youth without youth
Youth without youth.
Director: Francis Ford Coppola.
Guión: Francis Ford Coppola
Intérpretes: Tim Roth, Alexandra Maria Lara, Bruno Ganz, André M. Hennicke.
Música: Osvaldo Golijov.
Fotografía: Mihai Malaimare jr.
Rumania-Italia-Francia. 2007. 117 minutos.
Película no alimenticia
Hacía diez años que Francis Ford Coppola no se ponía tras la cámara. Antes que eso sucediera, y diría que desde el descalabro comercial de One from the heart, si un epíteto se repetía severamente al mencionar sus películas era el de “alimenticias”. Y ése es un epíteto con claras connotaciones negativas, pues por ende presupone que el director (en este caso, hablando de alguien otrora considerado un genio del cine) tiene que abandonar sus ínfulas artísticas para rendir cuentas con la taquilla. Es cierto que en ese saco cabe casi todo, pues igual de alimenticias son las películas de perfil cinematográfico más bajo rodadas por Coppola –Jack, Peggy Sue got married-, que su magnífica adaptación de la novela The Rainmaker de John Grisham, su versión del mito de Bram Stoker (Bram Stoker’s Dracula, que puede ser muchas cosas, pero sin duda que no es una obra acomodaticia) o, incluso, su conclusión de la trilogía de Michael Corleone (The Godfather, Part III). Lo que está fuera de toda duda es que Coppola tuvo que trabajar mucho para tratar de sanear economías (la suya personal, la de su productora American Zoetrope, y la de los avalistas que en su día creyeron a pie juntillas en el potencial comercial del realizador), cruel peaje del showbiz a un hombre que, mientras pudo, jamás titubeó en arriesgarlo todo para dar cauce a una visión, y que en los setenta se abrió paso con pasos agigantados por una industria, la del cine norteamericano, en horas bajas (curiosidades de la perspectiva histórica, la senda de Coppola puede equipararse, en relación inversamente proporcional, a la de su viejo amigo George Lucas, a quien Coppola le produjo –porfiando contra viento y mareas- su primera película, THX 1138). Toda esta parrafada viene al caso para sentar la primera de las cualidades que definen su regreso al cine: Youth without youth no es una película alimenticia. De hecho, no se me ocurre una definición más opuesta a lo alimenticio (o a la vocación comercial) que tratar de llevar al cine una novela del escritor rumano Mircea Eliade que, bajo una premisa de ciencia-ficción, abraza un discurso netamente filosófico, empapado de resonancias de espiritualidad orientalista, y que perfila tesis sobre conceptos tan abstractos y diversos como puedan ser los orígenes del lenguaje, los límites del conocimiento, la hipermnesia, la transfiguración del alma o cábalas científicas sobre la protohistoria. Decididamente, la vocación comercial parece más bien reñida con esta propuesta literaria a la que Coppola da escrupuloso cauce cinematográfico. Por cierto, retomando el hilo de la industria, que Youth without youth es una coproducción rumano-franco-italiana, y distribuída por Pathé.
Entre el hombre y la divinidad
Dominic Matei, el protagonista de la obra (encarnado por un esforzado Tim Roth), es un provecto investigador, lingüista, que vive en la pequeña localidad rumana de Pietra Neamt, y que encara el final de su vida con la conciencia de su poso más amargo, pues siente que todos sus sueños se han frustrado, porque aún echa de menos a la mujer que perdió por culpa de su elección intelectual, y porque ya está seguro de que la razón de ese sacrificio sentimental, la gran tesis a la que dedicó toda su vida, no podrá terminarse, pues siente que está perdiendo la memoria. El profesor Matei, tras un lamentable episodio amnésico, viaja a Bucarest pensando en el suicidio: tiene un sobre azul en cuyo interior guarda estricnina. Pero ese plan suicida se ve frustrado apenas llegar a la estación, cuando estalla una tormenta y un rayo alcanza al profesor. A pesar de dejar la mayoría de su piel chamuscada, el rayo no le fulmina, ni le imposibilita para los restos. Bien al contrario, Dominic, y los doctores que le tratan, pronto descubrirán que la formidable carga eléctrica desplegada sobre el cuerpo del anciano ha tenido un efecto inaudito: Dominic está rejuveneciendo, sus tejidos celulares se han fortalecido, le vuelven a salir dientes, su apariencia es la de un joven de treinta años... Poco después descubrirá que también su memoria se ha visto afectada por la descarga: Dominic empieza a recordar deprisa cosas que había olvidado, y también otras que no recordaba haber sabido jamás, cuando duerme tiene la sensación de que asimila conceptos y grafias en idiomas que nunca dominó, su memoria se vuelve literalmente prodigiosa, y con ello sus posibilidades de aprendizaje de todas las lenguas y perfeccionamiento de su tesis sobre los orígenes del lenguaje. Dominic controla el tiempo, pues su regeneración es un desafío al curso de la naturaleza, y también tiene esas posibilidades sobrehumanas para conocer, aprender, interpretar e inferir, pero, aún hay más: pronto siente la presencia cercana de una voz de la conciencia, una especie de doble, que en realidad es un intermediario entre su condición humana y la dimensión superior que por efecto del rayo ha alcanzado, un intermediario, citando textualmente tanto la novela como una escena de la película, “entre el consciente y el inconsciente, pero también entre la naturaleza y el hombre, entre el hombre y la divinidad, entre la naturaleza y el eros, entre lo femenino y lo masculino, entre la luz y las tinieblas, entre la materia y el espíritu”...
