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sabotaje

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Saboteur.

Director: Alfred Hitchcock.

Guión: Peter Viertel, Joan Harrison y Dorothy Parker, basado en un argumento de Alfred Hitchcock.

Intérpretes: Robert Cummings, Priscilla Lane, Otto Kruger, Alan Baxter, Alma Kruger, Vaughan Glazer, Norman Lloyd.

Música: Charles Previn y Frank Skinner.

Fotografía: Joseph Valentine.

EEUU. 1942. 105 mins. aprox.

 


 

 

Ideologías y artificio

 

 

Es más que patente la intención política que reside en el argumento de esta Saboteur, (auto)remake del filme que el propio Hitchcock dirigiera sólo seis años antes también en los Estados Unidos: se nos habla de fascismo asociado al terrorismo (y de la maldad -en el rostro de Norman Lloyd-, o el despotismo más temible -en el rostro de Otto Kruger-), todo ello opuesto, principalmente, a la integridad del personaje que encarna Robert Cummings (secundado por su partenaire Priscilla Lane), quien incorpora las virtudes en mayúsculas de la persona-libre-de-un-estado-democrático (-de-barras-y-estrellas, para ser exactos). Pero también es más que patente el definitivo desprecio que a Hitchcock le despertaban tales propósitos narrativos. Para el bueno de Hitch, absolutamente nada debía quedar fuera del gran artificio que es el cine, y ello puede verse claramente en una obra a priorísticamente tan panfletaria como ésta: no hay atisbos de realismo (quizá apenas en la secuencia prólogo), y sí una acusada teatralización en la composición del encuadre y en la dirección de actores, sí un gusto por los mecanismos de tensión y los genéricos de la aventura (en los que se despliega ese auténtico tour del protagonista por las carreteras de California y por el Medio Oeste, antes de alcanzar ese destino definitivo en NYC).

 

 

Ironía

 

En Saboteur, filme que alinea dos constantes tonales y temáticas del realizador como son las persecuciones y la falsa culpabilidad, se recoge el testigo de obras como The 39 steps y Foreign Correspondent, y a su vez apreciamos el germen de películas como The man who knew too much o North by northwest; el realizador da las habituales muestras de su dominio absoluto de la planificación y de la puesta en escena –sin ir más lejos, el clímax final en la cumbre de la Estatua de la Libertad-; su proverbial frialdad/ironía expositiva queda igualmente patente en secuencias(-tipo hitchcockianas) tan memorables como la visita del héroe al tío ciego de la Lane, o en guiños tan agudos como aquel primer plano de la mujer barbuda en la que se queja de la extrañeza de los rostros de sus interlocutores.

 

 

Filme mayor o menor

 

Con cierta frecuencia he leído que se trata de “un filme menor de Hitchcock”. En mi humilde opinión, considerando la densidad de flujos narrativos que se proponen (premisa de la que no hace falta reivindicar el talento del guionista Viertel o la novelista Dorothy Parker), y la habilidad del autor para dar rienda suelta textual a los diversos planteamientos caros a su discurso –la intervención constante y decisiva de los equívocos y el azar, las apariencias cambiantes...- nada más lejos de la realidad. Aunque, por otro lado, los amantes de las categorizaciones lo tienen muy fácil y muy difícil con un tipo como Hitchcock, pues sus improntas autorales germinaron muy pronto y se hicieron cada vez más fuertes.

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