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fuga sin fin

fuga sin fin

The Last Run

Director: Richard Fleischer.

Guión: Alan Sharp.

Intérpretes: George C. Scott, Tony Musante, Trish Van Devere, Colleen Dewhurst, Aldo Sambrelli.

Música: Jerry Goldsmith.

Fotografía: Sven Nykvist

EEUU. 1971. 92 minutos.

 


 

 

 

         El último trabajo

 

Dirigida por Richard Fleischer en 1971, The Last Run – expresivo título trocado en España por otro más efectista- está protagonizada por un hombre desarraigado, conductor de coches que antaño había prestado sus servicios para la Mafia y que, tras pasar mucho tiempo fuera del business, decide realizar otro peligroso encargo consistente en el transporte de un fugado por las carreteras españolas y hasta más allá de la frontera francesa… En la premisa argumental del filme los dos datos que llaman la atención del protagonista encarnado por George C. Cooper son, por un lado, ese “reencuentro” con la vieja e ilícita profesión, y, por otro, que se trate de su último trabajo (y no es un spoiler, aparece bien claro en el título del filme).

 

 

Implicaciones emocionales

 

En el prólogo del filme vemos a Harry Grames, el protagonista, poner a punto su instrumento de trabajo, su coche (un hermoso BMW que, sin embargo, pertenece a generaciones pretéritas, es de 1957, y la historia se sitúa en la actualidad -1971-) y transitar a alta velocidad por las serpenteantes carreteras de la costa del Algarve  portugués. Con rápidas y hábiles pinceladas expositivas –la visita a la tumba de su hijo, la conversación con el capitán de un barco propiedad de Harry, el encuentro con una prostituta amiga suya- seremos informados de que esa vuelta al ruedo de los trabajos para redes mafiosas se debe a la incapacidad del protagonista de vivir según las normas de un cambio vital que le salió rana, el de casarse y mudarse a aquel entorno reposado, hacerse pescador, vivir cada día igual que el anterior (aunque se explique que “no servía para pescador”, sin duda el dato crucial es que perdió a su esposa, que le abandonó, y a su hijo de cuatro años, que murió, no se explica cómo ni –siguiendo la coda narrativa lacónica del filme y de su protagonista- tampoco se recrea en aspavientos dramáticos al respecto). En aseveraciones dialogadas brillantemente escritas, interpretadas y rodadas, abundaremos en las profundidades emocionales de Harry, ese insuperable hálito melancólico (la prostituta le pregunta si cree en Dios, y Harry le dice que “tenía algunas acciones antes de la quiebra”, en indudable referencia a la pérdida de su familia) y de descalabro sentimental (la prostituta le pregunta si cree que alguien como ella no puede tener fe o amar, y él dice que “no es prostituta quien va con éste, aquél y conmigo, sino quien tiene corazón de prostituta”, alusión directa a su esposa que le abandonó). Más adelante, en un roce sentimental con Claudie, la pareja del fugado que les acompaña, se abrirá la más cabal de las tesis que con majestuosa elegancia expositiva van planeando constante el metraje: le dice que el mayor de los problemas es el tiempo, el paso del tiempo, el devenir de la muerte: quintaesencia del desarraigo, Harry está perdiendo una lucha consigo mismo para hallar un sentido a sus actos, a su vida, a sus emociones. Precisamente la afiliación sentimental con el personaje de Claudie (sutil y atemperada en las imágenes) marcará su destino, cuando en lugar de abandonar a su “cliente” y a su novia (Claudie) a su suerte acuda a rescatarlos poniendo en claro peligro su vida por inmiscuirse en cuestiones que no debieran incumbirle, que escapaban de su cometido profesional: Harry escoge poner su vida en peligro porque echa de menos implicarse emocionalmente: son reveladores los diversos diálogos con Claudie, espejismos de una última oportunidad de escapar que se desvanecerá inevitablemente.

 

 

Implosiones

 

A la vista de todo lo apuntado, no parece nada extraño que la dirección de esta The Last Run fuera inicialmente pensada para John Huston, ilustre ilustrador de la condición del perdedor y de la tragedia existencial. Cabría hacer cábalas sobre las cualidades que sin duda hubiera revestido el filme en manos del director de The Misfits, pero sinceramente soy de la opinión que Fleischer no le va a la zaga, por cuanto es bien capaz de cargar de intensidad el sino emocional de su personaje (con lo que narra, con lo que sugiere y con lo que se permite omitir en el férreo guión de Alan Sharp) y alternar sabiamente esa aciaga introspección con la carga explosiva de las impactantes secuencias de alta velocidad en carretera, integrando ambas facetas narrativas en un tono soberbio, elocuente en su concisión, desnudo y tenso en su formulación visual, e imbuido de la textura algo sórdida y umbría, de visos realistas, tan llena de matices y sugerencias que tenían los filmes policíacos de la cinematografía americana de aquella década, género del que sin duda esta The Last Run se erige en un austero y espléndido exponente.

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