Ilustrar el paso del tiempo
La adaptación que Coppola realiza del denso texto de Eliade es, principalmente, quirúrgico. Y también lo es la puesta en imágenes de esa narración de tan difusas opciones visuales. Precisamente eso, la dificultad que entraña la adaptación cinematográfica de esta “Tiempo de un centenario” es el reto que Coppola asume gustoso en esta ocasión: convertirse en un ilustrador. El guionista ávido que siempre buscó trascender en lo cinematográfico los textos de partida, en esta ocasión busca un texto que en sí mismo dispone de posibilidades infinitas de trascendencia –en la abstracción, en lo filosófico, en lo metafísico-, y lo convierte en imágenes siguiendo escrupulosamente buena parte de sus postulados narrativos y temáticos, y por tanto edificando nada más que puertas para la reflexión del espectador. Youth without youth es una auténtica rareza cinematográfica, pues se sirve de una premisa de ciencia-ficción pero no es una narración afiliable a ese género. Es... otra cosa. Tampoco The Godfather era una narración gangsteril al uso, ni Apocalypse Now es encerraba en los márgenes del cine bélico, ni One from the heart se conformaba con seguir las normas del musical. Lo que anida esencialmente bajo Youth without youth, de lo que “se sirve” Coppola al adaptar el texto de Mircea Eliade, las razones por las que la escogió, tiene(n) que ver en definitiva con uno de los temas esenciales de la filmografía del realizador, cual es el debate entre el ser y la existencia bajo el arbitrio del tiempo. Tema que ya aparecía claramente incluso en las dos obras que he citado como más prescindibles del autor -Jack, Peggy Sue got married-, o en el recorrido por la historia de Michael Corleone, de principio a fin -la trilogía de El Padrino-, o en el retrato de la belleza, el desaliento y la fugacidad de la juventud–Outsiders, Rumble Fish-, o en el vasallaje a la inmortalidad del conde de Transilvania -Bram Stoker’s Dracula-, o incluso en la pervivencia en la memoria como excusa para un cuento gótico (Dementia 13). Discursos todos ellos aferrados a la idea del tiempo que pasa y devora existencias, discursos aquí convertidos en proposiciones y, quizás por ello, en una capitulación.
Sincreción
El principal mérito de Coppola en la elaboración del libreto es la sincreción, y esa norma se aplica, a rajatabla, a la planificación, realización y ensamblaje de las escenas: Youth without youth está construída a base de cortas secuencias, de decisivos diálogos o soliloquios, de diáfana exploración en cada idea o contenido, en cada premisa que se va acumulando a la anterior en tan condenso ensamblaje argumental-discursivo. La forma escogida es, como casi siempre en Coppola, de corte clásico, y la apariencia, de realización funcional, pero el que conozca el sustrato literario comprenderá que más bien se trata de fidelización a un texto despojado por completo de circunloquios. Al igual que en tres páginas de la novela ya conocíamos los conflictos previos del profesor Matei y le hallábamos en el hospital convalescente del accidente del rayo, en cinco minutos de la película también hemos acumulado toda esa información, y alguna otra mediante ágiles flash-backs (¡y los títulos de crédito!). Pocos de los pasajes narrativos contenidos en la novela se sortean, aunque Coppola, que tiene muy interiorizado el texto, se atreve a modificar algunos personajes y situaciones para compendiar algunas de las ideas que, sobretodo a partir de la tercera parte de la novela, empiezan a espesarla en lo abstracto: es el peaje necesario para seguir el cauce de una narración que no se empantane, para ayudar al espectador a seguir atento a las meditaciones que en definitiva erigen la narración y a las que esa narración se dirige. En el pasaje central de la película, Coppola va más allá de la novela en el relato del contexto histórico –la Segunda Guerra Mundial-, y nos cuela un magistral interludio servido a base de cortas secuencias explicativas punteadas por la aparición de diversos titulares de periódicos de todo el mundo, que nos sitúan en el tiempo (en ese pasaje, por cierto, asistimos a un cameo de Matt Damon, que fuera el protagonista de The Rainmaker, en una secuencia bastante jocosa y que propone conjeturas inéditas en la narración de Eliade). Después, Coppola alarga el pasaje de la relación entre Dominic y Verónica (y en un hallazgo genial, utiliza la misma actriz –Alexandra Maria Lara- que interpretaba a la antigua novia de Dominic), y lo hace porque puede servirse de lo dramático (la relación imposible entre los amantes) para incidir y hacer atractivo al espectador algo mucho más inconcreto: las razones de ese amor imposible, la vampirización, la involuntaria instrumentalización de la chica por parte de Dominic para alcanzar sus fines intelectuales.
Valores añadidos
El filme, que fue dirigido en 2007 y a finales de 2008 aún no se había estrenado en España, ha sido recibido con cierta tibieza por la crítica especializada, muchas reseñas acusando a Coppola de pretenciosidad. Me da a mí la sensación de que antes de hablar/escribir, hay que saber de qué se habla/escribe. Y también que Coppola, que antaño fue primero elevado a los altares y después vapuleado sin piedad por la misma crítica, está ya por encima de tantos comentarios contradictorios que su obra merece por razones extracinematográficas. Yo recomiendo al amante del cine que se acerque a la obra de Mircea Eliade y a la adaptación que nos propone Coppola en esta película deslumbrante en muchos sentidos, de efervescencia discursiva e improbable arqueo lírico. Se trata de un reto para el espectador al igual que lo supuso para el cineasta, y eso es un valor añadido. Otro más en la excelsa filmografía del autor de The Conversation.
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