Vicky Cristina Barcelona
Vicky Cristina Barcelona
Director: Woody Allen.
Guión: Woody Allen.
Intérpretes: Rebecca Hall, Scarlett Johansson, Javier Bardem, Patricia Clarksson, Penélope Cruz, Kevin Dunn.
Fotografía: Javier Aguirresarrobe
EEUU-España. 2008. 107 minutos.
Es bien conocida la popularidad de Woody Allen entre el público barcelonés/catalán/español (supongo que habrá distinciones entre unos y otros sobre este particular, lo que escapa a mi cometido). Fue en buena medida a consecuencia de ello (y aprovechando la declarada pasión de Woody Allen por Barcelona y por Gaudí) que Jaume Roures y la productora Mediapro se esforzaron en conseguir que Allen filmara un filme en la ciudad condal y, aún más (supongo que con el juego de subvenciones mediante), que incluso su nombre sea uno de los tres que conforma el título de la cinta; todo ello –y por extensión, la infinidad de planos de la película que muestran encuadres de postal de Barcelona y que no tienen mayor sentido que el pintoresco- debe interpretarse por razones de oportunidad turística, motivos políticos que, según mi humilde rasero de medir, pueden resultar provechosos, al igual que otro pueda pensar que no, o un tercero se queje de que las subvenciones recaigan sobre Allen y no tenga en cuenta la proyección internacional de su película por considerar que las subvenciones no deben servir para eso. No me extendré en este particular, pero sí en algo relacionado con todo lo anterior pero ya en su vertiente cinematográfica: desde esos diversos puntos de vista, ésta es la película más especial de Allen para el público barcelonés/catalán/español, y por ello la que genera más (y a menudo incasables) expectativas. Ello explica tanto el fabuloso éxito de público en las primeras semanas de proyección como el cierto descalabro crítico del filme, acusado en diversos foros de quedarse en la anécdota paisajística o demás frivolidades presuntamente cometidas por un Allen más interesado en hacer turismo que en hacer películas. Vaya por delante que estoy en frontal desacuerdo con esas (más bien frívolas) acusaciones, y que a mí me ha convencido plenamente Vicky Cristina Barcelona como buen exponente de la cinematografía y universo allenianos. De hecho, no me ha gustado tanto como la maestra Match Point, pero sí tanto –y por razones bien distintas- que Cassandra’s Dream, y mucho más que Scoop, por citar las obras previas del cineasta, que sumadas a esta cuarta arrojan un buen saldo de inspiración, una finalización de la década mucho más estimulante a nivel creativo de lo que fue su inicio (con Small Time Crooks, The Curse of the Jade Scorpion y Hollywood Ending).
Neurosis
La propuesta de esta Vicky Cristina Barcelona se desmarca de los exponentes dostoyevskianos previos o del puro divertimento, y vuelve al que siempre fue el fuero canónico del realizador, su mirada de herencia bergmaniana pero de personalidad intransferible a la neurosis como coda de las relaciones sentimentales, una mirada pesimista pero no exenta de apasionamiento, y una tesis imposible por laberíntica, pero no impostada. Allen revela por enésima vez una habilidad indudable en la escritura del libreto, del que se sirve para describir con tanta fiereza como capacidad para la emoción los avatares sentimentales de dos personajes (Vicky y Cristina), o quizá tres (si incluimos al personaje encarnado por Patricia Clarksson), y ninguno más (es decir, ni el personaje encarnado por Bardem ni el que incorpora Penélope Cruz). Eso, que está clarísimo en el cauce narrativo de la película, significa muchas cosas. Esencialmente, tres. Una, que Allen continúa con la labor emprendida en Celebrity y continuada en Anything else, Melinda & Melinda y Match Point, de exponer su intimidad en las pieles de personajes más jóvenes; en todas las obras citadas, el cambio generacional no desmerece el discurso, certificando lo que ya sabíamos: que es universal.
