hoffman, personaje que contiene en sus palabras y actos las piedras de toque intelectuales del discurso que la película articula), no llega a arriesgar demasiado en su empeño político (de hecho, el capítulo del escándalo en Las Vegas no debe leerse sólo como la típica cortina de humo sino también como el reflejo del único peligro real que atañe al congresista), y cuando pugna en vano por conseguir fondos para reconstruir el Afganistán devastado tampoco le vemos sublevarse: sólo acepta que esa victoria política ya no está a su alcance, y por tanto no hay que gastar más energías... es mejor dejarlo estar. Relacionado con todo lo anterior está la cuestión sexual, el significado de las sinuosas féminas que siempre revolotean cerca del congresista, la retahíla de asistentas, secretarias y amigas de aquí y allá que enmarcan el juego de la erótica del poder. En ese sentido, esa cuestión sexual es abordada con sumo cinismo por la cámara de Nichols: fíjese en el encadenado que relaciona una explosión de un helicóptero (la guerra en Afganistán) con el plano trasero (si me permiten la broma de mal género) que nos muestra la estulta silueta de Amy Adams cruzando los pasillos del Capitolio para ir a decirle a su jefe que ese helicóptero ha sido abatido.
Guerras de ayer y de hoy
Todas estas cuestiones nos llevan a volver sobre las razones ideológicas de la película, ésas que antes he catalogado de “algo perversas”. En los últimos meses, y coincidiendo con la cercanía de las elecciones en EEUU, han ido llegando a nuestras pantallas diversas películas de denuncia al conflicto bélico en Irak, obras de naturaleza bien diversa, rubricadas por tipos como Nick Broomfield, Brian De Palma, Kimberly Pierce, Paul Haggis o Robert Redford, pero que comparten su carga de denuncia contra el estado de las cosas en aquella región tras la invasión norteamericana. Aunque pueda parecer que Nichols y Sorkin no se emparenten con ninguno de los realizadores citados (o sólo lejanamente con Redford, al adentrarse en los despachos donde se rige la política exterior americana), en realidad Charlie Wilson’s War juega a la perfección su baza de proyectar en presente una narración de un conflicto del pasado, pues postula continuamente (y al final deja a las claras, mediante la metáfora del maestro zen que el Gust le cuenta a Charlie Wilson) que es intrínseco en el continuum histórico que los amigos de hoy puedan devenir los enemigos de mañana, y que una economía basada en el gasto militar fluye sin ningún otro control que el mero flujo de dinero. De ahí que pakistaníes, egipcios, afganos, americanos ... ¡e israelíes! lleguen a un acuerdo y aúnen esfuerzos para patrocinar una guerra ajena. De ahí que los mismos talibanes que aparecen como héroes en Charlie Wilson’s War sean los villanos que han causado los estragos del llamado “terrorismo global” de este inicio del siglo XXI. Todo ello podría quedar resumido en el rostro cariacontecido de Wilson al recibir los honores del ejército –viaje de vuelta, último plano de la película, fin del discurso-, pero prefiero otra escena, extrañísima, la que abre la narración, en la que vemos una figura de lo que parece ser un indígena recortada contra un cielo nocturno y bajo una luna de cuento, y la estampa de remanso se va quebrando cuando le vemos coger un arma, un tubo stinger (una especie de bazooka) con el que apunta a la cámara, dispara, y las llamas inundan la imagen. Plano-secuencia que contiene una broma bien malévola sobre el brusco despertar de la realidad tras la apacible y absurda entelequia del buen salvaje. En cualquier caso, las recetas de buenas intenciones de Sorkin no pasan de quedarse en eso, buenas intenciones, pero sólo por el denuedo con el que se enfrenta a la denominación de “guerra de civilizaciones”, la película ya resulta muy valiosa.
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