la Dalia Negra
The Black Dahlia.
Director: Brian De Palma.
Guión: Josh Friedman, basado en la novela de James Ellroy.
Intérpretes: Josh Hartnett, Aaron Eckhardt, Scarlett Johansson, Hillary Swank, Mia Kirshner, Rachel Miner.
Música: Mark Isham.
Fotografía: Vilmos Zsigmond
EEUU. 2006. 107 minutos.
Cosas del star-system
A pesar de lo fácil que resultaría quedarme de lo más ancho diciendo que Brian DePalma ha efectuado una demasiado artificiosa versión de la resplandeciente (por oscura que sea) novela de James Ellroy, optaré por dejar esas culpas en manos de un matiz importante. Cualquiera que conozca a los personajes que protagonizaban la terrible, genial novela de Ellroy conserva en la memoria la ducha capacidad del autor norteamericano por el retrato más preciso de sus personajes. Merced de aquella pericia narrativo-sugestiva, Blanchard, Bleichert, Kay y Madeleine se conservan largo tiempo en la memoria como personajes atormentados cuya complejidad emocional se alambica a la perfección con las exigencias de la serie negra. Esto no existe en la adaptación cinematográfica, pero no hay que culpar tanto a las deficiencias de guión –que las hay, pero conviven con diversos aciertos- como a la flagrante incapacidad del protagonista Josh Hartnett y de Scarlett Johansson para cargar a sus espaldas con el peso de la historia. Y no es que De Palma no sepa dirigirlos (tampoco parece esforzarse en exceso), o que los actores no den de sí (ello dicho con severas reservas): es que son un error de casting (o presunta servidumbre comercial) tan craso(/a) que salpica la propia entidad y credibilidad de la película.
Manierismo
Aunque la narración en imágenes siga con dedo firme la magnífica estructura del libro, y que De Palma dé muestras (una vez más) de su capacidad para la descripción rápida y certera (queda patente en la primera media hora de metraje), progresivamente nos adentramos en cierta apatía o desinterés por los avatares de Bleichert, porque no hemos llegado a creernos ese personaje en ningún momento (lo de la Johansson es más grave, por cuanto parece estar allí para poco más que pasar por trasunta de Lana Turner en el siglo XXI, y lo peor es que su personaje, eminente en la trama novelesca, queda aquí, claro, en anecdótico). Ya no se trata de que el filme no logre transmitir –como sí hacía parcialmente el LA Confidencial de Hanson- el underground de posos dantescos que Ellroy tan bien perfila bajo sus historias, sino que, por razón del endémico problema que arrastra la película aquel crescendo, enfermizo, tan genuino, de adrenalina narrativa de la novela acaba por recorrer el trayecto inverso en su traspolación al cine, y al espectador no le queda más remedio que conformarse con los puntuales manierismos de ese auténtico catedrático en la materia que es el autor de Dressed to Kill, y que en efecto nos regala algunas secuencias tan vistosas como aquella -con ralentí incluido- de la muerte de Blanchard o las secuencias de deliberado patetismo en casa de la familia de Madeleine (por cierto que Hilary Swank al menos sí da la talla interpretativa de tan obtuso personaje), parangonables al regusto grotesco (también deliberado) con el que se trataban aquellos pasajes en las páginas de Ellroy.
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