Drácula de Bram Stoker
Bram Stoker’s Dracula
Director: Francis Coppola.
Guión: James V. Hart, basado en la obra de Bram Stoker.
Intérpretes: Gary Oldman, Winona Ryder, Johnnie Depp, Sadie Frost, Tom Waits, Cary Elwes, Anthony Hopkins.
Música: Wojciech Kilar.
Fotografía: Michael Bauhaus
EEUU. 1992. 121 minutos.
Coppola en los noventa
Nos hallamos ante el último aletazo de vigor de uno de los más grandes realizadores que nos ha dejado el Cine, al menos antes de un larguísimo parón tras las cámaras –que se ha extendido a una década- del que regresa con la adaptación de la obra de Mircea Eliade Youth without youth y el proyecto (en fase de producción al escribir esto) llamado Tetro. De Bram Stoker’s Dracula podría predicarse que se trata de un filme de encargo, pero eso es decir bien poco conociendo los aprietos financieros arrastrados por Coppola tras Apocalypse Now y One from the heart.
Expresionismo
El talante de esta enésima revisión del mito vampírico por excelencia parte del propio enunciado: Coppola y su guionista pretendieron trasladar a la pantalla con la mayor fidelidad posible la narración literaria que dio nombre y forma al terrorífico personaje. Para ello, se escatimaron los medios necesarios tanto en la dirección artística como en la contratación de actores de renombre que pudieran dar la pretendida vuelta de tuerca al mito vampírico. Y la visión de Coppola –gran cinéfilo amén de gran cineasta- se erige, para quien esto suscribe, como un velado homenaje a la narración expresionista (no creo que sea curiosamente que corresponda con la primera y tal vez mejor película del subgénero: Nosferatu). El filme se caracteriza por el desparpajo y la truculencia en la puesta en escena, el juego caprichoso con las sombras, la inclusión de un generoso surtido de secuencias que rozan lo onírico, el gusto por los colores intensos –especialmente el rojo-, la saturación de elementos en los planos, el detalle en la plasmación de las múltiples formas en las que transmuta el príncipe transilvano en su viaje en busca del amor perdido. Con ello se pretende, y logra en parte, transmitir el abrupto hálito romántico que empapa el texto de Stoker, llevando la narración y sus personajes al extremo de la intensidad, pero sobretodo reformular con las técnicas del cine de las postrimerías del siglo XX la esencia de las primeras aproximaciones que efectuó el cine al mito vampírico, precisamente en los albores del siglo y del propio Cine.
Luces y sombras
Hay en la caligrafía del maestro Coppola no pocas muestras de su dominio del encuadre y de la narración: Bram Stoker’s Dracula es un buen ejemplo de la utilización con sentido del artificio con pretensiones atmosféricas, de lo que es buena muestra el sinfín de encadenados que jalonan la narración, en muchas ocasiones de lo más sugestivos. Sin embargo, la película arrastra un problema que proviene de la reiteración de ideas que se transcriben en los diálogos, demasiado empapados de sí mismos, y que lastran el ritmo del filme, especialmente en su último tercio. Otro problema tiene que ver con el elenco actoral, en líneas generales –excluyendo a Gary Oldman y Winona Ryder- rayando la mediocridad cualitativa, y dejando no pocos pasajes huérfanos de la tensión dramática que debiera resultar en imágenes.
Fascinación
A pesar de la idiosincrasia megalomana desplegada por el filme, el que suscribe anota como su secuencia favorita aquélla en la que Vlad conoce a Mina en las calles del Londres y la lleva a visitar una feria ambulante en la que se hace una demostración del primigenio cinematógrafo: bajo su aparente sencillez formal y su placidez, se ensarta en la narración una bella alegoría de visos historiográficos, y un sugerente discurso sobre el poder de fascinación de la imagen.
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