quiero la cabeza de Alfredo García
Bring me the head of Alfredo García.
Director: Sam Peckinpah.
Guión: Sam Peckinpah y Gordon T. Dawson, basado en una historia de Peckinpah y Frank Kowalski.
Intérpretes: Warren Oates, Isela Vega, Robert Webber, Gig Young, Helmut Dantine, Emilio Fernández, Kris Kistofferson.
Música: Jerry Fielding.
Fotografía: Alex Philips, jr.
EEUU. 1974. 107 minutos.
Peckinpah crepuscular
La película -de tan hiperbólico título- que nos ocupa pertenece a los últimos años de la filmografía del realizador de The Wild Bunch, unos años en los que se acusa cierta atrofia en el despampanante aparato visual de Peckinpah. Sin embargo, como igualmente sucede en otros filmes como The Iron Cross, este cierto descontrol escénico, o estético, o de montaje, no empece en absoluto la valía de los filmes, antes bien los imbuyen de un extraño hálito crepuscular de fuertes connotaciones referidas a la idiosincrasia, el sufrimiento y la sangre lírica del autor.
No retorno
En esta atípica road-movie, en esta narración de viaje de ida (y sin vuelta) al infierno de una recompensa, nos encontramos con el catálogo de excesos que forman parte de la iconografía del realizador. Tiroteos hiperrealistas, a menudo resueltos al ralentí, luces y sombras en los humildes parajes de la frontera normexicana, mujeres hermosas de superlativos pechos, sangre y vísceras, sugerencias que vienen de sencillas melodías a guitarra, estruendos en el fragor de la perdición. Esto es, una obra absolutamente coherente con las enseñas, entre lo mítico, lo lírico y lo nihilista, del director de Pat Garrett and Billy the Kid.
Parábola moral
De hecho, Bring me the head of Alfredo Garcia es una parábola moral, y a la vez una declaración de intenciones de Peckinpah. Desde la secuencia bucólica que abre la cinta hasta el nefando tiroteo y la boca de cañón en primerísimo plano que la cierra se nos narra, sin contenciones ni concesiones, el trayecto pernicioso del dinero en el alma, y sirviéndose del protagonista que tan bien incorpora Warren Oates, extiende ese cuento a la podredumbre que anida en el sistema moral de aquel ciudadano estadounidense, que prima lo económico –la promesa de una mayor prosperidad- sobre todo lo demás, y el precio de esa recompensa es, por tanto, perderlo todo. Cuando Oates supera improbablemente todos los óbices y se encuentra de frente con su hado en metálico, se da cuenta del sentido de las advertencias que antes no quiso escuchar de la mujer que amaba, y a la que perdió. Atisbando finalmente la luz y revolviéndose contra su propio código de valores, resuelve a tiros esa encrucijada y se enfrenta gustoso a lo inevitable. Conociendo el talante de Peckinpah no es de extrañar que arroje a su protagonista a un redimidor suicidio.
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