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sweeney todd

sweeney todd

 

Sweeney Todd.

Director: Tim Burton.

Guión: John Logan, basado en el musical de Stephen Sondheim y Hugh Wheeler.

Intérpretes: Johnny Depp, Helena Bondham Carter, Alan Rickman,  Ed Sanders, Timothy Spall, Sacha Baron Cohen.

Música no original: Stephen Sondheim.

Fotografía: Daniusz Wolski.

EEUU. 2007. 126 minutos.


 

 

 

De Sondheim a Burton

 

La figura de Sweeney Todd constituye uno de los mitos más célebres de la época victoriana, y su leyenda –de la que algunos afirman, aun sin sustento documental, que está basada en hechos reales, y que Todd fue procesado por sus crímenes en el Old Bailey y fue ahorcado en Tyburn en enero de 1802- ha informado e inspirado multitud de obras literarias, teatrales y cinematográficas. Sobre la que aquí nos ocupa, (ya lo digo:) deslumbrante versión dirigida por Tim Burton, suele decirse que adapta la célebre ópera musical de Stephen Sondheim de 1979, afirmación cierta porque la película se despliega cual musical en el que se interpretan algunas de las piezas de la citada obra de Sondheim, pero matizable porque Burton realiza una adaptación bastante libre del texto, contexto y tono que marcaba la idiosincrasia del musical adaptado, apartándose un tanto de las enseñas festivas e irónicas para adentrarse en el meollo de lo lúgrube, del aspaviento romántico y terrorífico (sintonizando, en fin, con la fantasía burtoniana que los espectadores debemos reconocer).

 

Burton, autor

 

Siempre he seguido con afición la obra del realizador de Frankenweenie (1984) y Sleepy Hollow (1999), pues considero innegable la originalidad y talento plástico que derrochan todas sus películas. Pero debo decir que Burton no siempre me convence, y pocas veces ha llegado a fascinarme tanto como en esta ocasión. A mi modo de entender, un ilustrador de historias tan despampanante como él tiene que cuidar mucho el texto que ilustra, su tan particular idiosincrasia precisa pulir la historia al milímetro para alinearla a las improntas visuales, pictóricas, que construye; cuando no lo logra corre el serio riesgo de caer en lo hiperbólico de la forma, caso de sus interesantes pero fallidas Mars Attacks y Sleepy Hollow; cuando lo logra, se arranca obras maestras imprescindibles del cine fantástico contemporáneo, como son sin duda Edward Scissorhands o Ed Wood. O esta Sweeney Todd, obra que Burton perfila con tanta destreza narrativa y formal que da la neta sensación de estar trabajando con un material original, con una historia hecha a su medida. Eso es precisamente lo que define la cualidad autoral de un realizador, su personalidad y  universo, su talla maestra.

 

Aliento romántico

 

Los créditos iniciales de la función nos ponen sobre aviso: en esta versión de la historia del barbero diabólica hay bien poco de desenfadado. La primera secuencia es inolvidable: entre la bruma nocturna, un barco se aproxima al puerto de Londres, Benjamin/Sweeney regresa de un largo exilio; al departir con un joven marinero empezamos a ponernos en la piel atormentada del personaje –las pinceladas de diversos flash-backs luminosos terminarán de ponernos en situación, argumental y tonal: la claridad del pasado en contraste con la lobreguez del presente-. Despierta así al espectador el mismo aliento romántico que alumbró tantas fantasías cinematográficas inspiradas en el Dracula de Bram Stoker. Y la ciudad que visitaremos, el dibujo de ese lugar y época, es desolada, fúnebre como el estado de ánimo del protagonista, pero mucho más allá, afina un trazo histórico de vital importancia en la propia ficción: el dibujo de las calles umbrías no está muy lejos de los retratados en la fiera novela gráfica From Hell de Alan Moore; el detalle descriptivo del paisaje humano no es menos deprimente, y la mirada que captura la vida de los niños (a través del personaje del ayudante que encarna Ed Sanders) resulta mucho más cruel y asfixiante del que se estamparon en las clásicas fábulas stevensonianas y dickensianas (ojo al cinismo de la secuencia en la que el Juez Turpin condena a la horca a un infante lloroso); la mecánica de la trama criminal, que convierte a los muertos en carne picada con la que alimentar a la población hambrienta por un precio módico despliega su discurso –en las propias voces de Sweeney y Mrs Lovett- a los visos socio-antropológicos más nihilistas… Todo ello constituye un envoltorio mórbido para la historia, y aún mucho más allá, dirige su universalidad, pues se proyecta desde (y hacia) ese estado de ánimo del que hablaba, y empapa los sentimientos y actos desesperados que atañen al barbero y el mal hado que se cierne sobre él desde el primer al último minuto del metraje.

