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el silencio de los corderos

el silencio de los corderos

 

The Silence of the Lambs.

Director: Jonathan Demme.

Guión: Ted Tally, basado en una obra de Thomas Harris.

Intérpretes: Jodie Foster, Anthony Hopkins, Scott Glenn, Ted Levine, Stuart Rudin.

Música: Howard Shore.

Fotografía: Tak Fujimoto.

EEUU. 1991. 118 minutos.

 

 


 

 

Una mujer

 

El inicio de The Silence of the Lambs nos muestra el atardecer en un  paisaje frondoso. Se sobreimponen unos créditos, extraños por la poca convencionalidad de su color (negro con ribetes blancos); escuchamos el obscuro leit-motiv principal de la partitura de Howard Shore; vemos a la aprendiza de agente del FBI Clarice Starling esforzándose, en solitario, por llevar a buen puerto unos duros entrenamientos físicos (escalar con cuerdas, correr campo a través, superar obstáculos...). Con una habilidad que trasciende la del artesano, Jonathan Demme adelanta en esos dos minutos iniciales la coda del filme: una mujer de carne y hueso que se esfuerza en conseguir una meta, una mujer que aún se halla en proceso de aprendizaje, y cuyo tesón no la desligará del dolor; una mujer que deberá enfrentarse con los elementos.

 

 

Un thriller canónico

 

Vaya por delante que la revisión del oscarizado filme de Demme quince años después de su estreno demuestra con qué facilidad logran los clásicos vencer al tiempo que corre y pretende envejecerlos. The Silence of the Lambs brilla con la misma fuerza y eficacia de siempre, y debe verse como un auténtico manual de lo que es un thriller comme il faut. La filmografía previa –así como la posterior- del director de Married to Mob demuestra que no es el cine de género, ni específicamente el suspense, su  motivación o tendencia autoral; esto nos sirve para entender algo fundamental en cine: el hecho de que, si se tiene a un realizador talentoso, se puede construir una película que roza la perfección con sólo dos ingredientes: la pericia artesana sobre un guión bien hilvanado -el orden y la paciencia en la planificación, rodaje y montaje de las secuencias para conseguir un equilibrio y una mesura en el tempo de la narración-; y la sabia dirección de actores, en este caso dos protagonistas en franco estado de gracia (y cuando me refiero a ellos dos, no pretendo ningunear el acertado casting y las magníficas aportaciones de los actores secundarios, pero me parece a mí que el tour de force entre Jodie Foster y Anthony Hopkins es sencillamente antológico, y merced de esos alardes interpretativos –más allá del atrayente contenido de sus diálogos-, las secuencias que ambos comparten acaba conteniendo las claves de la magnificiencia del filme).

 

 

Hannibal el Caníbal

 

Aunque la trama del filme se construya a partir de la investigación de los truculentos asesinatos de un serial-killer en toda regla (Buffalo Bill), lo que cuenta la película es el proceso de instrucción que vive (y sufre) la joven agente Clarice cuando es llamada a resolver casi accidentalmente tan truculento caso. Y en ese proceso de crecimiento humano y profesional, el único instructor que da la medida del éxito no es otro que Hannibal el Caníbal, un personaje que parece sacado de las pesadillas más relumbrantes de Freud o de Nietzsche, un ser tan extraordinario como abominable, la quintaesencia de la virtud renacentista atrapada en una mente obtusa. Un personaje, en fin, digno de complejo estudio en un manual jurídico-penal.

 

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