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la terminal

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The Terminal

Director: Steven Spielberg.

Guión: Sacha Gervasi y Jeff Nathanson, basado en una historia del primero y Andrew Niccol.

Intérpretes: Tom Hanks, Catherine Zeta-Jones, Stanley Tucci, Chi McBride, Diego Luna, Barry Shabaka Henley, Zoe Saldaña.

Música: John Williams.

Fotografía: Janusz Kaminski.

EEUU. 2004. 109 minutos.

 


 

 

 

         ¿Una comedia?

 

No parece nada extraño que la crítica despachara esta película de Spielberg con las coletillas habituales: impecable acabado visual, sí, pero al servicio de una simplificación discursiva (que se califica ora de vacua, ora de saturada de melaza). Quizás los críticos sigan empecinados en calificar de vacuos los discursos del firmante de, entre otras, Schindler’s List y A.I. (y en cambio le aplauden películas tan mediocres como la cuarta entrega de Indiana Jones: parece que le estén diciendo “Spielberg, eso es lo tuyo, no te muevas del entertainment”). Quizás los críticos pretendían de Spielberg una visión claustrofóbica, ensombrecida,esquinada, trágica en fin, del periplo vivido por Viktor Navorski, condenado por la burocracia a morar durante largo tiempo en los vestíbulos del aeropuerto JFK de Nueva York. O simplemente no le respetaron su decisión de rubricar una comedia. O les corroe la envidia. Ambas tres, que diría aquél: Spielberg, sin haber rubricado una obra maestra, entrega dos horas de tensión y emoción, emoción que logra extraer, ahí es nada, de la lectura en clave comedil de una situación ciertamente penosa, la vivida por el turista del imaginario pais de  Krakhozia que se ve retenido entre extraños. Ya lo dijo Oscar Wilde: "Si quieres decirle la verdad a la gente, hazles reír, de otra manera te matarán".

 

 

         Ojo clínico

 

Ni que decir tiene –y eso ya nadie lo pone en duda- que la puesta en escena del director de Empire of the Sun se caracteriza por el milimétrico control de las técnicas visuales de la narración, y en este caso que el ritmo, brioso en todo caso, se sustenta en el equilibrado contrapeso entre lo cómico y lo aciago. El realizador dispuso de medios necesarios para recrear una terminal a un tamaño levemente inferior a su original (una de las tantas que tiene aeropuerto neoyorquino de referencia), y ello está aprovechado a la perfección, por un lado, merced del esmero en la producción –decorados, extras, sonido…-, y por otro, lo que más interesa desde el punto de vista cinematográfico, porque Spielberg es un excelente hacedor de imágenes, y moviéndose en ese microcosmos se permite dar rienda suelta a incesantes soluciones visuales que sólo pueden calificarse de excepcionales: planificación de escenas, montajes paralelos que sirven a modo de oposición (lo que le sucede a Viktor en la terminal por un lado, la vigilancia que sobre él ejerce el personaje –tan bien- interpretado por Stanley Tucci), juegos con la profundidad de campo (en el constante trasiego de plantas, desnortado, de Viktor), movimientos de cámara (el plano en el que el policía interpretado por Barry Shabaka Henley acompaña a Viktor a la terminal, le entrega cupones de comida y una tarjeta telefónica y le deja solo: en sus devaneos, progresivamente circulares en torno a los dos personajes careados, la cámara capta a la perfección lo dramático, caótico de la situación que le espera al recién llegado)…

 

 

Seguridad/Humanidad

 

En el fondo del discurso de la película escuchamos ecos del optimismo crítico de Capra, al que muchos califican (ellos sabrán por qué) de trasnochado, para encauzar una parábola –eso es lo que es, en definitiva, la película- sobre el triunfo de la bondad y la solidaridad sobre los despiadados mecanismos del sistema, cuya generalidad y abstracción no se aplican sino que a menudo recaen como el peso de condenas sobre lo que no es general ni abstracto: las personas. Al fastidioso crítico convencional se le pasó por alto, en ese sentido, que todos aquellos que ayudan a Victor Navorsky a vencer a su enemigo invisible son inmigrantes, hispanos, hindús o negros, mientras que el enemigo invisible aparece personificado por el típico burócrata trepa, blanco caucásico para más señas. Cuando se estrenó la ulterior película de Spielberg, War of the Worlds, muchos críticos leyeron las intenciones del filme desde la clave del 11-S, a título alegórico; esa perspectiva fue ratificada con la siguiente obra de Spielberg, Munich, que habla de terrorismo y está protagonizada por terroristas. De lo que quizá se ha hecho menor mención es que esta The Terminal también merece encuadrarse en lo que se ha venido en llamar “el cine post-11-S”: pocas películas transcurren en aeropuertos, y de ellas aún muchas menos no nos hablan de catástrofes (Aeropuerto, sucedáneos y sátiras); precisamente tres años después del atentado que destruyó las Torres Gemelas, y en un momento en el que la amenaza terrorista ha avalado las políticas que priorizan lo securitario (lo que se ha notado mucho en los controles de los aeropuertos, y por tanto afecta a millones de usuarios), el realizador saliente de Catch me if you can se saca de la manga una fábula amable que transcurre íntegramente en el interior de un aeropuerto, y en la que un pobre hombre que sólo quiere catar el sueño americano (el detalle argumental del tarro de cacahuetes y lo que contiene en su interior, el motivo del viaje de Navorski a Nueva York) lucha contra una cuadrícula que esgrime la salvaguarda de la Seguridad Nacional: Navorski aplica su pericia en cuestiones de ebanistería y fontanería para mejorar las instalaciones del aeropuerto, se convierte en alcahueta de dos funcionarios, e incluso es convertido en héroe al utilizar un ardid legal que ha aprendido en sus interminables tiempos muertos para ayudar a un pobre desgraciado a cruzar la frontera con unos medicamentos que no habían sido debidamente declarados. Su proverbial humanidad (y las motivaciones que le llevan a los EEUU) representan el reverso perfecto de la actitud e intenciones de un terrorista. Spielberg no hace otra cosa que recordarnos aquel dicho que reza que “por cada cinco personas, cuatro son buenas”. Quizá sus intenciones trascienden de lo anecdótico en un contexto histórico o político como el de 2004 en el país de las barras y estrellas. No sólo las amenazas deben ser el motor de nuestros actos, por otro lado, como reza el tagline del filme, “la vida espera”.

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