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VOICE OVER

Pat Garrett y Billy el Niño

Pat Garrett y Billy el Niño

Pat Garrett & Billy the Kid.

Director: Sam Peckinpah.

Guión: Rudolph Wurlitzer.

Intérpretes: James Coburn, Kris Kristofferson, Bob Dylan, Jason Robards.

Música: Bob Dylan.

Fotografía: John Coquillon.

EEUU. 1973. 120 minutos 

 


 

 

     Director’s Cuts

 

 

Peckinpah era un tipo controvertido, los que le conocieron hablan de su difícil carácter, pero ello sólo le acerca aún más a la idiosincrasia de genio. También era un luchador en la contra, y no son menos legendarias sus trifulcas con los executives de las majors con las que lidió, que, dicen, dieron al traste con muchas expectativas creativas del realizador de The Wild Bunch. La realidad de esas trifulcas se escenifica, sin ir más lejos, en la retahíla de versiones que hasta la fecha se han estrenado de la película que nos ocupa (1973), y de la que quien suscribe visionó un remedo de la versión más parecida al director’s cut, la de 1988, diseñada por los viejos colaboradores de Peckinpah, según dicen siguiendo el dictado de sus preferencias.

 

 

Lírica

 

Sea como fuere, Pat Garrett & Billy the Kid es una película soberbia, impregnada del estilo crepuscular y revisionista tan caro al autor, caracterizado por una poderosa carga lírica que eclipsa (o envilece aún más, depende del caso) la descarnada violencia en slow motion que atraviesa tan a menudo la pantalla: en efecto, Peckinpah da muestras de su gusto por y habilidad en esa planificación que cristalizó sus mejores resultados en la citada The Wild Bunch, pero a esos mecanismos de relojería contrapone no pocas secuencias de corte íntimo, apuntaladas con certeros diálogos, y que sumergen al espectador en el halo trágico que constante el metraje se va cerniendo sobre los actores de la trama –en ese sentido, no se puede por menos que reconocer como brillante la descripción del dolor espiritual que acosa y destruye progresivamente el personaje de Pat, construida a base de miradas y lacónicas expresiones bajo cuya aparente maldad o cinismo late un sentimiento de pérdida que existe ya antes de materializarse.

 

 

         Muerte en la frontera

 

Lejos de las premisas argumentales con las que el cine clásico había visitado el enfrentamiento de esos dos mastodónticos iconos del género, Peckinpah coge por los cuernos las riendas de una historia de la frontera –los escenarios del villorrio de Durango consiguen, en ese sentido, detener el tiempo y dotar de tremendo realismo a la función, y la fotografía de la aldea abunda en todo momento en el sentido lírico ya enunciado-, y nos habla del advenimiento de los tiempos de las corporaciones que se convirtieron en grandes terratenientes y que sometieron a los pioneros, condenados a la extinción en pro de la civilización (permítaseme la cursiva). Ese retrato de corte histórico planea constantemente, cual sombra de mal augurio, sobre el hado de los dos personajes que dirimen la trama (espléndidos James Coburn y Kris Kristofferson): William Bone –Billy- personifica los viejos métodos, es mostrado como un bandido que tiene mucho de Robin Hood/Jesse James, hábil, jovial, amigo de sus amigos, y poseedor de un halo mítico que sin embargo no podrá salvarle de la traición; Pat Garrett, viejo socio del forajido, se retrata como un hombre desposeído de su alma –que dispara contra su propio reflejo del espejo en la brillante secuencia final, y será alcanzado por algún tipo de justicia poética según nos narra el montaje encadenado del prólogo del filme-, alguien que decide someterse a los designios del dinero a pesar de su conciencia de estar traicionando todo y a aquéllos a los que amaba. Alrededor de los dos personajes, un sinfín de innumerables secundarios, unos alineados con el outlaw – y a menudo condenados a morir por la causa-, y otros, como Chisum y el gobernador que calza las botas de Jason Robards, partícipes de la política de la dictadura económica. Entre unos y otros, el personaje de Alias –Bob Dylan- dota al filme de un añadido de carga elegíaca, pues se erige como un testigo casi mudo, un acompañante del espectador en este fin de Billy y de los viejos tiempos (al morir Billy, parece decirnos Peckinpah cuando filma los primeros planos de Dylan, se abre la veda de la nostalgia, del romanticismo).

 

 

         Knockin’ on heaven’s door

 

El propio Dylan adorna la narración con un sinfín de piezas acústicas, cuyo más memorable recuerdo corresponde a Knockin’ on heaven’s door, canción que sin duda ha trascendido, con mucho, del interés del filme, y de paso ha servido para acentuar la carga mítica que lo sostiene. Se trata de unas pocas piezas que componen íntegramente la banda sonora del filme, y que atinan una improbable yuxtaposición entre la personalidad musical del genio de Minnessotta y el tratamiento temático y visual que Peckinpah propone.

 

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