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psicosis

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Psycho

Director: Alfred Hitchcock.

Guión: Joseph Stefano, basado en la novela de Robert Bloch.

Intérpretes: Anthony Perkins, Vera Miles, Janet Leigh, John Gavin, Martin Balsam, Simon Oackland, John McIntire, Patricia Hitchcock.

Música: Bernard Herrman.

Fotografía: John L. Russell.

EEUU. 1960. 103 minutos.


 

 

 

 

 

Interrogaciones retóricas

 

¿Quién no conoce la escena de la ducha? ¿Cuántos ríos de tinta se han llenado a propósito de Psicosis? ¿Queda algo por decir sobre la película más famosa de Hitchcock? ¿Descubro algo si tildo el filme de masterpiece sin paliativos y de referente clásico ineludible para generaciones y generaciones de cineastas?

 

 

Trampas

 

Revisé Psycho por enésima vez el otro día, e intenté situarme en la posición del espectador que se estrena en su visionado. Desde aquel punto de vista, la película es, básicamente, una enorme trampa envuelta en otra, y que además alardea de eso. El magisterio del inmarcesible maestro Hitch radica en la facilidad con la que, desvencijando con saña las convenciones, y transmutándolas a placer según sus juguetones propósitos, consigue arrastrar al espectador por donde literalmente quiere. Lo hace con la ayuda de hábiles ardides del guión rubricado por Joseph Stefano como aquél que centra el filme en su inicio en los avatares de la señorita Marion Crane, un enorme McGuffin que se cierra a puñaladas a media película. Persigue a un personaje inexistente, la madre de Norman, con calculados planos que podríamos pensar que tienen un contenido emocional (la vigía desde la ventana de la casa, vista en plano general, el picado en el que Norman saca a su madre de la habitación) y que después se revelan como una artimaña narrativa de primer orden. Nos hace participar de las pesquisas imposibles de Vera Miles y John Gavin (es especialmente brillante el momento de rizadura de rizo en la que el sheriff se pregunta “Si ésa era la madre de Norman, ¿quién está enterrado en su tumba?”). Y en el desenlace, en una no menos tramposa justificación psiquiátrica de la patología de Bates, el lento travelling hacia Perkins con el fondo de la voz en off de la madre que lo suplanta, con la mosca paseándose alegremente por su mano, parece un homenaje a la maldad intrínseca de esa mujer inexistente, que al reírse del mundo se ríe, con Hitch, de todos los que hemos caído en la trampa. ¿Quién da más?

 

 

Fascinante

 

Sin menoscabo del apoyo incondicional de una partitura no menos imprescindible (y celebérrima) de Bernard Herrman, y de las matizadas interpetaciones de Miles, Gavin, Leigh y sobretodo Perkins, el desglose de Psycho nos revela el fascinante ejercicio visual de Hitchcock, meticuloso, brillante y juguetón a partes iguales, en el uso del montaje (con esa secuencia, que no necesita ni ser mencionada, para la posteridad del Cine), en la planificación escénica y en los movimientos de la cámara, en la utilización de los elementos, en el juego de ritmos que aseguran el suspense. Más de cuarenta años después, no hay duda de que Psycho es (sigue siendo) una película impresicindible.

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