las amistades peligrosas
Dangerous Liaisons
Director: Stephen Frears.
Guión: Christopher Hampton, basado en la obra de Chaderlos de Laclos.
Intérpretes: John Malkovich, Michelle Pfeiffer, Glenn Close, Uma Thurman, Johnny Depp, Mildred Natwick.
Música: George Fenton.
Fotografía: Phillippe Rousselot
EEUU. 1988. 110 minutos.
Reciclaje
Qué duda cabe de que las versiones cinematográficas casi consecutivas que Stephen Frears y Milos Forman efectuaron del clásico de Chaderlos de Laclos (y me dejo el ulterior remake adolescente titulado Cruel Intentions) sirvieron para revitalizar y dar a conocer la obra a una pléyade de nuevas generaciones. Ahí radica, sin duda, una de las tareas de reciclaje cultural del Séptimo Arte, y entiendo que ostenta más utilidades que peligros.
Actores
Incuestionable en el caso que nos ocupa: todas las adaptaciones cinematográficas –amén de las mencionadas, hay otra, homónima, de 1960- revelan respeto y admiración por el talento literario que se adapta, y en todos los casos los resultados cinematográficos son satisfactorios. En el que aquí nos ocupa, Dangerous Liaisons es probablemente la versión más célebre, también probablemente por el prestigio del trío actoral protagonista, Glenn Close, John Malkovich y Michelle Pffeifer, de los que cabe decir que –con ciertos matices- alcanzaron el cénit de su filmografía con la película.
Fluidez
Tras la cámara se sitúa el incombustible y valiente Stephen Frears, que ya demostraba en 1988 lo que tenemos por seguro muchos años después: que es un director todoterreno, y un solvente artesano. Solvente porque el realizador mueve a la perfección las piezas que le entrega el libreto de Christopher Hampton, y sabe dotar de suficiente intensidad una trama que, en ocasiones, navega en su propio meollo argumental, y confunde la frialdad de dos de sus protagonistas con la frialdad narrativa, que es algo muy distinto, y que aquí no debiera confundirse (sea como fuere, lo curioso es que fuera el guionista Hampton quien se llevara los mayores laureles). Frears es ajeno a tales embrollos, y sabe zarandear la función al son de esos allegros de órgano, y pasar sutilmente de lo cómico a lo trágico –como certifican los últimos diez minutos del filme, sencillamente prodigiosos-.
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