Cotton Club
The Cotton Club.
Director: Francis Coppola.
Guión: Francis Coppola, William Kennedy y Mario Puzo, basado en la obra de Jim Haskins.
Intérpretes: Richard Gere, Diane Lane, Gregory Hines, Lonnette McKee, Bob Hoskins, Allen Garfield, Nicolas Cage, Fred Gwinne.
Música: John Barry.
Fotografía: Stephen Goldblatt.
EEUU. 1984. 106 minutos.
Harlem, Chicago
En 2003 llegó a las pantallas un filme denominado Chicago, debut de Rob Marshall en la dirección de largometrajes, que reivindicó para la taquilla los parabienes de un género tan alicaído como el musical, que cosechó todos los laureles posibles en foros críticos de medio mundo, y, como colofón, que se alzó con la más preciada estatuilla que dan en aquel país de los premios que es Hollywood. Revisando esta película de 1984, Cotton Club, me dí cuenta de que algunas de las mejores ideas contenidas en la referida Chicago son una copia servil de esquemas narrativos e improntas visuales que se contienen en esta efervescente y ahora olvidada película de Francis Coppola.
Del glamour
Cotton Club supone un homenaje en toda regla a los célebres espectáculos no ya del célebre club que da título al filme, sino de todos los locales de fiesta que proliferaron en el norte de Manhattan durante los años de la prohibición, de los artistas –su inmensa mayoría, negros- que protagonizaron sus espectáculos, y, cómo no, de las vibrantes piezas de jazz clásico que se interpretaban en esos shows y que encandilaron a toda una generación. Partiendo de esa premisa, el filme se construye en todo momento desde una acusada teatralidad: los gángsters se retratan de una forma completamente inversa a los de The Godfather, incorporando y enfatizando todos los clichés con los que el arte popular los ha retratado –ya desde los rostros de Dutch, Frenchy o Sol, hasta su indumentaria, pasando por esas iconográficas metralletas de cartón piedra-; algo parecido sucede con los artistas, cuya idiosincrasia farandulera se mantiene en las secuencias cotidianas –lo que ayuda a Gregory Hines a arrancarse una interpretación genial-. El artificio deliberado y el glamour sostienen las imágenes y la propia historia. Ello alcanza a muchos detalles argumentales –como el hecho de que Dixie se convierta en icono del star system de Hollywood con un filme llamado Mob’s Boss (jefe de la mafia)-, pero radica principalmente en la elaborada planificación y escenografía (véase, por ejemplo, el modo emblemático en el que se filman las secuencias de violencia, una violencia que, una vez más en Coppola, se caracteriza por su afectación y por su identificación con esos patrones narrativos clásicos a los que la película rinde tributo). Por si a alguien le quedaba alguna duda al respecto, la secuencia final concatena las imágenes reales de la Grand Central Station con su recreación en el escenario del Cotton Club, colofonando el filme con la fusión de realidad y ficción (o, más que ficción, espectáculo), para cerrar la historia con la celebración del esperado happy-end con un brindis desde un tren que se aleja de la cámara (dándonos a entender que volvemos a nuestras butacas y al mundo real, mientras los protagonistas permanecerán en ese limbo de fantasía, glamour y bambalinas).
Espectáculo
Esta buscada idiosincrasia teatral emparenta el filme con otra de las mejores películas de su realizador: One from the heart. Si bien en este caso no se asumen tantos riesgos –porque la narración y el ritmo se canalizan desde una mayor vocación (o concesión) a la convencionalidad-, se asemeja el modo en el que Coppola nos recuerda que la belleza del cine puede ampararse en la prestidigitación y el engaño, siempre que se posea el talento para arrancar a las imágenes una fuerza tan espectacular como la que contenían los arrebatos líricos de One from the heart o las secuencias musicales del Cotton Club –no individualmente consideradas, sino por su forma de sostener la narración con el talante o el tempo de las melodías, o con las coreografías o las letras de sus canciones-.
Elenco actoral
No puede cerrarse una reseña de este agitado e impactante filme sin detenernos ante un elenco actoral que deja huella en el recuerdo: más allá de las composiciones más bien funcionales de Gere y Cage –curiosamente, los actores que con los años lograron una mayor fama en Hollywood-, nos quedamos con las magníficas interpretaciones del ya citado Gregory Hines, de Bob Hoskins, de Lonette McKee y de Fred Gwinne. Y dejo para el final mi más rendida admiración por la belleza y el portento de sensualidad que imprime a su papel Diane Lane, una de las últimas interpretaciones que nos dejó antes de que Coppola dejara de hacer películas y la industria la olvidara (hasta recuperarla, mucho más tarde, en películas que, por ahora, no merecen mayot reivindicación).
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