sin perdón
Unforgiven
Director: Clint Eastwood.
Guión: David Webb Peoples.
Intérpretes: Clint Eastwood, Gene Hackman, Morgan Freeman, Richard Harris, Saul Rubineck.
Música: Lennie Niehaus.
Fotografía: Jack N. Green.
EEUU – 1992 – 123 minutos.
Belleza absoluta
Unforgiven puede recordarse como una frase que William Munny le suelta a Kid tras el asesinato de uno de los vaqueros que lesionaron a una prostituta: “Matar a un hombre es algo muy duro; le quitas todo lo que tiene y todo lo que podría haber tenido”. O nos puede evocar una sencilla y nostálgica partitura de piano puntuando una puesta de sol que recorta la figura de Munny, granjero, tan hermosa como la práctica totalidad de encuadres paisajísticos que ilumina Jack N. Green constante el metraje. Como sucede con las grandes películas, cualquier primer plano del filme –especialmente los que muestran a Eastwood/Munny, a Hackman/Little Bill, o a Harris/English Bob- puede aparecer en nuestra memoria visual ante el simple enunciado del título. Por otra parte, parece que el guionista David Webb Peoples tiene manifestado que Unforgiven-película es milimétrica a Unforgiven-guión, lo que sin duda nos indica la grandeza cinematográfica de que hace gala el director de The Bridges of Madison County, que se atreve con una película de extrema complejidad temática y logra extraer algo más que su sobrio discurso: una bella composición plástica. Eastwood dirige por cuarta vez (tras El fuera de ley, Infierno de cobardes y El Jinete Pálido) un western, en todos los casos atípico; por cuarta vez logra, como hiciera su mentor Sergio Leone varias décadas antes, redefinir el género y dejar una perenne impronta estilística, alcanzando en esta ocasión, en mi humilde opinión, la absoluta perfección.
Sencillez, complejidad
Y en esta relectura del género cinematográfico por excelencia queda claro que no cabe otro punto de partida que el respeto por los cánones escenográficos y narrativos, a los que Eastwood rinde debida pleitesía. A partir de ahí, las innovaciones: el epíteto crepuscular, al que prima facie podríamos recurrir para referirnos al filme, lo único que hace es encubrir la transformación de unos códigos axiomáticos referidos a la definición de los personajes en todos los aspectos. Aquí entran en juego por supuesto las reflexiones que propone el inteligente libreto de Webb Peoples –se me ocurre la parábola sobre la violencia y sus perniciosas consecuencias, el alegato sobre la triste situación de las mujeres en el contexto social descrito, el retrato de la fragilidad humana, y en relación con ello la delgada línea divisoria entre los conceptos del bien y el mal-, pero no hay duda de que el talento de Eastwood enriquece esas propuestas discursivas, les da efervescencia visual, e incluso, merced de su dominio de la puesta en escena y al apasionado afán por la carga subjetiva –vuelvo a esos primeros planos-, permite mayores inferencias de las escritas. El mayor mérito reside sin duda en la narración de apariencia sencilla como método para el acercamiento a un denso entramado discursivo.
Masterpiece
Sobriedad e intensidad, en definitiva, se dan la mano durante las casi dos horas de duración de esta obra maestra de Eastwood, auténtico referente de la introspección psicológica en el cine, de personajes no en balde caracterizados por actores de la talla del propio Eastwood, Richard Harris, Morgan Freeman, Saul Rubinek o el (una vez más) superlativo Gene Hackman.
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