reservoir dogs
Reservoir Dogs
Director: Quentin Tarantino.
Guión: Quentin Tarantino.
Intérpretes: Harvey Keitel, Tim Roth, Michael Madsen, Chris Penn, Steve Buscemi, Lawrence Tierney.
Música: Karyn Rachtman.
Fotografía:Andrzej Sekula.
EEUU. 1992. 90 mins. aprox.
Tres colores
Nací en el año 76. Reservoir Dogs me pilló en la temprana adolescencia, y, claro, vino a por mí. Siempre lo digo, Reservoir Dogs son tres colores: el blanco y negro de los trajes, y el rojo de la sangre. Tres colores fundidos en la paleta de Tarantino, con talento y sin concesiones, con goce y sin piedad. El realizador de Pulp Fiction lleva a sus dominios narrativos un heist, una película de robos. Lo recubre de un hado trágico que lleva a sus últimos extremos, un hado trágico que nos recuerda al de Atraco Perfecto de Kubrick, pero –hay que repetirlo- barnizado de un modo inédito en el cine en aquel 1991: la ahora célebre fórmula Tarantino.
Tramas, subtramas y sub-subtramas
La narración, desgajada, se construye a base de pistas que van arrojando inflexibles luces y sombras a los personajes que conocemos en la desenfadada conversación del prólogo, y a los que a partir de ahí veremos matar, sangrar, disparar, golpear, insultarse, torturar al prójimo y amarse unos a otros. También les veremos morir. La estructura narrativa es endiablada, y no conforme con atar los cabos, se adentra en subtramas tan célebres como la narración del modo en que el Señor Naranja se convierte en un infiltrado en la banda que atraca el banco –donde de un flash-back se pasa a otro, donde el tiempo de la narración no duda en moverse hacia atrás o hacia adelante con la única finalidad de captar la esencia de lo que se cuenta, donde la teatralidad de Tim Roth se hace literal en la magnífica secuencia que narra el ficticio incidente del ficticio drug dealer en unos lavabos llenos de policía: un personaje de ficción está narrando una mentira, pero Tarantino filma esa mentira, esa ficción dentro de la ficción-.
Enfant térrible
El señuelo para el espectador se halla en los elegantes, eléctricos diálogos que puntean absolutamente todos los conflictos de esta pieza de cámara. Se halla en la utilización (y la propia naturaleza) de las canciones que componen exclusivamente la banda sonora. Se halla en la sangre, y en el blanco y negro de los trajes. Tras el señuelo, el portento narrador de Tarantino, anunciando a gritos su cualidad de enfant térrible en una filmografía que, visto con el tiempo, necesitaba nuevos referentes del tamaño del realizador de esta portentosa película. Lástima que en el cine americano a menudo se subiviertan y desprecien incluso los mejores referentes, y se queden con desechos.
Keitel Connection
Aunque suela obviarse en las reseñas que la película merece en todo tipo de foros, me parece destacable el elenco actoral, que da la medida exacta del juego propuesto por el realizador: al peso pesado consolidado –Harvey Keitel, sin cuya presencia y patrocinio el filme no hubiera existido jamás-, se le añaden dos magnéticas presencias que abrieron las puertas a interesantes carreras: Steve Buscemi y Tim Roth. Sin olvidar la intervención del actor-fetiche del realizador, Michael Madsen, del malogrado Chris Penn, y del veterano productor Lawrence Tierney, que se lo pasa en grande en la piel de ese pequeño capo que parece sacado de una viñeta cualquiera de algún exponente genuino de la serie negra en el noveno arte.
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