la balada de Cable Hogue
The Ballad of Cable Hogue.
Director: Sam Peckinpah.
Guión: John Crawford y Edmund Penney.
Intérpretes: Jasón Robards, David Warner, Stella Stevens, Strother Martin, Slim Pickens, L. Q. Jones.
Música: Jerry Goldsmith.
Fotografía: Lucien Ballard.
EEUU. 1970. 116 mins. aprox.
¿Filme menor?
Como si Peckinpah quisiera resguardarse del arrojo, la violencia y el nihilismo presente en su célebre obra precedente – The Wild Bunch, 1969-, el año después rodó esta historia que cabalga entre el western nostálgico, la narración asceta y la comedia pura y dura –¡con ribetes slapstick!-. The Ballad of Cable Hogue se nos aparece como una de esas obras que parecen tener vocación de menor en la filmografía de un autor y que terminan dando mayúsculos resultados.
Fuera de su tiempo
El cáustico y brillante guión escrito por John Crawford y Edmund Penney arranca con la traición a Cable por parte de sus dos compañeros, que le abandonan a su suerte, sin agua ni provisiones, en medio del desierto de Arizona. Cable camina durante días por el páramo y su voz va perdiendo arrogancia en sus crecientes súplicas a Dios para que le dé un poco de agua. Al límite de sus fuerzas, encuentra un pozo, que se convertirá en su salvación primero, y en su sostén después, cuando compre los dos acres del desierto en los que se halla el pozo y lo convierta en un lugar de paso y avituallamiento para las diligencias. Después sabremos que nadie creía que hubiera agua en aquel desierto, lo que abunda en la idea de la intervención divina decisiva en el hado de Cable, pero sobretodo en la identificación del cowboy como un auténtico pionero, su carácter y su destino marcados por unas circunstancias que ya se hallan fuera de su tiempo. Además del pozo, Cable encontrará una mujer, Hildy, prostituta que presta sus servicios en el saloon de una localidad cercana y de cuyo escote, larga melena rubia, ojos azules y gesto cariñoso, nuestro protagonista quedará prendado al punto de mantener una efímera pero honrada relación sentimental.
Vencido por el progreso
El filme describe en un tono desenfadado los avatares vitales de Cable, la nobleza y terquedad de su carácter, siempre opuesto a las normas de la civilización, su amistad con un extravagante predicador, y el modo en el que sacará adelante su “pozo Cable” así como ganará el corazón de Hildy; será precisamente su amor por la chica el que modificará el sentido de su existencia: tras rendir cuentas con los viejos compañeros que le dejaron en la estacada al inicio de la historia, Cable se dará cuenta de que la prosperidad de su negocio no es tan importante como el amor de la mujer a la que ama, y lo dejará todo para reunirse con ella. Sin embargo –quizá regresa la intervención divina, quizá el signo de los tiempos-, Cable será literalmente vencido por el progreso –atropellado por un coche- y perecerá y permanecerá para toda la eternidad en los aledaños de aquel pozo solitario.
Comedia (y) lírica
Lo que convierte esta película en una obra maestra es la capacidad de Peckinpah para poner al espectador en la piel dura de Cable y reflexionar así, serenamente, sobre el cambio de las estaciones de la historia. Tras el desenfado con el que se narran las peripecias de Cable, Hildy y el predicador, se hallan las claves de una visión nostálgica sobre una forma de entender el mundo, sobre unos valores propios, y sobre su progresiva desaparición. A pesar de la punta que Peckinpah le extrae a los sarcásticos diálogos y a las hilarantes situaciones, el realizador de Straw Dogs encuentra momentos para la abstracción, para la emoción, incluso para la épica. Su caligrafía corrosiva y vibrante se apuntala en esta ocasión con algunos montajes de split screen y otros recursos diversos que moldean a la perfección las secuencias de transición. La partitura musical de Jerry Goldsmith, hermosísima, es otro punto fuerte de la película, siempre transitando bajo los designios cambiantes del tono narrativo.
Robards
Y ninguna reseña sobre esta grandiosa película puede terminar sin hacer mención especial al elenco de actores que sostienen la trama: la desopilante composición del predicador que efectúa David Warner, la presencia magnética y la adorable vis cómica de Stella Stevens en la piel de la señorona Hildy, las solventes interpretaciones del elenco secundario –Scrother Martin, Slim Pickens, L. Q. Jones, Peter Withney…-; y por encima de todos, sosteniendo a sus anchas buena parte del tono de la historia, el superlativo Jason Robards, que rubrica una de las actuaciones más memorables que recuerdo.
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