million dollar baby
Million Dollar Baby.
Director: Clint Eastwood.
Guión: Paul Haggis, adaptando dos historias de F. X. Toole.
Intérpretes: Clint Eastwood, Hillary Swank, Morgan Freeman, Jay Baruchel, Lucia Rijker, Mike Colter.
Música: Clint Eastwood.
Fotografía: Tom Stern.
EEUU. 2004. 120 minutos.
Perdedores…
Million Dollar Baby es una película de perdedores. No hay ni un sólo personaje en la película que se libre de esa condición (o quizá hay uno, Maggie, que siempre logra lo que quiere; pero no es su historia la que narra la película). Y también son honestos. Acaso es lo mismo. La protagonizan dos sexa/septuagenarios que, uno, Frankie Dunn, entrena en un viejo gimnasio de boxeo a jóvenes promesas (una caracterización muy humana de Eastwood, cuyo mayor mérito reside en no deshacerse, ni pizca, de su imagen real, y con ello seguir desmitificando su vieja imagen), y, otro, Eddie, que lo regenta (el siempre solvente Freeman). El primero había sido manager, el segundo, boxeador de carrera truncada por un accidente en el ring. Ambos sobreviven en ese pequeño quehacer de trasladar sus enseñanzas a las jóvenes generaciones. Parece que el grueso de su existencia ya perdió su sentido. Eddie dejó el boxeo, y parece resignado a su condición actual. Frankie perdió el amor de su hija, y busca, serena y desesperadamente, una redención que parece alejarse a cada paso. Uno y otro son amigos, tanto que el segundo narra la historia del primero en off (narración que se convierte en epístola en el último minuto del filme, en una pirueta argumental tan sencilla, honesta y efectiva como lo es toda la película).
… y Maggie
Las cosas parecen cambiar para ambos cuando entra en su gimnasio y en su vida una no tan joven aspirante a boxeadora, Maggie (Swank, superlativa, incluso superior a sus comparsas), que a fuerza de honestidad, buena voluntad y un tesón rayano en lo irreductible, consigue ganarse las simpatías de Eddie, y por intermediación de éste, que Frankie se libere de sus prejuicios y acceda a entrenarla. Lenta pero segura, Maggie responde a todas las expectativas, y va haciéndose un hueco en el panorama pugilísitico. Con esa (tan difícil de lograr) sencillez expositiva tan cara al cine de Eastwood, descubrimos sus escaladas en el ring, pero también el progresivo afecto –netamente paternofilial- que emerge entre ella y Frankie. Con las inequívocas pistas que el filme ha venido trazando del personaje de Frankie, casi sin darnos cuenta descubrimos que Maggie lo es todo para él. A través de la chica, puede lograr al fin cristalizar en éxito su sabiduría en la técnica del boxeo. Maggie rehuye el apoyo de ningún manager, y por tanto al entrenador, a él, le corresponde la gloria. Asimismo, el escaso cariño que la familia de Maggie ejerce sobre ella –encabezados por esa madre rastrera, inculta e interesada hasta el despropósito- le convertirá en un auténtico padre putativo, recuperando Frankie el reflejo cierto de su mayor pérdida, su paternidad frustrada.
Regresar al silencio
Toda esa bonanza termina de golpe. Las cosas no se tuercen, sino que se aniquilan en pedazos cuando Maggie sufre una lesión gravísima e irreversible. Y con ello, regresamos, casi en silencio, a la lógica de esos personajes. La pérdida y la desesperación como coda de sus vidas. No sabemos lo que será de Frankie, porque es un personaje solitario, que ha vuelto a chocar, involuntariamente, con la misma losa (en el desenlace, sólo atisbamos un deseo en la boca de su amigo). Lo que sí sabemos de Frankie es que, bajo y contra el peso del dolor, ayuda a Maggie a cumplir su último objetivo en este mundo: morir.
Fantasmas
Entonces, recapitulando, quizá nos damos cuenta que, tal vez, MDB es la historia de un fantasma, el que se le aparece a Frankie Dunn en la piel de Maggie Fitzgerald. ¿Por qué? 1) el primer momento íntimo del filme es aquel en que se dice que para Frankie las cosas ya no tienen marcha atrás: Frankie está en su casa, y guarda en una caja de zapatos la enésima carta escrita a su hija que ésta no ha querido recoger: Frankie es un personaje atormentado por esa pérdida, de la que el filme omite, sabiamente, los motivos; 2) en las secuencias con el cura, hay un cierto tono jocoso en las inquisiciones que Frankie efectúa, pero su trasfondo es más bien trágico: a pesar de su aparente escepticismo campante, Frankie necesita aferrarse a la fe, necesita ir a misa cada día, del mismo modo que necesita recuperar a su hija perdida; 3) más adelante, Maggie entra en la vida de Frankie; le cuesta hacerlo, pero por motivos que tampoco quedan del todo claros y que por tanto debemos interpretar, Maggie se emplea a fondo para ganarse su confianza, y llega un punto en el que Frankie le dice que "no la va a abandonar nunca". Frankie está adoptando a Maggie; Maggie se convierte en su hija; 4) todo va de perlas, pero es el destino, la peor suerte, quien quiebra el equilibrio; pero no lo quiebra para Frankie, que sigue amando a ¿su hija? Maggie, y que le consigue los mejores cuidados y la mima y le cura las heridas: el problema es que Maggie le obliga a hacer algo que él no quiere; el destino ha venido a vengarse: igual que –intuimos- él abandonó a su hija, ahora es su hija quien le abandona a él; 5) cuando Frankie consuma el asesinato consentido, se queda sin su(s) hija(s), y ello en el sentido más trágico posible: sabe que Maggie sólo era un fantasma, y él mismo entonces se convierte en fantasma. Fijarse, a tal efecto, en el modo en que Frankie, en penumbra, desaparece del encuadre, y vemos que Eddie Scraps estaba allí, escondido, para poder contar la historia.
Alma de blues
El filme está despojado de cualquier pirueta visual, de cualquier efectismo, y los recursos narrativos –tan y tan brillantes- pasan de puntillas por nuestras retinas. Y es porque Eastwood sabe cuáles son sus propósitos, y los sirve hasta las últimas consecuencias. Porque alardes narrativos empecerían el objeto de la película, la esencia de la historia. Por eso, aparecen los créditos finales, y la sobriedad expositiva de Eastwood no nos permite llorar, sino que nos deja con la garganta estrangulada, y por ello sabemos discernir lo que nos ha pasado: acabamos de asistir a un bellísimo y excelso retrato del perdedor y su condición. Un canto, severo como la vida, al ser humano, sus virtudes y su tragedia consubstancial. Y entendemos que Eastwood ha logrado algo diferente que en otras ocasiones: traspolar en imágenes su pasión musical: Million Dollar Baby es un blues cinematográfico, acaso el primer blues de la historia del cine. Y una película inolvidable.
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