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el año que vivimos peligrosamente

el año que vivimos peligrosamente

 

the year of living dangerously

Director: Peter Weir.

GuiónCJ. Koch y Peter Weir, basado en la novela del primero.

Intérpretes: Mel Gibson, Sigourney Weaver, Linda Hunt, Bill Kerr, Michael Murphy, Noel Ferrier.

Música: Maurice Jarre.

Fotografía: Russell Boyd.

Australia. 1982. 110 minutos.


 

 

 

Hombres en conflicto(s)

 

En la poco prolífica –y quizá por ello selecta- filmografía del realizador australiano Peter Weir suele emparentarse el título que nos ocupa (de 1982) con el de Gallipoli (1981), sea por su realización consecutiva, por estar ambas (co)protagonizadas por Mel Gibson, o sobretodo porque el éxito y prestigio de ambos títulos le abrieron al director las puertas de Hollywood (su siguiente película es la muy recordada Wittness, con Harrison Ford). Parangones todos ellos válidos, a los que me interesa añadir uno referido a la naturaleza de las imágenes de ambas películas desde la doble premisa de las historias que se narran y las descripciones humanas que contienen: en ambos casos se tratan capítulos históricos del siglo XX, situaciones de conflicto (en caso de Gallípoli, la batalla de tan triste recuerdo para los australianos que tuvo lugar en aquella isla durante la Primera Guerra Mundial, en el de  The Year of Living Dangerously la convulsa situación en Indonesia en 1965, durante los últimos coletazos del régimen del carismático Sukarno, a punto de sucumbir ante la revuelta comunista de Suharto); y en ambos casos ese contexto de violencia se posa en la temperatura emocional de los personajes, estigmatizándolos, llamándolos a una reacción imposible; en ambos casos, pues, la cruda realidad arrasa con los valores humanos que pretenden oponerse a ella: sólo cabe la huida o la muerte. Ambas obras contienen una fabulosa carga entre lo emocional y lo mítico, lo cual proviene de su magnífica hechura visual, del esmero escénico y técnico del que da buena cuenta Weir, que aúna una rara cualidad preciosista con la intensidad y precisión en el trazo dramático.

 

Inicio del viaje: fotografías de Indonesia

 

The Year of Living Dangerously empieza y termina en un aeropuerto, ida y vuelta a Djakarta de un joven e impetuoso periodista, Guy Hamilton. Lo que la película nos narra, así establecido, tiene mucho de viaje emocional, pero también de ensueño. O quizá de pesadilla. En ese formato de concepción clásica al que Weir nos tiene tan bien acostumbrados, la película se abre a sus personajes, que no son dos, sino tres: retrata el romance entre Guy y una funcionaria del Consulado británico (Sigourney Weaver), pero entre ellos se sitúa un extraño vértice, Billy Kwan (la pequeña gran actriz Linda Hunt, en el único rol masculino de la historia por el que una mujer ha logrado ganar un Oscar interpretativo), personaje apasionante donde los haya, que canaliza el desarrollo dramático de los acontecimientos: fotógrafo colaborador de él, amigo íntimo de ella, hace las veces de sutil celestino entre ellos, pero, mucho más que eso, se erige (para Guy, pero sobretodo para el espectador) en una puerta de acceso a la cultura indonesa y a su terrible realidad social, sea como narrador mediato –hábilmente, el filme utiliza como voz over la transcripción de sus anotaciones personales-, sea en las lecciones que imparte a Guy sobre las referencias culturales indonesas, sea a través de las innumerables fotografías que capturan la esencia de esa realidad, y que Weir, con sumo esmero visual, convierte en icónicas.

 

Cuestión de ritmo

 

Weir domina sobradamente eso tan frágil y complicado que llamamos “ritmo”: parte de una llana presentación de los personajes, siempre bien dispuestos en el encuadre, esbozados a la perfección a menudo mediante simples detalles (v.gr. la importancia de los cigarrillos en la amistad entre Guy y su ayudante nativo), despliega la historia integrando las suaves texturas de lo particular (la amistad, el amor, las relaciones profesionales entre los protagonistas) en una aguda introspección en lo general, el paisaje histórico, así como el conflicto relacionado con la ética –periodística o de cualquier otra clase- que el personaje de Billy nos introduce pero que, a poco de pensarlo, se condensa más bien en la apabullante escenografía de la película, los visos realistas que las imágenes nos conceden de ese entorno tercermundista y de esa tensión militar latente.

 

“¿Qué podemos hacer?”

 

Es por ello que la película es más y más fascinante conforme va acercándose al desenlace. La relación de Guy con la mujer a la que ama y con su amigo Billy se requebraja a la par que adviene la revolución (de lo particular a lo general): dos pasajes brillantes alcanzan ese nudo argumental: uno, el viaje de Guy a aquella mansión colonial, donde descubre que sus socios profesionales están comprometidos con la causa comunista, y que termina con un mal sueño de Guy, anticipando la pesadilla por venir; dos, la secuencia en la que Billy descubre que el niño indoneso que había tomado como protegido ha fallecido, y, cuando aporrea la máquina de escribir, cuando se pregunta “¿Qué podemos hacer?”, el espectador ya masca la tragedia, ya sabe que Billy (y su representación) está perdido(a). Poco después asistiremos a la última secuencia que el periodista y su amigo fotógrafo comparten, una discusión acalorada por las calles nocturnas de Djakarta, secuencia cuya escenografía e iluminación tienen no poco de fantasmal.

 

Fin del viaje: supervivencia

 

  Es defendible que The Year of Living Dangerously termina con un happy-end (el reencuentro de la pareja en el avión, la salvación in extremis), pero es un happy-end tibio, en todo caso, y que no deja de resultar coherente con esta historia sobre las controversias entre la ética y la supervivencia física y hasta espiritual. Guy pierde un ojo, detalle simbólico nada baladí, y cuando yace tumbado en cama, con los ojos vendados, diríase que busca el imposible de una redención: en realidad, nada más que un viaje de vuelta (de la realidad general a su realidad particular) relacionado con la anterior secuencia en la que le habíamos visto yacer y tener pesadillas. Al contrario que a Billy, bien lejos de lo que concierne al pueblo indoneso, a él le espera la supervivencia. Y el amor, es cierto, aunque el reencuentro se encuadra desde lejos, opción más ética que estética para definir la rúbrica final de esta sobresaliente película.

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