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el show de Truman

el show de Truman

The Truman Show.

Director: Peter Weir.

Guión: Andrew Niccol.

Intérpretes: Jim Carrey, Ed Harris, Laura Linney, Natasha McElhone, Noah Emmerich, Paul Giamatti.

Música: Bukhard Von Dallwitz

Fotografía: Peter Biziou.

EEUU. 1998. 105 minutos.

 


 

 

El Gran Hermano

 

 

Cuando a finales del siglo pasado se estrenaba la película que nos ocupa, aún no estaba tan en boga el epíteto “mediático”: lo mediático existía, pero su denominación no era tan irrefutablemente conocida y utilizada por cualquiera como sucede actualmente. Cuando The Truman Show se estrenó, aún no habían saltado a la palestra de las grandes audiencias y contratos millonarios los programas del tipo Gran Hermano y sucedáneos, todos ellos variantes del “Truman Show” que se emite en la película homónima: variantes porque en ambos casos se trata de dar carta de naturaleza narrativa al retrato de vidas reales que además nada tienen de trascendentes; en el caso hiperbólico planteado por la película, particularmente innoble, porque se trata de una cámara oculta, porque Truman Burbank no sabía que su vida era emitida en directo, y los participantes de esos concursos que emiten por la tele sí saben que su mera presencia y el morbo que puedan despertar en el espectador sus miserias les propiciarán suculentos beneficios de todo tipo. Estamos, pues, y sin duda, ante una película visionaria, de la que por ahora podemos decir que con el tiempo no hace más que ganar trascendencia.

 

 

De valores

 

El primero de sus artífices, el guionista Andrew Niccol, con posterioridad a esa carta de presentación logró labrarse una carrera como cineasta en la que destacan filmes como Gattaca y S1mOne, lo que da fe y coherencia a su labor en la preparación del primer libreto de The Truman Show: en todos los casos, Niccol se sirvió de los estilemas de una reformulada ciencia-ficción para reflejar la superficialidad y la falta de valores en la que vive inmersa la sociedad occidental. A pesar de que su guión, que se desarollaba en pleno Manhattan, fue bastante modificado –Weir arguyó que la principal diferencia en su punto de vista respecto del guión fue su interés por dejar de lado la narración de corte ficcional, para adentrarse en el terreno del drama-, Niccol merece el mayor de los respetos por haber pergeñado semejante premisa argumental (cuyo sentido no dista mucho del de las restantes obras del realizador, que a mí me suelen resultar interesantes).

 

 

Puntos de vista

 

El segundo de los artífices, y el más decisivo, es el conocido realizador de Gallipoli y Master & Commander, Peter Weir, director meticuloso y brillante donde los haya, capaz de llevar propuestas de muy diverso pelaje a extremos de perfeccionismo poco usuales en el modo de hacer películas de estos tiempos que corren. Weir tenía ante sí una papeleta apasionante a la par que complicada. El sustrato argumental –en lo que la caracteriza como narración de una narración- podía dar lugar a múltiples posibilidades de planteamiento visual y escenificación, a interminables manierismos que podían atiborrar la pantalla con el riesgo de someter bajo su formal yugo la trascendencia de la historia de los personajes. Weir, sabiamente, optó por la sobriedad expositiva y la extracción del jugo dramático en la intensidad de las interpretaciones (magníficas todas ellas: Carrey, Emmerich, Linney y Harris). Así desplegó la historia desde diversos puntos de vista, uno concerniente a la subjetividad del propio Truman y la creciente sensación de paranoia y claustrofobia (que culmina en ese inolvidable plano en el que el velero navega libre en la inmensidad del mar y choca literalmente contra el horizonte), contrarrestado por el punto de vista objetivo del narrador que se sitúa por encima de los acontecimientos para enjuiciarlos (tanto en las escenas que retratan, no sin cierto y elegante cinismo, a los espectadores del show, como aquellos constantes planos generales y picados que van desentrañando el artificio de la comunidad-plató, y que se tornan grotescos cuando la falsa realidad se hace extensible a los fenómenos meteorológicos).

 

 

         Sentimientos

 

Esa dualidad expositiva –y su pertinente hechura visual mediante técnicas y estrategias narrativas de lo más imaginativas- consiguen aplacar el sufrimiento del protagonista con el desapasionamiento de la visión “externa”, para así desnudar el discurso a su esencia: el periplo personal, la historia de liberación en que The Truman Show se erige pretende ante todo llamar la atención sobre los efectos perniciosos del morbo promovido por los mass-media: la negación de sentimientos reales a un pobre individuo como el precio para patrocinar ficticios sentimientos en los espectadores (que se emocionan con la misma facilidad con la que, en el último plano de la película, comentan tan tranquilamente: “anda, mira qué dan en este otro canal”).

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