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pulp fiction

pulp fiction

 

Pulp Fiction.

Director: Quentin Tarantino.

Guión: Quentin Tarantino y Roger Avary.

Intérpretes: John Travolta, Samuel L. Jackson, Bruce Willis, Uma Thurman, Harvey Keitel, Tim Roth, Amanda Plummer.

Música: Karyn Rachtman.

Fotografía:Andrzej Sekula.

EEUU. 1994. 134 mins. aprox.

 

          Desparpajo

 

          La verdad es que llevaba tiempo sin ver Pulp Fiction y ayer disfruté como un enano revisándola por enésima vez. Tarantino logra una pirueta genial basada en diversos elementos que conjuga a la perfección: primero, un alambicado argumental perfectamente articulado para obtener historias entrelazadas bajo una lógica no cronológica, rigurosamente calculada y ejecutada, que sirve para ningunear el interés dramático en pos de la efervescencia, el histrionismo y la liviandad de la trama. A pesar de las apariencias, estamos muy lejos de la ópera negra de Reservoir Dogs: en este caso, las propuestas narrativas pretenden llevarnos de viaje a la particular visión del realizador (y de su colaborador Roger Avary, coautor del guión) de los seriales de serie negra de usar y tirar que se homenajean en el propio título; un viaje violento pero desenfadado, tan tortuoso para los personajes como risible para el espectador, una especie de ruleta rusa de acontecimientos rocambolescos que obedecen a un destino caprichoso. Bajo esos códigos, en Pulp Fiction se nos habla alegremente de amor imposible, de milagros y redención, de complicidad y traición… Más importante que la habilidad para pergeñar tan inauditos acontecimientos es la capacidad de Tarantino para alinearlos en un plano narrativo, dotarlos de una universalidad propia, dando carta de naturaleza a una extraña lógica y a una inopinada capacidad de empatizar con el espectador. Que con un filme de estas características lograra Tarantino seducir a la mismísima Academia de las Artes y Ciencias de Hollywood da una buena medida de la capacidad de su propuesta para quebrar las normas con el mayor desparpajo y efectividad.

 

 

          Ingenios visuales

 

          Por otro lado, la historia se sujeta por una efectista pero inteligente puesta en escena en la que abundan los planos subjetivos, los primerísimos planos y unos mecanismos de montaje de lo más imaginativos, que consiguen arrastrar al espectador en la vorágine de excentricidades que el filme pone en liza. En su escenografía, Tarantino se preocupa de que el espectador pueda retener a la perfección los ingenios visuales (o auditivos: el “voy a ir a cagar” en off que aparece en el prólogo, p.ej.) para ensamblar las tres historias que se nos narran de forma desordenada. Pero esa habilidad tiene parangón en el modo en que la dinámica planificación de las secuencias individualmente consideradas consigue atrapar al espectador. Para condimentar el invento, Tarantino toma buena nota de las características de su obra precedente que fraguaron su más fácilmente detectable personalidad, y las lleva al extremo: la utilización de la música, los diálogos bizarros, las excesivas interpretaciones (a las que tan bien sirven aquí Travolta, Samuel L. Jackson, Harvey Keitel y Uma Thurman), la presencia casi hilarante o hasta anecdótica de la sangre y las visceras

 

 

          Planet Tarantino

 

El resultado es espléndido (y no me detendré a hablar de lo influyente que resultó en el cine de los años noventa, pero que conste que la sombra de los Dogs y de Pulp Fiction es muy alargada). No es la violencia explícita sino la destreza en el planteamiento lo que nos hace retener secuencias como las del chute de adrenalina, el ajusticiamiento sable en ristre o la limpieza de hemoglobina en el asiento trasero de un coche. Hay la misma personalidad en la conversación sobre el Mc Donalds o en el chiste de Mia Wallace como en la perorata de Jules sobre la señal que va a marcar un cambio en su forma de vivir. Tarantino incluso se atreve a dedicarse un autoguiño en la última secuencia del filme, donde Vincent apunta a Honeybunny, Honeybunny a Jules, y Jules a Pumpkin, del mismo modo que el Chris Penn apuntaba al Señor Blanco, éste apuntaba a Lawrence Tierney mientras éste apuntaba al Señor Naranja. En este caso, la sangre no llegará al río, y el espectador sonríe cuando el salvado Jules y el condenado Vincent esconden la pistola en el bañador y, con esas pintas de gili que llevan, se marchan del local a por el siguiente capítulo de sus pulposas existencias.

 

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