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Drácula, príncipe de las tinieblas

Drácula, príncipe de las tinieblas

Dracula, Prince of Darkness

Director: Terence Fisher.

Guión:Jimmy Sangster, basado en una historia de Anthony Hinds.

Intérpretes: Christopher Lee, Barbara Shelley, Andrew Keir, Francis Matthews, Suzan Farmer, Charles “Bud” Tingwell.

Música: James Bernard.

Fotografía: Michael Reed.

GB. 1965. 102 minutos.

 


 

 

Terence Fisher y la Hammer

 

 

Segunda incursión de la Hammer, y de la mano de su más indispensable creador, Terence Fisher, en el universo del mito vampírico acuñado por Bram Stoker. Realizada en 1965, seis años después de la “inicial” Dracula, esta Dracula, Prince of Darkness es, como aquélla, uno de los puntales antológicos de la incombustible productora británica, merced de su elaborada y característica construcción estilística. Sin Fisher, qué duda cabe que la Hammer no sería más que los despojos de lo que en realidad ha sido, y la evolución histórica del género fantástico, algo muy distinto.

 

 

         Crescendo turbador

 

Resulta interesante constatar que Drácula, Christopher Lee, aparece en muy pocas ocasiones durante el metraje, y que, descontados los rebufos vampíricos característicos, no tiene ni una sola línea de diálogo. Todo ello no resulta óbice para que su presencia sea tan contundente (léase: sensual e turbador) como precisa el filo de la historia, ni que Fisher juegue a placer con los clichés del mito y con ellos dé rienda suelta a un universo inquietante, sinceramente perturbador. Desde aquella mansión cuya apariencia cartesiana (por cierto, magnífica dirección artística, máxime considerando el ajustado presupuesto) sublima los auténticos posos de horror que se irán revelando, desde aquella inconfundible fotografía de colores hinchados con fines más narrativos que estéticos, desde aquella partitura musical de la inquietud, ubicua, y que sólo se trastorna en destellos de furia en los momentos c/fulminantes, desde el juego sutil con los elementos feéricos, y la confrontación –a veces en un solo plano-secuencia- de lo divino y lo diabólico... Fisher deja claras sus intenciones en un prólogo que anuncia tempestades, y construye su particular viaje a los infiernos mediante un crescendo de sacudidas visuales que revelan su prodigiosa capacidad para reinventarse el género.

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