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la ofensa

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The Offence.

Director: Sidney Lumet.

Guión: John Hopkins, adaptando una obra propia.

Intérpretes: Sean Connery, Trevor Howard, Vivien Merchant, Ian Bannen, Peter Bowles, Ronald Ratt.

Música: Harrison Birtwistle.

Fotografía: Gerry Fisher.

GB. 1972. 100 minutos

 

 


 

 

          Interior-noche

 

          A pesar de la pésima calidad de la copia que emitieron de esta The Offence en cierto canal de pago, su visionado me resultó honestamente interesante. Se trata de una producción británica de 1972-73, y una de las obras más oscuras de la filmografía del maestro Sidney Lumet. Oscura en muchos sentidos: primero, como obra considerada menor de entre las suyas y realizada con un exiguo presupuesto; segundo, en relación a su nocturnidad: buena parte de las secuencias de este thriller psicológico transcurren en la más opaca cerrazón nocturna, donde a menudo se hace difícil incluso discernir qué está sucediendo en pantalla; tercero, porque de entre las muchas obras de Lumet que radiografían los entresijos de las actuaciones policiales, judiciales y morales, ésta es, seca y llanamente, la que con mayor atrevimiento se sumerge en tinieblas emocionales, las del protagonista del filme, el detective Johnson (Sean Connery), de cuyo desmoronamiento lento pero seguro somos testigos constante el incómodo metraje del filme.

 

 

          Mecanismos policiales

 

          The Offence tiene mucho de pieza de cámara, concentrada en el espacio –la mayor parte de las secuencias transcurren en la comisaría o en el domicilio del detective-, y en el tiempo, una larga, larguísima noche. Hay un ágil planteamiento del conflicto (la policía detiene a un sospechoso de abusos a menores; aunque no quiere declarar ni parece haber demasiadas pruebas que le incriminen, Johnson está convencido de la culpabilidad del individuo, y tras un largo interrogatorio en off le apalea hasta la muerte), y a partir de ahí, la narración se concentra en tres set-pièces bien determinadas (un diálogo de Johnson con su esposa; el interrogatorio del inspector al que le somete el superintendente; y finalmente, ya en flash-back, el interrogatorio que dio lugar a la acusación de ensañamiento policial, y que hasta entonces se le había escatimado al espectador).

 

 

          Mecanismos psicológicos

 

          Con esas señas estructurales  –a las que debe añadirse un prólogo en ralentí (de tintes muy caros a la época terrorífica de De Palma, época que por cierto es posterior a esta película) en el que ya se anuncia el devenir de los acontecimientos-, el filme deja claro su naturaleza de digresión, en este caso sobre las perniciosas consecuencias para el alma del oficio policial, de la convivencia cotidiana con el horror de asesinatos y todo tipo de violencias. Mediante la continua inserción en la narración de desgazadas imágenes de repulsiva y explícita violencia –cuyo motivo y sentido será pertinentemente explicado-, el metraje rehuye su continuidad temporal pero no por ello deja de avanzar hacia el progresivo levantamiento del velo del peso de aquel horror en la mente del policía (textualmente, le pide a su esposa: “mete tus manos dentro de mi cabeza y arráncame todas esas imágenes”; más tarde libra una confesión de ese dolor al superintendente,  y a su sospechoso le llega a pedir ayuda en la secuencia climática).

 

 

          Mecanismos cinematográficos

 

En el pasivo de esta atractiva película se puede detectar cierta indefinición y demora en la exposición de las razones que se dirimen entre acusador y acusado en la secuencia climática –el filme hace racionalmente comprensible pero no logra transmitir con claridad en imágenes y palabras ese nexo de turbación existente entre las partes en conflicto-. Ello no empece en absoluto la buena planificación de escenas, la textura asfixiante de las imágenes, el aprovechamiento de los escenarios –esos pasillos laberínticos, las salas de una escabrosa asespsia, las puertas cerradas, las sombras en los ojos de los agentes que pueblan aquel microcosmos absorvente- y especialmente los endiablados encuadres –picados infames, imágenes esperpénticas, esquinados primeros planos…- con los que Lumet se divierte acosando al atribulado protagonista.

 

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