duelo en la Alta Sierra
Ride the High Country.
Director: Sam Peckinpah.
Guión: N. B. Stone, jr.
Intérpretes: Randolph Scott, Joel McRea, Mariette Hartley, James Drury, Ron Starr, Warren Oates.
Música: George Bassman.
Fotografía: Lucien Ballard.
EEUU. 1962. 106 minutos.
Cowboys de los de antes
Antes de que Sam Peckinpah rodara los westerns (y otros filmes) que han marcado ese estilo descarnado tan característico, nos entregó en 1963 esta bella Ride the high country, bajo cuyos aparentes rasgos de clasicismo se hallan buena parte de las inquietudes y pulsiones temáticas y narrativas del realizador de The Wild Bunch: el filme nos propone acompañar en su viaje a dos cowboys que acaban de reencontrarse –encarnados por dos auténticas (viejas) glorias del género: Joel Mcrea y Randolph Scott-, que cabalgan juntos pero divididos por la visión de las cosas que sus años de vida les han dejado: Steve Judd (Mcrea) conserva el aliento de la integridad y la honestidad como coda de vida, mientras que Gill Westrum (Scott) ha abdicado a esos valores superiores y aboga por el pragmatismo y el materialismo como forma de supervivencia; entre los dos –y las decisiones que pretenden adoptar- hay claros conatos de conflicto fraguándose durante buena parte del metraje, pero el filme deja claro que, por encima de las diferencias, aún rige la vieja amistad que los dos viejos colegas se dispensan. Con ellos cabalga un joven intrépido y enamoradizo, Henk Longtree (Ron Starr), quien, mediando involuntariamente entre sus acompañantes, irá adquiriendo la estela de honradez y virtud de una vieja escuela de cowboys que –el filme nos lo muestra a las claras cuando describe los habitantes de High Country- está claramente en desuso. Así que en el filme se opone –en lo que será una constante en la filmografía de Peckinpah- el aliento de la nostalgia por una forma de entender la vida y el oeste con un pragmatismo bajo cuyo trazo se halla la depravación moral y material. En el seco desenlace se consuma a la vez lo que de romántica tiene esa visión y lo que de crepuscular resulta.
Hipertrofia
A pesar de que el filme está realizado en 1962, antes de que el western clásico se terminara de disgregar en miradas crepusculares, hiperrealistas o revisionistas, es importante prestar atención a los personajes-tipo que pueblan la película de Peckinpah: desde los raquíticos empleados del banco que contratan a Steve, a los cowards hermanos Hammond, sin olvidarnos del obtuso cartesianismo cristiano del Sr. Knudsen -padre de Elsa, con quien mantiene una turbia conversación en relación a “quien le pone la mano encima a su hija”-, ni de la fauna que puebla el saloon/burdel de Kate –especialmente, el alcalde/juez, borracho y cínico anciano que terminará apaleado-... Todos ellos, versiones hiperbólicas (ya hipertrofiadas) de los personajes arquetipos del género, cuya mera presencia envilece cualquier pátina refulgente, y cuyos actos y palabras embrutecen –diría que de forma irremisible- el contenido moral del universo descrito.
The high country
Toda la película transita por vastos y hermosos espacios agrestes, retratados con talento por el operador Lucien Ballard. Como magnífico director del género, Peckinpah extrae del paisaje buena parte de la fuerza de sus secuencias de acción, escenificando con precisión los asedios y combates que se dan cita entre rocas, montículos, arbustos y malezas. Esa importancia de la fisicidad, que aquí canaliza lo trepidante igual que en otras ocasiones abraza lo lírico –v.gr. Pat Garrett & Billy the Kid-, es otra de las marcas de estilo de Peckinpah, no tan asidua en los comentarios que polulan alrededor de su filmografía, que suelen detenerse en los excesos y a menudo obviar la destreza del realizador para moldear las imágenes y construir el discurso sirviéndose de ese elemento telúrico.
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