plan oculto
Inside Man
Director: Spike Lee.
Guión: Russell Gewirtz.
Intérpretes: Clive Owen, Denzel Washington, Jodie Foster, Christopher Plummer, Willem Dafoe.
Música: Terrence Blanchard.
Fotografía: Matthew Libatique.
EEUU. 2006. 127 minutos.
Smuggler
Un buen amigo teorizaba sobre un concepto acuñado por Martin Scorsese en sus clases magistrales editadas por BBC Films – A personal journey thru american movies-, y me decía que Spike Lee es un contrabandista. El bueno de Scorsese calificaba de smugglers a aquellos realizadores normalmente adscritos a la serie B que despachaban sus propias pulsiones e inquietudes discursivas dentro de los códigos genéricos en los que les tocaba lidiar. La serie B ya no existe (al menos en esos términos), pero el director afincado en Brooklyn no renuncia al tan merecido marchamo de auteur que lo distingue desde su inicial Nola Darling: en el filme que nos ocupa, Spike Lee entreteje, bajo la fachada de cine de robos, una obra muy personal, tanto como lo fueron las maravillosas SOS Summer of Sam y 25th hour.
Tipologías sociales
Las señas identitarias de este otro cine negro que Spike Lee señoreó hallan su sentido en el retrato a menudo combativo del elemento racial y los conflictos que lo atañen, siempre en el marco de los microcosmos neoyorquinos. Sin embargo, Lee ya hace tiempo que ha dotado de complejidad y multiculturalidad los elementos presentes en obras en su día tan significativas como Do the Right Thing o Jungle Fever, y resulta de lo más interesante atender, constante el metraje de esta The inside man, como utiliza Lee el paroxismo de este microcosmos, el Manhattan Trust Bank y sus aledaños -que es elemento indisociable del género en que se mueve- para ofrecer una virtuosa instantánea de las diversas tipologías sociales que se dan cita en la Nueva York del siglo XXI. Tenemos judíos que reivindican con inteligencia su memoria y la justicia sin rehuir a lo lucrativo (Owen y su clan), tenemos a blancos caucásicos pezzo da novanta que ostentan grandes dosis de poder (Plummer) o lo utilizan en un tráfico de influencias de lo más sui generis (Foster), tenemos a un oficial de policía honesto que trata de mantener la serenidad y la integridad ante diversos elementos que le son adversos (Washington); junto a ellos, en un eslabón secundario, tenemos a policías y rehenes chicanos, a un empleado del banco de nacionalidad hindú que sufre las iras de una policía que califica de árabe a todo personaje que lleva turbante, tenemos a dos curiosos albaneses que prestan una no menos curiosa colaboración con las fuerzas del orden, y tenemos por fin a un chiquillo que parece insensibilizado ante la violencia –“no temo a nada, soy de Brooklyn”, dice- porque ha aprendido de los videojuegos la intrascendencia de las armas de fuego y su sino.
En pos de la tolerancia
El trenzado de personajes de tan diverso pelaje se arroja a la picota de una trama que Lee zarandea tan salvaje y precisamente como sabe, mostrando su sobrado dominio de los mecanismos de relojería narrativa propios del género sin dejar que ello empañe el empaque radiográfico o sociológico de los personajes –que, por cierto, tan bien caracterizados están por los actores que los interpretan-, y sin renunciar a sus diversas marcas de estilo. A la ayuda del dinámico montaje acude la efervescente partitura del siempre solvente Terrence Blanchard, quien vuelve a dejar sobrevolar las influencias arábigas y el rai en una partitura también caracterizada por hábiles e incesantes percusiones. El resultado final es un filme que rezuma la quintaesencia de un género tan manido como el de robos perfectos, y que no por ello despierta ninguna sensación de pesado dejà vu ni parece desfasado. Por si semejante tarea no fuera suficientemente complicada, Lee no abandona por un segundo el sentido discursivo de su película –de su completa filmografía- y convierte un guión hábil y milimétrico en mucho más que eso: un retrato acerado y sincero de la multiculturalidad, cincelado con aseveraciones o advertencias que sólo buscan la tolerancia.
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