el bosque (the village)
The Village.
Director: M. Night Shyamalan.
Guión: M. Night Shyamalan.
Intérpretes: Bryce Dallas Howard, Joaquin Phoenix, William Hurt, Sigourney Weaver, Brendan Gleason, Adrien Brody.
Música: James Newton Howard.
Fotografía: Roger Deakins.
EEUU. 2004. 117 minutos.
Más allá de los sustos
Todo lo que en apariencia desconcierta en esta película de M. Night Shyamalan tiene un engarce armónico en el devenir de la estimulante filmografía del director hindú. Toda la sensación de artificiosidad que pueda suscitar en algún momento del metraje, no es tal, sino que sirve a un propósito cierto. Lo que Shyamalan no es, y nunca ha sido, es un mero hacedor de sustos venido a menos, digan lo que digan auténticas pléyades de críticos norteamericanos –cuya existencia lo único que explica es la lamentable falta de talento que caracteriza el grueso de productos que proceden actualmente del país de las barras y estrellas-.
El discurso
Shyamalan no es ni ha sido nunca un mero artesano, en eso conviene casi todo aquél que se acerca a cualquier película del director de The Sixth Sense: además de revelar un sobrado dominio de la técnica cinematográfica, sus improntas de estilo son muy marcadas. Lo que ya pasa más por alto es que ese estilo visual no está al servicio del mero espectáculo (quizás porque estamos tan acostumbrados al espectáculo como fin que ya no lo reconocemos cuando alberga propósitos narrativos superiores), sino que se encauza en un discurso cuya coherencia está fuera de toda duda. Y en esta arriesgadísima The Village, el discurso de Shyamalan hace lo único que podía hacer para mantener su insignia: crecer, ir más allá, abrir más puertas.
Sobre el miedo
Además de una película de imposible adscripción genérica, The Village es un cuento moral en toda regla, que sólo niega su talante por los prejuicios con los que el espectador a menudo se acerca al visionado de la obra. Con palmaria alocución, la película se acerca a los más íntimos instintos del espíritu humano, pero esta vez trasciende de los discursos velados bajo la narración más o menos genérica de sus tres películas precedentes, y se atreve a relatar una auténtica y plausible parábola sobre la sempiterna dicotomía entre la fe o el amor, y el miedo como coda sobre la cual se erigen las estructuras vitales, individuales y sociales, colectivas. ¿Cómo lo hace Shyamalan? En efecto, con esa sugestiva impronta de estilo: la narración mediante planos-secuencia y la cámara a menudo rozando la inmovilidad sobre los personajes u objetos, todo ello que le otorga a la película un tempo deliberadamente lánguido, la cuidada ambientación, la sombría fotografía de Roger Deakins, la utilización de la partitura de James Newton Howard, a menudo desconcertante pero siempre sugerente acompañante de las imágenes, el preciso montaje del sonido... En efecto, la puesta en escena de Shyamalan no deja nada al azar, y la pulsión de sus imágenes transmiten una atmosférica sensación no ajena a lo onírico, que deviene el perfecto riel sobre el cual anida (y alcanza la retina del espectador) esa disertación moral flotante, invisible, entre las imágenes.
Tour de force visual
Tras el visionado del filme, uno retiene algunos diálogos y su correspondencia visual: una profusa sucesión de momentos subyugantes (pienso por ejemplo en la repetición constante de esos interiores oscuros donde siempre aparece encuadrada la puerta de entrada dejando pasar la luz; en otra repetición, la del primerísimo plano de manos abiertas que también pretenden dejar entrar la luz; la bella secuencia de la declaración de amor entre Justin e Ivy; los detalles de las enmarañadas ramificaciones del boscaje; el enfrentamiento mudo y terrible de Noah con Justin; el hurto por parte del guardabosques Kevin de las medicinas, y ante la mirada despistada del guarda jefe... ¡que encarna el propio Shyamalan!). Por pulido que esté (y que lo está) el guión es, más que nunca, un mero esbozo, porque las imágenes echan el resto... y no están vacías, sino cargadas de emoción. Y no quiero terminar esta reseña sin reconocer la magnífica labor del completo elenco interpretativo, del que junto a los pesos pesados de la talla de Sigourney Weaver, Brendan Gleason y William Hurt, descubrimos en la joven y angelical Bryce Dallas Howard, una auténtica promesa de futuro tan resplandeciente como la mirada nítida con la que la retrata el bueno de Shyamalan.
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