 

Ritual de venganza

 

Y qué mejor modo que vestir ese contexto socio-histórico que el trazo de los personajes: en manos de Burton cada rostro es un dibujo, y los planos que los encuadran, tan bellos, nos hablan de la lírica febril o grotesca, siempre arrebatada, al límite: conoceremos el Londres victoriano por los rostros de los peones de la trama, y sabremos que en ese lugar infame imperan la miseria (Mrs. Lovett), la inmundicia (el alguacil), la corrupción (el falso barbero), la explotación (el niño) y, en fin, la injusticia (el Juez Turpin, representante de los valores de la comunidad, cuyas perversiones sexuales ilimitadas atestiguamos ya en uno de los flash-backs de presentación, el que muestra el modo en que corrompe a la esposa de Benjamin en aquella fiesta de visos orgiásticos; después conoceremos la biblioteca en la que reposan todo tipo de malsanos referentes sexuales, y, cómo no, la definición de la villanía del personaje se apuntilla en la relación que mantiene con la hija de Benjamin, entre el incesto y la esclavitud sexual). No es extraño que los seres inocentes vivan enjaulados (precisamente ella, la hija de Benjamin, encapsulada en su habitación, junto a la jaula del pájaro), y que la belleza sea poco menos que inasible, como el amor una entelequia (el encuadre al mismo rostro pero desde el exterior, el punto de vista del marinero enamorado). No es de extrañar que el tormento se halle a la orden del alma, y la locura se apodere de esos inocentes (Benjamin y su esposa, de un modo complementario). De ahí emerge el significado de los actos de nuestro protagonista, una suerte indefinida de justicia, y más concretamente, un ritual de venganza -el Sweeney Todd de Burton es, más que nunca, un héroe; enfermo, desquiciado y porfiando contra una marea invencible, pero héroe al fin y al cabo-, de cuya liturgia forma parte la silla articulada en la que afeita y ajusticia a los clientes, y sobretodo las cuchillas (la extensión de su brazo, según afirma al reencontrarlas, en la sublime culminación de esa escena).

 

El musical según Burton

 

Todo musical eleva su representación a lo fastuoso, pero en este caso, donde pocas voces son ortodoxas y donde no se propone un solo paso de baile, ese fasto alcanza niveles de auténtica hechicería visual en las despampanantes coreografías expresivas que Burton propone, juegos escénicos brillantes que deforman bellezas y horrores con pasmosa habilidad, o que entrelazan o cruzan ideas (y  hasta segmentos narrativos) en el mero careo interpretativo. El realizador incluso se atreve a rizar el rizo con un interludio de marcado tono kitsch en el que subvierte la plástica de lo tétrico desde una coloración irreal, apastelada, para ilustrar los deseos de amor no correspondidos de Mrs Lovett (y dejar así que el rostro de Johnny Depp nos regale la única mueca amable de todas las que constituyen su magnífica interpretación –mueca que, por cierto, nos recuerda vagamente las que se dibujaban en el rostro blanquinoso de Eduardo Manostijeras, personaje que, como Sweeney Todd en este interludio, vivía en la involuntaria recreación de deseos ajenos).

 

Finale

 

Al final, la sangre llama a la sangre, no hay espacio para la más mínima redención, y el destino trágico, de esencia shakespeariana, estampa su verdad última en el sino del personaje; los supervivientes –la esperanza, el futuro- no se despiden de la cámara, porque no forman parte de la historia... Se ha cerrado el círculo, la imagen funde a negro y aparecen los créditos. Pero nos queda, nos acompañará de vuelta a casa, el majestuoso aliento romántico que embebe la leyenda. Sweney Todd vuelve a reivindicar la leyenda. Y en bien distintos parámetros, Burton sigue cimentando la suya.

 

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