SOS summer of Sam
SOS Summer of Sam
Director: Spike Lee.
Guión: Michael Imperioli, Spike Lee y Victor Colicchio.
Intérpretes: Adrien Brody, John Leguizamo, Mira Sorvino, Jennifer Esposito, Michael Rispoli, Bebe Neuwirth.
Música: Terrence Blanchard.
Fotografía: Ellan Kuras.
EEUU. 2000. 123 minutos.
Desentrañar Nueva York
25th hour confirmó y convenció al más escéptico de que Spike Lee es el realizador norteamericano que mejor sabe tomarle el pulso a la ciudad de Nueva York. Pero antes de dirigir aquel –maravilloso- relato metafórico que enfrentaba a Edward Norton al abismo de un futuro incierto, realizó esta SOS Summer of Sam, radiografía histórica y brillante de las personas que habitan ciertas zonas deprimidas de la ciudad de los rascacielos, y probablemente el homenaje más extravagante del realizador a la vida en la ciudad. En SOS Summer of Sam, nadie está a salvo, y Nueva York es un perfecto tapiz para el caos. Nadie está a salvo del psicópata que atemoriza las calles, nadie está a salvo de la locura. Nadie está a salvo del poder de los mass media para azotar y aterrorizar mentes. Nadie está a salvo de los cebos de la droga y del artificio glam, que dan al traste con cualquier atisbo de integridad emocional. Nadie parece saber amar. Y sobretodo, nadie está a salvo de la discriminación, racial, sexual o social, ni de la violencia que conlleva.
Reformulación en clave de exceso
Durante el frenético metraje de la película, reconocemos una especie de translación/reformulación del discurso de Do the right thing, realizada por Lee doce años antes, pero los ecos distorsionantes manan de muchas otras fuentes, y la nociva interacción de los elementos se magnifica en el peor de los sentidos. La primera lectura, elemental, que subyace del mosaico propuesto por el realizador es que ya no cabe referirse a Lee como el “guardián de los derechos de la gente negra”, y al igual que en la posterior 25th hour, los negros no tienen peso específico en la función –aquí, el propio Lee realiza un cameo como presentador de un programa televisivo amarillo, asumiendo una posición más de verdugo que de víctima-. Una segunda lectura del filme revela el gusto de Spike Lee por enfocar su carga crítica mediante la mixtura de los sustratos históricos con la exploración emocional de los personajes como forma para acercar al espectador una obra que indague en lo sociológico/antropológico allende los estándares de tantas películas cuyos contenidos, gráficos ad nauseam, son intercambiables con las páginas de los periódico de sucesos (ya lo hizo en Do the Right Thing, en Jungle Fever, e incluso en Malcolm X, que se abría con imágenes del motín ciudadano por la sentencia absolutoria a los policías que golpearon mortalmente a Rodney King). La puesta en escena del caos, pues, intenta aprehender la máxima subjetividad, con lo que la propuesta visual se caracteriza por el deliberado exceso, lo cual se me antoja como una virtud.
Desolation Row
El paisaje que dibuja Lee se funda, como casi siempre, en la heterogeneidad y hostilidad que surge entre puntos de vista demasiado arraigados al estigma social o cultural. Pero en este caso el balance discursivo, brillante en la definición tanto como en la traspolación a imágenes, resulta más desolado que nunca, más incluso que en Do the Right Thing, filme de vocación mucho más localista en la que el conflicto explotaba de tal modo que sólo dejaba espacio para una posibilidad de rehabilitación/comprensión. Si en aquella película Lee se atrevía a juzgar, en SOS Summer of Sam no puede más que acusar: la violencia no es un resultado, sino un vehículo, los episodios discriminatorios son hijos del miedo, pero también de un poso interminable de frustraciones; el mosaico de relaciones, en fin, es mucho más complejo, y por tanto la maraña discursiva mucho más difícil de desentrañar. Tras la catarsis final, no nos esperan speechs-recetas de Martin Luther King o de Malcolm X, bien al contrario: el mismo comentarista televisivo que iniciaba el relato nos deja con el tema “New York, New York” para acompañar los créditos finales, y, visto lo visto, la voz de Frank Sinatra está envenenada: es la punzada final.
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