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supergolpe en Manhattan

supergolpe en Manhattan

 

the anderson tapes.

Director: Sidney Lumet.

Guión: Frank Pierson, basado en una novela de Lawrence Sanders

Intérpretes: Sean Connery, Dyan Cannon, Martin Balsam, Christopher Walken, Ralph Meeker, Alan King, Val Avery.

Música: Quincy Jones.

Fotografía: Arthur J. Ornitz

EEUU. 1971. 96 minutos.

 


 

 

Lumet y los robos

 

En una reseña que publiqué sobre Dog Day Afternoon proponía el juego comparativo de aquella película con The Inside Man, de Spike Lee, para establecer diversos parangones, tanto desde el punto de vista objetivo escénico (ambos son “realizadores de Nueva York”, en el sentido que explotan mucho y bien la importancia de ese escenario vivo en el devenir de sus narraciones) como en lo referido al tratamiento de los personajes, un punto agridulce, muy rico en matices, en ambos casos sobre los peones de una trama huidiza. Recordé lo curioso de esa comparativa al visionar esta Supergolpe en Manhattan, también parangonable con el filme citado de Spike Lee, no tanto por lo evidente de su temática cuanto por la plasmación en The Inside Man de flash-forwards idénticos a los que concurren en los últimos compases de la película de Lumet.

 

Escuchas ilegales

 

Aunque el título en español de esta película remita más bien a una comedia desopilante de Bud Spencer y Terence Hill, el (título) original –“las gravaciones de Anderson”- ya deja patente la trascendencia de las escuchas ilegales en el corpus narrativo que se sostiene más allá de la trama de robos. Fundiendo intenciones con aparentes estrategias de suspense, la película va desgranando buena parte de los acontecimientos valiéndose de esa fórmula externa: la del investigador privado contratado por el marido despechado de Dyan Cannon y que sigue a Duke (Connery), y la de los agentes del departamento de narcóticos del FBI que se hallan tras la pista del capo que financia el golpe planeado por el expresidiario. De esa fusión resulta lo más interesante de la película, una interesante digresión sobre el control de la ciudadanía por parte de los poderes públicos, elemento que califica a la perfección el tiempo y lugar en el que se rodó la película (los EEUU del tardo-Vietnam, la recensión económica, el desmoronamiento de las políticas sociales y la paranoia colectiva) y que, en su juego anecdótico –y el hecho de que el FBI deba eliminar pruebas obtenidas accidentalmente-, parece anticiparse a la broma macabra de la realidad, el escándalo Watergate que dio al traste con la carrera de Richard Nixon, y a obras cinematográficas que reflejaron las psicosis conspiratorias desde perfiles mucho más severos: la brillantes The Conversation, de Francis Ford Coppola (1974), y Network, del propio Lumet (1976). Esa cita, ese enlace, cabría extrapolarlo a muchas otras obras del realizador, y decir que el subtexto de la película (hecho visible en algunos speechs del protagonista de la cinta, que justifica su criminalidad parangonándola con la de tantas actividades que, siendo legales, no dejan de parecerles ilegítimas desde un punto de vista económico, social o hasta ético) escarba, aunque sea desde la vía del divertimmento –algo dudoso, a juzgar por el terrible desenlace de la cinta-, en muchas de las constantes que han sido impronta temática de un realizador que nunca ha dejado de lado cierta mirada política a la realidad, doliente en sus reclamaciones de Derechos Civiles, en su constante plasmación del modo en que los poderes públicos pueden asfixiar a los individuos, sea por la vía metafórica/parabólica –el filme que nos ocupa, o más claramente The Offense, Dog Day Afternoon o Find me guilty-, o sea por la vía de la explicitud –la muy reciente Strip Search-.

 

El cine americano de los setenta

 

       Amén de las otras consideraciones, debe decirse que, sin tratarse de una de las mejores películas de Lumet, en The Anderson Tapes asistimos a rasgos de forma y fondo que definen a la perfección el tiempo y lugar del que es hija esta película, y que nos recuerdan las tan saludables transgresiones que se atrevían a insertar en las películas sus responsables sin que nadie se tuviera que rasgar las vestiduras: atiéndase al absoluto cinismo con el que son tratados absolutamente todos los personajes que bailan alrededor del protagonista, atiéndase a la plasmación tan grotesca del mafioso imposibilitado en los jardines de su opulenta finca, atiéndase a la economía descriptiva del desarrollo del robo, o atiéndase a la fisicidad de las imágenes, y, en relación con ello, la resolución visual de las secuencias climáticas, lejos de todo efectismo, lacónicas, sobrias, de una seca violencia que representa la cruda realidad de un modo inteligente y efectivo. Nada que ver con las estrategias y delirios visuales de la época infográfica.

 

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