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Tristram Shandy

Tristram Shandy

Tristram Shandy: a cock and bull story.

Director: Michael Winterbottom.

Guión: Frank Cottrell Boyce.

Intérpretes: Steve Coogan, Rob Brydon, Keeley Hawes, Stephen Fry, Jeremy Northam, Mary Healey.

Música: Edward Nogria.

Fotografía: Marcel Zyskind.

GB. 2005. 91 minutos.


 

 

Imposible adaptación

 

La vida y opiniones del caballero Tristram Shandy (The Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman), publicada en el siglo XVIII, es la más célebre de las obras de Laurence Sterne, recordada por su singularidad o (con la perspectiva del tiempo) prodigiosa modernidad en su  modo intrincado e hilarante de efectuar una descripción de corte histórico-sociológico. Aunque no tengo el gusto de conocer la obra de Sterne, es reconocida principalmente por la carencia de complejos por renunciar a (o incluso rebatir) la estructura tradicional del relato y –como James Joyce hiciera años después- narrar desde la dispersión (procedente de continuas asociaciones de ideas) en detrimento del orden temporal. También se ha mencionado por activa y por pasiva que Tristram Shandy es el paradigmático ejemplo de obra literaria imposible de adaptar al cine.

 

 

    Deconstrucción

 

Y surge la pregunta del millón: ¿es el presente filme de Winterbottom una adaptación de la novela de Sterne? La respuesta es tan vaga como, en el fondo, la pregunta: sí y no (la pregunta del trillón sería si se trata de una adaptación fidedigna, pero vistos los términos literarios hasta su propio enunciado perece). Digo que sí y que no porque Winterbottom parece empeñado en llevar a cabo –siguiendo unos originales patrones narrativos no muy alejados de la genial 24 hour party people- una pirueta coherente con la que auspiciaba la novela, pero trasladada a su tiempo y terreno: esto es una deconstrucción del proceso de filmación de una película sobre la obra de Sterne, que parte de la inducción desde (¿y transita hacia?) el propio texto literario, y que se centra en una visión irónica, jocosa y dicharachera que sostiene (ahí radica la gracia) las claves de un cierto hálito de realismo descriptivo (o si lo prefieren, una visión nada complaciente) de las vicisitudes narradas y personajes en liza - en tiempo presente.

 

 

    Digresiones

 

Así las cosas, en esta hábil y atractiva opereta, que pasa por ser un desenfadado y efervescente ejercicio de equiparación experimentadora entre literatura y cine, Winterbottom –auspiciado por su colaborador habitual en tareas de guión, Frank Cottrell Boyce- inicia el filme con una descripción desgajada de los acontecimientos narrados (también de modo desgajado) en la novela, pero rápidamente se permite la introducción de la propia digresión de digresión que propone: Steve Coogan, que interpreta al protagonista de la novela (y a su padre), pero también al actor Steve Coogan que está interpretando el filme, comparte plano con los personajes de ficción, y progresivamente el foco de atención narrativo pasa a concentrarse en la realidad, en el actor, y con él el resto del elenco, guionista, productores ejecutivos, agentes, assistants, y hasta periodistas, mediante una precisa, por momentos acerada, muy brillante aproximación a los entresijos de un rodaje, para mayor intensidad planteados desde la concentración temporal y espacial (una noche en el castillo que el equipo tiene arrendado para el rodaje de la película).

 

 

Entre bamabalinas

 

Amén de permitirse cáusticas bromas cinéfilas –fijarse en los guiños contenidos en la banda sonora, con piezas extraídas de filmes como Barry Lindon, El contrato del arquitecto e incluso diversas obras de Fellini-, Winterbottom se mueve con soltura en semejante alambre de enunciados, continentes y contenidos, y otorga al filme un desopilante tono al tiempo que un prodigioso ritmo narrativo, concatena un sinfín de cortas secuencias que precisamente se engarzan en esa clave humorística precisa para la fértil radiografía de no pocas cuitas y juegos de egos que transcurren entre bamabalinas y que, en esta singular ocasión, no se escatiman al espectador. En ese sentido resulta impagable la composición-de-sí-mismo que lleva a cabo Steve Coogan (bien arropado por Rob Brydon y su constante talk-man-show), quien se presta gustoso al juego de someterse al psiconálisis del público en la revelación más íntima de unas pulsiones, las del actor, que sostienen, tras la impoluta fachada, no pocas miserias.

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