Valmont
Valmont.
Director: Milos Forman.
Guión: Jean-Claude Carrière y Milos Forman, basado en la obra de Chaderlos De Laclos.
Intérpretes: Colin Firth, Annette Bening, Meg Tilly, Fairuza Bank, Jeffrey Jones, Henry Thomas.
Música: Christopher Palmer.
Fotografía: Miroslav Ondrícek
EEUU. 1989. 105 minutos.
Al igual que Milos Forman tiene cierto marchamo de auteur del que Stephen Frears carece, la versión del clásico de Chaderlos de Laclos que filmó el realizador checoslovaco se llevó más parabienes entre la crítica sesuda que la levemente previa versión de Frears, The Dangerouses Liaisons. No estoy yo para desequilibrar la balanza de las preferencias personales al respecto, puesto que ambas obras me parecen estimables, aunque sí es cierto que las diferencias entre ambas narraciones son notables (en todo caso, el visionado de una y otra y el juego de su comparación se me antoja como un sano ejercicio cinéfilo). Donde Frears prima el cierto efectismo que radica en la fuerza de unos actores en estado de gracia actoral y comercial, Forman se decanta por la descripción más pormenorizada de la época y ambientes (en ese sentido, Frears se sirve de primeros planos en muchas más ocasiones que Forman, quien prefiere matizar esas emociones en el contexto en que se narran). Ambos realizadores se mueven bien en el alambicado tonal entre lo cómico y lo trágico, si bien las formas descriptivas de Forman son más sutiles, más mesuradas, evidenciando especialmente su frontal renuencia a caer en lo específico del drama –v.gr. la muerte de Valmont filmada en off (en un plano genial del sufrido mayordomo) y el ulterior cambio de registro hacia lo satírico cuando Cecile le cuenta “su secreto” a la abuela del marqués-.
Fresco de época
Y en estrecha relación con lo antedicho, probablemente la mayor diferencia entre ambas obras se halla en el sustrato argumental en el que se basa la cuidada puesta en escena de Forman. El más o menos habitual colaborador del realizador, el francés Jean-Claude Carrière, pretende con su libreto adentrarnos en mayores entresijos de la historia que los pretendidos por Christopher Hampton para Frears, obliga a sus personajes protagonistas a gesticular menos pero dar muchas más vueltas por los opulentos escenarios parisinos en los que transcurre la historia (y por los entuertos emocionales que concitan y les conciernen), abreviando conversaciones y descripciones íntimas (a menudo pasadas por la elipsis) en pos de un énfasis muy marcado por el retrato de los tics decadentes de aquella aristocracia de los años prerevolucionarios. Es por ello que las penumbras tan constantes en los cortos espacios retratados en The Dangerouses Liaisons se cambien aquí por una persistente claridad, incisiva hasta extremos pictóricos, abundando en esa apariencia nívea, impoluta de la flor y nata de la sociedad.
Bajezas
No es baladí al respecto de todo lo expuesto que la película se abra en el convento del que Cecile sale para “ser casada” y termine en la fastuosa iglesia en la que celebra aquel sacramento pactado. El íter entre ese momento virginal y la culminación de la farsa de su matrimonio tiene mucho de retrato sociológico, si bien la pericia narrativa a que el director de Amadeus nos tiene acostumbrados sea capaz a menudo de trascender de esa visión, digamos objetiva, propuesta por Carrière para abundar con fuerza en el detalle psicológico de unos personajes que, al fin y a la postre, parecen incapaces de revelarse contra la bajeza de sus propios actos y optan, en el más honesto de los casos, por el suicidio.
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