el séptimo día
El Séptimo Día.
Director: Carlos Saura.
Guión: Ray Loriga.
Intérpretes: Juan Diego, José Luís Gómez, José García, Victoria Abril, Eulalia Ramón Ramón Fontseré, Yohana Cobo, Oriol Villa.
Música: Roque Baños.
Fotografía: François Lartigue.
España. 2004. 108 mins. aprox.
España, 1992
Una de las películas más interesantes que nos dejó la cosecha cinematográfica nacional de 2004 –marcado por aquella medianía llamada Mar adentro- fue esta doliente radiografía de la España contemporánea propuesta por Carlos Saura. El realizador de Dulces Horas creyó pertinente dramatizar para el cine los tristemente recordados sucesos acaecidos en Puerto Hurraco durante el verano de las Olimpiadas de Barcelona. Propone un inhóspito viaje a las tripas de una comunidad rural, y nos narra, con pulso firme y diletante, las circunstancias acaecidas en aquella comunidad cerrada de la España profunda que dieron de resultas el asesinato de diversos aldeanos en aquel 1992.
La mirada de Saura
Saura sabe colocar el ojo de su cámara al nivel de los acontecimientos que narra, y vestir los elementos (la escenografía, la música –a menudo diegética-) que componen la trama con los ropajes de tan opaca realidad. No tan lejos de los propósitos de la celebrada y más o menos coetánea Elephant de Gus Van Sant (y en sede de la filmografía del realizador, de aquella otra espléndida película llamada La Caza), Saura se sirve de su profundo conocimiento de la cultura popular hispana para servirnos la historia de una tragedia desde la suficiente distancia y con habilidad suficiente para rehuir cualquier tipo de efectismo.
De lo atávico
El alambicado de relaciones que propone el libreto de Ray Loriga resume la esencia de la película a través del personaje del Chino, un traficante de baja estofa, irrespetuoso, bravucón, y carente de escrúpulos y de maldad, que decide abandonar el pueblo cuando, de algún modo, puede palpar que hay un aliento insano domeñando el ambiente. El Chino es un personaje imposible de encauzar en aquel paisaje humano, tanto por las motivaciones de su edad –la cuestión generacional, que comparte con la protagonista superviviente-, como por su comportamiento, que, por carente de moralidad, nos sirve para comprender que no hay inmoralidad en los actos de los asesinos, antes bien una ciega obcecación que surge de rencillas enquistadas en el alma, diría que atávicas, y que lleva a la nada, pagando el precio de cualesquiera vidas ajenas.
0 comentarios