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el exorcista: el comienzo - la versión prohibida

el exorcista: el comienzo - la versión prohibida

Dominion: Prequel to the Exorcist.

Director: Paul Schrader.

Guión: William Wisher y Caleb Carr, basado en los personajes creados por William Peter Blatty.

Intérpretes: Stellan Skarsgärd, Gabriel Mann, Clara Bellar, Billy Crawford, Ralph Brown, Rick Warden.

Música: Angelo Badalamenti.

Fotografía: Vittorio Storaro.

EEUU. 2004. 108 minutos.


 

 

 

La versión Schrader

 

A pesar de que la política de edición de DVDs (sus contenidos) de la distribuidora Warner Bros. no se caracterice por circunstancia alguna que vaya más allá del potencial comercial,  parece que los costes de aquel (diría que hasta macabro) juego que llevó a despedir a Paul Schrader del rodaje de esta precuela de El Exorcista -por considerar que la obra era “poco violenta y poco comercial”- y contratar para modificar el filme casi en su totalidad a Renny Harlin, ha decidido a los distribuidores –con la mera finalidad de resarcirse un tanto de los gastos de su maloliente decisión- a editar esta versión Schrader, que pretende venderse en las estanterías de los establecimientos de venta de DVD como “la versión prohibida”, por aquello del morbo. A pesar de que las razones y la forma repugnan a quien esto suscribe, a la postre nos queda la feliz oportunidad de conocer la película de Paul Schrader, e incluso de –si se domina el inglés, porque no se han molestado en sustitularlo- de escuchar sus interesantes comentarios en off sobre las imágenes del filme.

 

 

Inacabada

 

Lo primero que debe decirse al respecto de esta atractiva y coherente película del realizador de Mishima es que Dominion: A prequel to the Exorcist es una obra inacabada. Se nota en la desnudez de su montaje y de los (escasos) efectos especiales utilizados, y también en la resolución acelerada de algunas de las secuencias. Es evidente que la tarea de postproducción se llevó a cabo de un modo poco cuidado (probablemente bajo presiones de todo tipo).

 

 

   El Bien y el Mal

 

Pero todo ello no empece el brillo de la personalidad del creador: Paul Schrader nos invita a viajar, arrás de suelo, por el periplo espiritual del padre Merrin, cuyas dudas sobre la existencia de Dios se ven sacudidas por el advenimiento del mismísimo Diablo por mor de unas excavaciones llevadas a cabo en una colonia británica en Kenia. Schrader no escatima detalles en la narración del hado del personaje que será el protagonista del filme de 1973 dirigido por William Friedkin. Propuesta la narración desde el punto de vista del personaje cuya piel viste un templado Stellan Skarsgärd, nos adentramos en un prolijo discurso de raigambre (y multirreferencialidad) bíblica sobre el Bien y el Mal, y sus mecanismos. El Mal, nos cuenta Schrader, no aparece de la nada, sino que está presente en nuestra naturaleza. El Mal envenena a los hombres, lo contamina todo. El Mal es perfecto y sus formas, múltiples. El Mal se escuda en el camino fácil para imponer sus normas. Así que esta precuela deviene la enésima mirada de Schrader a la redención, cuya particularidad reviste, especialmente, en que no son parábolas sino literalidad lo que encauza la narración.

 

 

Intenciones

 

Despojado de todo afán esteticista, nos adentramos en aquel microcosmos en el que todos los conflictos primero latentes y luego patentes provienen de la aparición y esplendor del Mal que esperaba en las catacumbas de aquel templo dedicado a San Miguel que las excavaciones descubren. La narración es lineal y concentra sus esfuerzos en los personajes de Merrin, del padre Francis (mártir que perece crucificado y atravesado por flechas como San Sebastián), y de Cheché (víctima propiciatoria). A pesar de esa linealidad y de la vocación filosófica que eminentemente reviste la narración, pueden leerse ciertas reflexiones sobre circunstancias relevantes de la historia del siglo XX, cuales son la personificación del Mal en el nazismo o los excesos de la colonización. En el epílogo, Merrin ha descubierto que su hado es combatir al Diablo, ser su enemigo, como textualmente se nos dice. Superando la debilidad que encarna su atracción por el personaje de la doctora, Merrin abandona la estancia y aquel lugar en un plano idéntico al que cerraba The Searchers, en un homenaje de Schrader al inmortal filme de John Ford que alinea al cura con el lonesome cowboy que acepta su destino aunque este se envuelva de soledad, polvo y viento. Realmente es una magnífica declaración de intenciones.

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