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Antes que el Diablo sepa que has muerto

Antes que el Diablo sepa que has muerto

 

Before the Devil knows you’re dead

Director: Sidney Lumet.

Guión: Kelly Masterson

Intérpretes: Philip Seymour Hoffman, Ethan Hawke, Marisa Tomey, Albert Finney, Rosemary Harris, Alksa Palladino.

Música: Carter Burwell.

Fotografía: Ron Fortunato.

EEUU. 2007. 123 minutos.

  


 

 

Ojalá...

Ojalá que llegues al cielo media hora antes que el diablo sepa que has muerto. Según rezan los rótulos, éste es el título del filme. Con añadido o sin él, se trata sin duda de un magnífico título. Una jaculatoria dedicada a un muerto, por lo demás en el alambre de la redención. Sí, señor, un título excelente para una ópera negra. Promete grandes cosas. Y a fe mía que las ofrece. Dicen que sabe más el diablo por viejo que por diablo. Sidney Lumet (que filmó esta película con ochenta y tres años) es bien capaz de dejar al más pintado sin ánimo y sin apenas fuerzas tras insuflarle tantos quintales de desolación con un artefacto cinematográfico de semejante enjundia.

 

Family Business

A priori, lo que se narra en esta Before the Devil knows you’re dead puede resumirse de forma sencilla. Se trata de una fábula en clave negra que traslada la clásica historia de robos imperfectos a un contexto familiar: dos hermanos planean robar la joyería que regentan sus propios padres para solventar los problemas económicos que les acucian. ¿Sencillo? En realidad, no. Gina, la mujer de Andy Hanson, el mayor de los hermanos, es la amante de Hank Hanson, el menor. Por su parte, Hank es un cobarde, y requiere del apoyo de un tercero para la ejecución del plan, Dex, un tipo imprudente que no sólo da al traste con el espurio negocio, sino también con su propia vida (y la de alguien más). La cosa se complica. El hermano de la viuda de Dex chantajea a Hank. Gina decide abandonar a Andy, quizá para quedarse con Hank. Pero Hank no está en disposición de mantener a nadie, y sino que se lo pregunten a su ex-esposa y a su hija. Y el rizo aún se tiene que rizar para alcanzar el meollo de esta historia tan turbia, cuando afloren los conflictos traumáticos que atañen a la relación entre Charles Hanson y su hijo Andy, seguidos del descubrimiento por parte del primero que fue su hijo Andy quien... Dejo de leer aquí, les dejo que encaren solos el abismo.

 

Densidad

Lo primero que llama la atención de la película es su estructura, que plantea una deconstrucción narrativa, una explicación de los acontecimientos no cronológica, y de apariencia desordenada. Debe decirse al respecto que ello no empece el corte clásico ni el regusto eminentemente sobrio de la narración que Lumet articula en imágenes, y ello por razón de su utilidad, innegable, y por su falta de aspavientos (que la diferencia de obras como las filmadas por Guillermo Arriaga para González Iñárritu o para Tommy Lee Jones). Aquí de lo que se trata es de encarrilar la historia de personajes, de dejar aflorar cada conflicto en su contexto humano, enriquecer y contraponer los puntos de vista, cruzar las motivaciones para dar lugar a oposiciones, y, en fin, ir encauzando la densidad que acaba conformando el ambiente –tan malsano- que la película exuda por todos sus poros. Atribuímos el mérito al libreto de Kelly Masterson, pero también a la proverbial economía descriptiva de Lumet, a su portentosa dirección de actores (trascendiendo del mérito –innegable- de éstos) y, cómo no, a la fuerza de las imágenes, capaces de transmitir mucho con muy poco, o, midiéndolo en tiempo, muy deprisa.

 

Ecos de Jim Thompson

El guión elucubrado por Kelly Masterson es de los que se recuerdan por su absoluto desprecio a cualquier concesión. Está claro que puede considerarse como una historia alienígena en el contexto del adocenado thriller contemporáneo, que a lo sumo se escuda en formas más o menos imaginativas para sofisticar la vieja fórmula, y que raramente se atreve a (o sabe cómo) trascender lo anecdótico –se me ocurre una excepción más o menos reciente: la brillante The Prestige-. En Before the Devil knows you’re dead no hay aderezos ni sofisticaciones (ni puñetera falta que hace): la narración, a pesar de su estructura, plantea los conflictos frontalmente, no hay trampas ni cartón, uno siempre sabe a qué atenerse, aunque a menudo resulte muy doloroso hacerlo. Todo ello nos lleva a predicar que el retrato atormentado del sino de (todos) los personajes (sin excepción) destaca por su universalidad. Si uno quiere buscarle referentes a la sordidez y insalubridad de esta historia, quizá pueda encontrar ciertos ecos a las narraciones de Jim Thompson, uno de los maestros literarios de la novela negra americana, escritor sin ínfulas y con una inmensa capacidad para noquear al lector en el despiadado retrato de la debilidad humana (en el contexto familiar, me viene a la cabeza el recuerdo de una obra suya poco conocida, Now & on earth (1942), en España publicada con el título “aquñi y ahora”).

 

¿Redención?

 

No sé cuándo podremos hablar del cierre de la filmografía de Lumet (de hecho, espero que el director de The Hill siga regalándonos prodigios cinematográficos como éste por muchos años), pero en cualquier caso, el desenlace de la función que nos ocupa tiene algo de solemne, de legado, de solución final. Tras encerrar a la familia Hanson en un pozo sin fondo del alma (sin juzgar los actos de los peones de la trama, más bien compadeciéndose de su miserable condición –ello enfatizado merced de la incursión de un prólogo que viste la imagen de un deseo antes de precipitarse contra la ruina de la realidad-), Lumet filma la violencia desatada como reacción, a modo del cauce del desconcierto y la frustración (y el fracaso) –son inolvidables los pasajes en el piso con vistas a Manhattan del drug-dealer, tanto como la ulterior visita a la casa de la viuda de Dex-. Pero cuando creíamos que nuestro estómago tenía bastante, Lumet filma el definitivo clímax en la última y demoledora secuencia de la película, donde la violencia se cobra su precio con violencia, donde aflora el definitivo sentido de esta historia de incomprensión y desarraigo, vital y sentimental. El fundido en blanco solemniza la condición de verdugo y víctima de Charles Hanson, aunque quizá abrigue algo más. Quizá Lumet sugiera la posibilidad de redención para Andy, vencido por actos propios y ajenos, prisionero de su valentía, de su mediocridad. A su hermano Hank le queda la condena de vivir con su mala conciencia. A Andy, no. Ojalá que llegue al cielo media hora antes que el diablo sepa que ha muerto.

 

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