Midnight in Barcelona
Dos, una circunstancia que anula cualquier comparación con las “obras londinenses” previas y que en cualquier caso habilitaría un emparentamiento con el París y la Venecia de Everyone says I love you: los protagonistas de la cinta no son barceloneses, sino turistas. La idea del viaje al extranjero como vía por la cual la piel emocional alcanza su desnudez. Esa es la gran baza de la película, sobre la que Allen construye magníficamente todo el texto, y razón por la que texto y película merecen ser recordados. Porque si en la coda liviana de Everyone says I love you las ciudades europeas sólo servían a pequeños segmentos y a la anécdota risible, aquí Barcelona (y su suerte de personificación en el personaje encarnado por Javier Bardem) funciona como contraste con Nueva York y con una vida anterior. En el caso de Cristina, su relación a tres bandas (con la inclusión de Penélope Cruz) supone un desafío a su aspaventado talante de liberalidad sexual; pero en el caso de Vicky, cuyo personaje contiene el meollo dramático del filme, su enamoramiento –tan magníficamente expuesto en las secuencias que transcurren en Oviedo, y en las posteriores secuencias tratado desde la duda, el reconcomio y la frustración tras la máscara - funciona como cisma emocional que le lleva a renegar de la que suponía una plácida existencia y unos valores sentimentales inmaculados. En realidad, el periplo emocional de Vicky nos recuerda a muchas de las mujeres que han poblado la filmografía del autor, pero probablemente a quien más se acerca, convirtiéndose en un reverso a muchos niveles, es a la Gena Rowlands protagonista de esa gran película que es Another Woman. Al respecto de lo expuesto, no resulta inapropiado mencionar que uno de los títulos del “work in progress” de la película fuera “midnight in Barcelona” (el que finalmente ha quedado es peor, pero más original).
Cuestiones idiomáticas
Tres, y en la picota de la reticencia barcelonesa/catalana/española a la obra por “dar una imagen acartonada de nuestro entorno”, decir que eso presupondría el interés de Woody Allen en esa clase de descripción sociológica, lo que no concurre en este caso (haciendo hincapié en lo expuesto: los personajes de Bardem y Cruz no pasan de ser catalizadores de la evolución dramática de Vicky y Cristina, que son los personajes que Allen radiografía). Instalados en esa tesitura, Bardem y Cruz serían ejemplos quizá demasiado extremos del bohemian burgeois que habita en la ciudad condal, pero en cambio los neoyorquinos burgueses –Vicky, Christina y el matrimonio Nash- están definidos con la pericia proverbial de Allen, atento a al más ínfimo detalle (desde el porte y el vestuario a cualquier acto, palabra escuchada o mohín que revela una máscara), y capaz de transgredir de memoria cualquier convención psicológica para escarbar en el turbio meollo emocional que les incumbe. La función (ya he dicho, por contraste) que ofrecen Juan Antonio y Maria Elena (Bardem y Penélope) en las secuencias que comparten con Vicky y Cristina sí que nos dejan un sarcástico juego idiomático entre el español y el inglés, elemento que hace ineludible el visionado del filme en VO (a saber cómo lo habrán resuelto en la versión traducida) y en el que se nota el buenhacer interpretativo de los dos actores hispanos (el propio Allen reconocía en una entrevista que él no entendía exactamente qué decían los personajes, y que improvisaron un poco, tal como pudo apercibirse después, cuando vio la película con los subtítulos).
Actrices
Cierto es que la puesta en escena de la película no es de las más inspiradas de Allen, pero ello no empece el tino diría que radical con el que maneja el montaje para la consecución de sus propósitos rítmicos y dramáticos. También hay que efectuar especial mención de las interpretaciones de los seis intérpretes principales, todos ellos que bordan a la perfección su cometido (incluso la Johansson, mucho más en su lugar de lo que acostumbra), aunque a mí me guste destacar los excesos melodramáticos de Penélope Cruz y, sobretodo, la magnífica composición que Rebecca Hall efectúa de Vicky. Quizá lo que más me disguste de la película sea la utilización de la música, la reiterativa y a menudo innecesaria utilización de la martilleante pieza “Barcelona” de Giulia y los Tellarini, que llega a distorsionar el tono de la función. Digo yo que los fragmentos de piezas guitarrísticas de Paco de Lucía e Isaac Albéniz que también aparecen en algún momento podrían haber trascendido de esa utilización diegética y cubrir con su precioso manto dramático el devenir de la película.
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