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ultimátum a la tierra

ultimátum a la tierra

 

The day the earth stood still.

Director: Robert Wise.

Guión: Harry Bates y Edmund H. North.

Intérpretes: Michael Rennie, Patricia Neal, Hugh Marlowe, Sam Jaffe, Billy Gray.

Música: Bernard Herrman.

Fotografía: Leo Tover

EEUU. 1951. 80 minutos.

 


 

El miedo connatural

 

Poco queda por decir de esta película, rodada por Robert Wise en plena ebullición de la Guerra Fría y que se erige como auténtica obra maestra y referente inexcusable del cine de serie B y –más justo me parece resaltar- del género fantástico en general. The day the earth stood still plantea con la mayor sobriedad y concisión expositiva una historia que diríase diametralmente opuesta a la que planteaba H.G. Wells en su brillante War of the Worlds, esto es que nos habla de los efectos que sobre la humanidad (y me atrevo a concretar, sobre los cimientos de una sociedad del bienestar como es la americana) ejerce la llegada de unos extraterrestres poseedores de una inteligencia superior, pero cuyas intenciones no son hostiles. El filme se recrea con gran destreza narrativa en patentar una idea cabal: los humanos somos desconfiados y escépticos, y el móvil de nuestro sentimiento ante lo desconocido siempre es el miedo, miedo que nos convierte en vulnerables, en manipulables por parte de los poderes públicos y fácticos que nos rigen.

 

 

Riqueza narrativa y discursiva

 

Jugando con efectos especiales de vieja artesanía, Wise logra arrebatadoras imágenes que se conservan bien frescas en la retina del espectador medio, poderosas por su propia naturaleza y por su engarce en una historia magistralmente narrada por aquel brillante artesano que nos legó obras tan diversas como La maldición de la mujer pantera, West Side Story o La amenaza de Andrómeda. Realizada hace más de medio siglo, sus postulados son de una universalidad y modernidad incuestionable: al retrato flagrante del temor que atenaza a la plebe ante acontecimientos insólitos se anuda un acusado y genial relato de los torticeros mecanismos que los mass-media utilizan para manipular ese miedo en beneficio propio (en una de las muchas secuencias inolvidables del filme, un periodista va recogiendo impresiones de los espectadores de la feria montada en el parque donde se halla la nave espacial, y cuando alcanza la mejor respuesta posible –la única verdad, pues proviene de Klaatu/Carpenter- la elude rápidamente, demostrando su total desinterés –o incluso alergia- por los discursos serios que puedan poner en su lugar las cada vez más delirantes y pavorosas percepciones de la muchedumbre). A esas grandes consideraciones, se unen otras: los extraterrestres han venido a advertirnos del peligro que la humanidad corre de ser autodestruída, pero Klaatu no logra convocar –ni mucho menos poner de acuerdo- a los mandamases de ideología opuesta de todo el mundo (planteando así una recia crítica al sentido y funcionalidad de instituciones en permanente crisis, como la por entonces recién creada Organización de las Naciones Unidas, o, más transversalmente, a lo pernicioso de un mundo bipolarizado, donde los antagonismos priman al rigor en el análisis político y militar). En secuencias aisladas, el filme se atreve con aparente tímidez a efectuar alguna diatriba sobre la volatibilidad e insustancialidad del dinero (la magnífica secuencia en la que Klaatu/Carpenter cambia al niño, Bobby, diversas piedras preciosas por un par de dólares que precisa ... para ir al cine). Una obra, en fin, que moviéndose en unos parámetros de exultante economía descriptiva y narrativa (esto es en los parámetros de la serie B), alcanza lo atmosférico y lo trepidante sin renunciar a la cierta densidad (y agudeza) en lo referido a la parábola que la obra perfila sobre los asuntos que atañen a la sociedad y tiempo que describe. Todo ello servido de la forma más modesta, por ello más brillante.

 

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