Annie Hall
Annie Hall.
Director: Woody Allen.
Guión: Woody Allen y Marshall Brickman.
Intérpretes: Woody Allen, Diane Keaton, Tony Roberts, Carol Kane, Shelley Duval, Paul Simon, Christopher Walken.
Fotografía: Gordon Willis.
EEUU. 1977. 91 minutos.
Puerta abierta al psicoanálisis
Siempre he considerado que esta celebérrima Annie Hall es la perfecta puerta de entrada al universo alleniano para el espectador neófito. Puede parecer una perogrullada, porque podría decirse que también lo fue para el propio Allen: tras las comedias de corte cercano al slapstick, guiones de diverso pelaje y esa curiosa obra de transición denominada Love & Death, Annie Hall marcó un registro, un modo de dirigir y de llevar a cabo la aventura de la creación, escritura, producción y realización de cada filme, una idiosincrasia muy marcada, y un discurso (tan y tan universal) sobre el que el resto de su filmografía podrían considerarse variaciones. El caso es que en efecto esta Annie Hall es para cualquier estudioso de la prolija filmografía alleniana el primer tour de force autoral del realizador de Manhattan, la ocasión escogida en la que convierte sus neurosis, angustias e inquietudes en un modelo narrativo y se sirve de la cámara para desnudar su intimidad existencial, y su cosmopolita y cultivada visión de la vida y las relaciones humanas.
Allenianas
El éxito y referencialidad que atesora Annie Hall está, para quien escribe estas líneas, más que justificado: por la novedad –actualmente tan y tan pobremente plagiada- de su estructura errática y liberada de cualquier ambaje “clásico”; por la facilidad y efectividad con la que Allen consigue transmitir el grueso de complejas reflexiones que integran la narración; por la dirección de actores; por la fina línea que se establece entre lo jocoso y lo dramático; por la utilización de los empachos culturales como constante catalizador de acontecimientos e incluso de tomas de partido discursivo que, mediante imaginativas fórmulas, consigue arrancarle –v.gr. la secuencia de la cola del cine en la que “se saca de la manga” al erudito profesor McLuhan para refutar los comentarios pedantes que el tipo que tiene detrás ha puesto en su boca... “si todo fuera tan fácil en la vida...”-; por la capacidad de evocación de no pocas de sus imágenes (lo que yo denomino “los pequeños clímax” que van concatenándose durante el metraje del filme: la escena ya iconográfica en la que Annie y él observan Manhattan desde el promenade de Brooklyn y se declaran su amor; el advenimiento de la marcha de Annie a Los Angeles; la secuencia-epílogo en el restaurante, por citar las más significativas).
La primera masterpiece
Annie Hall es uno de los mejores filmes de Woody Allen, lo que no significa que tras aquel 1975 su carrera cinematográfica no haya seguido una ruta coherente con las pautas que esa película imprimió, y sobre cuyos postulados, siempre en boga, nos ha venido ilustrando ya desde su inmediatamente posterior filme –Manhattan, que en cierto modo forma un díptico con la obra que nos ocupa-, hasta su (siempre pen)última y brillante Match Point, treinta años después.
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