conflicto de intereses
The Gingerbread Man
Director: Robert Altman.
Guión: Clide Hayes, basado en una historia original de John Grisham.
Intérpretes: Kenneth Brannagh, Embeth Davidz, Robert Downey jr, Daryl Hannah, Robert Duvall, Tom Berenger, Famke Janssen.
Música: Mark Isham.
Fotografía: Changwey Wu.
EEUU. 1997. 107 minutos
Grisham y el cine
A decir verdad, nunca he podido aguantar hasta el final la lectura de ningún libro de John Grisham, otrora hacedor de blockbusters (los sacaba como churros) de temática judicial, y (por el mismo precio) reputado caldo de cultivo para no pocas adaptaciones cinematográficas (o televisivas) de diversa enjundia. Y si honestamente nunca he podido soportar esas lecturas es porque me parece que sus historias están plagadas de clichés y circunloquios (por lo demás, bien alejados del marchamo de “verista” que en los noventa a menudo se adjudicaba a su talante descriptivo de la profesión de la abogacía) que, no sólo alargan de forma indecible (e inútil) las narraciones, sino que suelen resultar, ya de entrada, aburridas, y en su desarrollo, inverosímiles. No es de extrañar que con esos antecedentes tampoco dé mucho por el grueso de adaptaciones cinematográficas de diverso pelaje que se llevaron a cabo para aprovechar el filón: que recuerde, The Firm me parece una película interminable, The Pelican Brief un estéril vehículo de lucimiento para las stars que en ella intervenían, A time to kill poco más que una narración correcta pero superficial, y la más reciente Runaway Jury una película totalmente desquiciada e increíble en su hiperbólica premisa, desarrollo y desenlace. Tenía que ser el bueno de Coppola quien, con pocos aspavientos, rubricara esa inteligente y atractiva versión homónima de The Rainmaker, al fin una película que sí abundaba con fuerza y talento en los entresijos de la profesión y contenía interesantes reflexiones sobre su ética.
Obra alimenticia
A este panorama cinematográfico de acuñación grishamiana falta añadir esta The Gingerbread Man, adaptación llevada a cabo por Robert Altman y que, como sucede con el caso de Coppola, se considera una obra pura y netamente alimenticia del realizador de Nashville, comentario más pertinente en este caso que en aquél, por cuanto aquí se hace más patente la cierta desgana del realizador por la visualización y explotación narrativa de la obra. En The Gingerbread Man funcionan algunas ideas aisladas, como puede ser el marco escénico en Savannah y la importancia argumental del huracán que asola la zona y acompaña el clímax de la función; funciona el modo en que Altman juega a construir tensiones en algunas secuencias, principalmente del último tercio del filme (la huida con los niños o la secuencia del descubrimiento del cadáver de Clide); funciona el buenhacer actoral, principalmente de Brannagh, quien hace esfuerzos por matizar –haciendo algo antipático- al prototípico protagonista de la función. El resto del bagaje arroja un saldo más bien pobre, y ello es debido principalmente a que la propia premisa narrativa del filme (la de un abogado triunfador que se ve metido en una laberíntica trama que le complica la vida y compromete su profesión, su familia y hasta su futuro) resulta tediosa, porque al argumento se le ven las costuras por todas partes, y, con semejante material, resulta difícil insuflar imágenes que respiren con cierto oxígeno en pantalla. No es de extrañar que al filme le cueste tanto arrancar y que, a pesar de desplegar con habilidad los resortes de la enrevesada trama, Altman sólo consiga interesarnos en las secuencias ya mencionadas, que dirimen lo climático de la función.
0 comentarios