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un largo adiós

un largo adiós

 

The Long Goodbye.

Director: Robert Altman.

Guión: Leigh Brackett en base a una novela de Raymond Chandler.

Intérpretes: Elliott Gould, Nina Van Pallandt, Sterling Hayden, Mark Rydell, Henry Gibson.

Música: John Williams.

Fotografía: Vilmos Zsigmond.

EEUU. 1973. 110 minutos.


 

 

Chandler y Altman

 

Robert Altman era un realizador cuya condición de iconoclasta tenía mucho que ver con un sentido de la narrativa en la que algo había de moroso, y que solía y suele causar ciertas reticencias entre el gran público. Así sucede con el grueso de sus mejores obras, que no son pocas, y entre las que se cuenta la presente The Long Good bye, traslación no sólo al cine sino a una forma distinta de hacer cine de los postulados de serie negra, en este caso los contenidos en la obra homónima de Raymond Chandler, protagonizada por su personaje más célebre, el detective Phillip Marlowe.

 

Chandler y Brackett

 

Ya digo, The Long Good bye remeda la historia a la ciudad de Los Angeles contemporánea a la realización del filme (el inicio de la década de los setenta), y, tratando de jugar con las cartas sin marcar, parte del guión de alguien tan poco discutible como Leigh Brackett (autor muchos años antes del guión cinematográfico del también chandleriano The Big Sleep), del que la trama extrae su mesura, su forma cartesiana en el desarrollo de una historia que no abandona la quintaesencia cínica de un personaje, y que describe con solvencia –y a menudo elegancia- los avatares del detective afrentado en uno de los peores ultrajes por su profesión concebibles: ser manipulado con fines criminales.

 

Invisibilidad

 

Las intenciones de Altman, empero, quedan bien lejos de revisitar unos códigos narrativos tan fructíferos en el pasado, antes bien se concentra en trasladar conceptos temáticos y dramáticos a otros cánones estéticos. Reveladora en ese sentido es la elección de un actor como Elliott Gould y la interpretación que nos ofrece de Marlowe, un hombre de tan indiscutible integridad como sutil sensibilidad, que es capaz de convivir amigablemente con un grupo de pseudo-hippies místicas que siempre se pasean desnudas ante sus narices, capaz de esperar una tortura casi segura de un gángster local con el sempiterno cigarrillo inmóvil en una sonrisa sarcástica, y a la vez capaz de recordar su gato desaparecido antes de ajusticiar al culpable de sus tantos quebraderos de cabeza. Marlowe, como Altman tras la cámara, opta por una suerte de invisibilidad ante los acontecimientos que se van desgranando en su investigación (y al conocimiento del espectador), prefiere situarse en una segunda fila para dejar que los personajes y escenarios opulentos de la ciudad angelina y de Malibú vayan desmenuzando por sí mismos la turbiedad que anida bajo su impoluta apariencia.

 

Maestro

 

Las anotaciones líricas se dejan en el interesante subtexto propuesto con los diversos tonos a los que se recurre de una misma canción, la de idéntico título al filme compuesta por John Williams, que puntúa e incluso enriquece en puntos de vista los acontecimientos que las imágenes nos proponen, y que cuadraremos en el lacónico, genial desenlace de la función.

 

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