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VOICE OVER

el último show

el último show

A prairie home companion.

Director: Robert Altman.

Guión: Garrison Keillor, basado en su propia novela.

Intérpretes: Garrison Keillor, Meryl Streep, Lily Tomlin, Lindsay Lohan, LQ Jones, John C. Reilly, Woody Harrelson, Kevin Kline, Virginia Madsen, Tommy Lee Jones, Maya Rudolph, Tim Russell.

Música: Richard Dworsky.

Fotografía: Edward Lachman.

        EEUU. 2006. 106 mins. aprox.

 


 

 

 

Elegía

 

En este su filme póstumo, Robert Altman encara frontalmente la senda de la evocación elegíaca mediante la narración de la última emisión en directo de un programa musical, grabado desde un teatro de una pequeña localidad de Minnesota para ser emitido en directo por la radio. A prairie home companion, el título original de esta película (ninguneado en su traducción española, como siempre, hasta el estereotipo más futil) remite al nombre de la compañía de variados músicos que interpretan sus canciones en directo en aquella radio-fórmula tan ajena a la que estamos acostumbrados a conocer, pero su traducción literal (“Compañía de una casa en la pradera”) nos da la medida y auténtico sentido de esa evocación, al definir la tipología de los artistas que nos presenta y el contenido de sus canciones, arraigadas al country rural –tradicional- y melodioso, con leves variaciones del folkie más genuíno, entronizadas por los propios artistas (y en su portentoso retrato en imágenes) como una auténtica coda vital, una música que ostenta, defiende y exporta esos sentimientos identitarios y comunitarios de raigambre regionalista y humilde.

 

 

Nostalgia

 

Tomando como punto de partida el libro homónimo escrito por el locutor de radio y escritor Garrison Keillor –que se interpreta a sí mismo en el filme-, Altman nos da la oportunidad de, nada más ni menos, que asistir a ese último show en directo para las ondas, y a abrir ese espectáculo (en el que paradójicamente apenas se ven los espectadores) hasta permitir un all access a los camerinos, a los sentimientos encontrados de los diversos artistas, artesanos, productores y empleados, en definitiva a todos y cada uno de los artífices de ese espectáculo en el que, nos dicen las imágenes del constante tránsito entre bambalinas que Altman patrocina (y que la excelente fotografía de Edward Lachman puntúa), prima un sentimiento de compañerismo barnizado por otro, más inconsciente o quizá interiorizado, de nostalgia por una forma de radiar y de ganarse la vida cantando que está a punto de perecer.

 

 

    Joie de vivre

 

Nos hallamos ante otra de las célebres películas corales del realizador de Gosford Park, y en esta A prairie home companion da la sensación de que, acaso más allá de la propia voluntad del retratista, la sencillez unívoca de los (no pocos) personajes en liza auspicia una precisa y preciosa descripción. Así, constante el metraje, el espectador tiene la perenne sensación de que los artistas creen en lo que hacen hasta sus últimas consecuencias, que para ellos el tiempo se funde en ese pequeño hogar compartido, y que logran ahogar sus penas (cuando éstas se muestran, principalmente en el caso del sentido personaje que tan bien encarna Meryl Streep) en las canciones, y que éstas, por mucho que puedan aparecer vanalizadas por fórmulas publicitarias diversas, ofrecen un repertorio humano de formidable calado, exhalan una prodigiosa joie de vivre.

 

 

         La Pálida Dama

 

       Empero, como decía, el filme se sostiene desde y hasta un férreo alambicado nostálgico, que proviene precisamente de dos focos externos, ajenos a aquel tiempo detenido en la música, y sabiamente –en términos narrativos- opuestos: por un lado, el elemento circunstancial, el hecho de que sea la última actuación en ese formato de música en directo para la radio (que obliga al propio presentador a aceptar la realidad de nuestro presente, esto es que “algún día en la radio sólo se oirá a gente gritándoles a los oyentes y serán los ordenadores los que pongan la música”), y que se personifica en el personaje de Axeman (Tommy Lee Jones), inversor que ha adquirido el teatro para convertirlo en un aparcamiento (sic), tipo frío y antipático que aparece en la mayoría de secuencias en el palco principal, resguardado por un cristal, separado por el mismo de la música en vivo que se interpreta ante sus ojos, sugiriendo que ese cristal le protege o resguarda (y aleja en definitiva) de la belleza y alegría que se contagia desde el escenario a las plateas (y asimismo, en una solución visual brillante, se contrapone a menudo en el reflejo de ese cristal a una efigie del novelista F. Scott Fitzgerald, es decir a la cultura que él tan fríamente anatemiza y condena); por otro lado, y sobre el elemento circunstancial, se impone el feérico, la lírica, el personaje de la Pálida Dama que viste la bella piel de Virginia Madsen, y que se pasea impunemente por el escenario, y amén de ordenar la suave muerte del más provecto de los artistas, se empapa de ese sentimiento de pérdida, causando estragos emocionales en los diversos personajes con los que interactúa; es innegable el atractivo de ese personaje sobrenatural que planea sobre la vida misma equiparada ésta al de la forma de entenderla que radica en el ambiente y la música de la “Prairie home companion”, y por ello resulta a la par hermoso y sobrecogedor la última aparición del ángel en el desenlace de la función (que lo es de la filmografía de Altman). Al respecto de esos dos personajes, por la misma razón por la que A prairie home companion toma partido por los artistas que componen la pequeña colonia artística, el filme abraza un sentimiento de justicia poética en una de sus resoluciones argumentales, y en el plano más calculado del filme convierte al ángel en una femme fatale que -curiosamente tratando de aplazar lo inaplazable- conseguirá que el villano Axeman encuentre su hado.

  

Carpe diem

 

Aunque mi admiración por Robert Altman viene de lejos, me maravilla sobremanera comprobar la genuidad y fortaleza con la que despacha en imágenes y sentimientos esta película. Y me emociona pensar que quisiera realizarla cuando descubrió que un cáncer estaba terminando con su tiempo en este mundo. No hay colofón más hermoso a una vida consagrada al Arte que el tono de este filme, mucho más cálido del que el director de MASH nos tiene acostumbrados, y que la auténtica declaración de principios que se concreta en la hermosa secuencia epilogar en la que el personaje que encarna Kevin Kline se sienta al piano de cola, frente al busto de F. Scott Firzgerald, y mientras diversos operarios están procediendo a la destrucción del teatro, entona una lírica y sencilla pieza que abraza el más sentido y hermoso carpe diem que nos dejaron los poetas.

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