carrie
Carrie.
Director: Brian De Palma.
Guión: Lawrence D. Cohen, basado en la novela de Stephen King.
Intérpretes: Sissy Spacek, Piper Laurie, Amy Irving, William Katt, Betty Buckley, Nancy Allen, John Travolta.
Música: Pino Donnaggio.
Fotografía: Mario Tosi.
EEUU. 1976. 96 minutos.
Más allá de Stephen King
Sinceramente pienso –y lo hago con perspectiva- que Carrie no es sólo una de las películas iconográficas del cine de terror americano contemporáneo sino una de sus más inspiradas muestras. Quien esto suscribe de adolescente leyó profusamente a Stephen King y aún ahora sigue considerándolo mejor escritor de lo que muchos quieren ver. Sin embargo, estamos ante uno de esos casos en los que el filme trasciende de la calidad literaria (que la había) para alcanzar un plano superior, de una genuidad fuera de dudas. Y para ello De Palma no necesita subvertir el sentido de la narración propuesta por el autor de The Shinning (cosa que sí hizo el maestro Kubrick), sino que se limita (es un decir) a articular sus apabullantes estrategias manieristas en lo visual para alcanzar un cénit cinematográfico que sublima –en el mejor sentido- las aparatosas disquisiciones terroríficas en pos del mecanismo de relojería visual más despampanante.
De parte del horror
De Palma alcanza con Carrie uno de los puntos álgidos de su periodo terrorífico. La historia sobre telequinesia pasada por el tamiz de los espíritus diabólicos (magnífico caldo de cultivo de consumo terrorífico del original literario) se subvierte (no tan sutilmente) en el retrato de una respuesta instintiva y violenta a un cúmulo de vejaciones. Es un filme en el que a menudo nos ponemos de parte del horror, principalmente porque le hallamos un cierto sentido de justicia poética (poesía macabra, pero al fin y al cabo poesía). Carrie es una adolescente virginal, sin mácula en su bondad, martirizada por el integrismo católico de su enfermiza madre así como por la marginación y ensañamiento continuo al que es sometida por parte de sus compañeras de clase (con idéntica habilidad a la de King, el filme describe a esas compañeras, ya desde el antológico inicio de la cinta, como un hatajo de víboras calentonas sin el más mínimo sentimiento, y si se me permite la licencia licenciosa, quizá adelantando otra clase de curiosa justicia poética, aquella que aplicarán a tipejas de semejante calaña tipos como Michael Meyers, Freddie Krueger o Jason Vorhees).
Clímax antológico
Con la caligrafía insidiosa y acerada que le caracterizó durante largo tiempo, De Palma trata de narrar con aparente convencionalidad la gestación de la trama, a menudo dilatando el tempo de un buen cúmulo de escenas con planos largos e inmóviles que se van combinando con planos de furioso subjetivismo, precediendo los primeros capítulos de cólera de la protagonista (o adelantando un desenlace mórbido: fíjense en aquel obtuso relicario con la figura angustiosa de un cristo crucificado, que al final hallará su parangón gestual con la madre White ajusticiada de idéntico modo). Cuando el momento culminante llegue, cuando la fiesta alcance su clímax y la partitura de Pino Donaggio (genial en su textura tan cara a la ramplonería deliberada de las ternuras que el filme pone en juego, y también en el quiebro sórdido hacia el terror) nos lleve a acompañar a Carrie a ser coronada como la reina del baile, llega el momento de la verdad. El instante que el filme parece haber estado esperando para dar rienda suelta a su talante, primero con un crescendo al ralentí (Nancy Allen y John Travolta sacudiendo la cuerda que debe soltar la sangre de cerdo, Amy Irving apercibiéndose de ello y tratando en balde de informar al respecto a la profesora, quien a esas alturas ya no se fía), y después, tras la seca caída de la sangre y un primer instante mudo, con esa sinfonía de asesinatos despiadados, una secuencia planeada desde y hacia el exceso, con split screen climáticos que combinan la masacre con el primer plano de ese corderito ensangrentado cuya ira se ha desatado irremisiblemente. De ahí pasamos a una secuencia de transición, donde la ira aún no contenida de Carrie aniquila a los que fueran sus verdugos (el coche en el que viajan Nancy Allen y John Travolta explota con ellos dentro), y la cámara nos muestra ese poder destructivo de Carrie mediante tres cortos primeros planos que se acercan a sus ojos. Y de ahí, al hado de la familia White, el asesinato in extremis de la madre, ya mencionado y no menos memorable, y el hundimiento de la residencia de las White, donde finalmente sí que aparecen con fuerza los estigmas “diabólicos” de la trama kingiana. Así llegaremos al epílogo, donde la pirueta final, tan cara a los gustos de De Palma, vuelve a contener el juego constante que el realizador nos propone entre lo cándido y lo espeluznante. Carrie White arde en el infierno.
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