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ghost dog

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Ghost Dog: The Way of the Samurai

Director: Jim Jarmusch.

Guión: Jim Jarmusch.

Intérpretes: Forest Whitaker, John Tormey, Cliff Gorman, Tricia Vessey, Henry Silva, Victor Argo.

Música: RZA.

Fotografía: Robby Müeller.

EEUU. 1997. 107 minutos.

 


 

 

 

Melville in mind

 Tras experimentar en terrenos del western con la poética y algo desacompasada Dead Man, Jim Jarmusch, uno de los proclamados adalides del cine independiente americano, se atrevió con otro trance genérico, el noir, con resonancias (o más bien homenajes) al Jean-Pierre Melville de El silencio de un hombre y a la obra de Akira Kurosawa.

 

Del bushido

 

Ghost Dog es un asesino a sueldo muy peculiar. Sigue estrictamente el código del samurai escrito en los preceptos del Hagakure, y vive enteramente para servir a Louie, un mafiosi de baja estofa que una vez le salvó -casi accidentalmente- la vida. Ghost Dog plantea una historia de rencillas mafiosas en las que se interpone (y contrapone) el personaje que tan bien encarna Forest Whitaker, una historia cuya trama es punteada con habilidad y cierta distancia satírica por Jarmusch (haciendo gala de sus característicos ribetes de humor, a menudo trasladando al terreno de lo grotesco los clichés más reconocibles de la mafia italiana), probablemente para dejar a las claras que lo que más le interesa es la relación del protagonista del filme con su entorno, donde anidan no pocas (e intensas) reflexiones sobre la confrontación del milenario código ético del bushido con los tiempos presentes. En ese sentido, en sus formas líricas y su afán particularmente subjetivista, Jarmusch toma partido por la anacronía de esa sabiduría oriental; sin embargo, del mismo modo que nos identifica con un personaje que parece hallar el equilibrio en la soledad y la contemplación (anótese que sus dos únicos amigos son una niña pequeña y un heladero haitiano... ¡que no habla su idioma!; anótesese su relación con los animales, esas dos secuencias en las que se carea con un perro, o especialmente la constante presencia de las palomas, a menudo cargadas de evidente simbología), el curso de los acontecimientos –la última secuencia con Louie- quiebra con ese equilibrio al recordarnos que, más allá de las normas de actuación del samurai que se han ido apuntando como subtexto de las acciones y decisiones de Ghost Dog, existen premisas superiores y más irrefutables en el bushido, no sólo en la exigencia a sus practicantes de que miren el presente como si ya estuvieran muertos, sino primordialmente en las dosis de clasismo y racismo que esa filosofía –a menudo observada con romanticismo por Occidente- pregona.

 

Hip-hop

 

En Ghost Dog interesa también la banda sonora de RZA, la omnipresencia del hip-hop que parece fundirse en la meditación trascendental del protagonista (el ritual de poner un cedé en el reproductor de los coches), y que no sólo aporta un vivificante dinamismo al tono de la función sino que también sostiene una lectura en un plano descriptivo, de los ambientes urbanos en los que el samurai se mueve, y en un plano discursivo, sobre el parabólico mestizaje que se cuenta entre las intenciones de Jarmusch (tan risible como brillante es la secuencia en la que, antes de ser ajusticiado, un gángster se divierte cantando a Public Enemy –grupo que por cierto pregonaba el racismo contra el hombre blanco como mecanismo de defensa- y emulando –a pesar de su cojera- los movimientos corporales de los raperos).

 

Hipérboles

 

Ítem más, no quiero terminar sin mencionar los dibujos animados de raigambre clásica y salvaje (Tex Avery y derivados) que Jarmusch se divierte introduciendo en sketches que deleitan a los mafiosos, quizá rizando la sorna sobre la visión hiperbólica que de la mafia nos ha dejado el cine. El homenaje de Jarmusch a aquella forma de expresión artística adquiere nuevos visos en la brillante secuencia en la que Ghost Dog aniquila al gángster Sonny mediante una técnica tan sofisticada como improbable que se inspira en uno de esos sketches animados.

 

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