spartan
Spartan
Director: David Mamet.
Guión: David Mamet.
Intérpretes: Val Kilmer, Tia Texada, Derek Luke, Bob Jennings, Chris LaCentra, William H. Macy, Kristen Bell.
Música: Mark Isham.
Fotografía: Juan Ruiz Anchía.
EEUU. 2004. 104 minutos.
Que David Mamet no hace concesiones de ningún tipo parece algo incontestable a estas alturas. Cuando el director de The Spanish Prisoner se adentra en los terrenos del thriller sabe construir universos, a menudo inquietantes, caracterizados por unos personajes supeditados a la trama, y una trama milimetrada encauzando a menudo una senda de manipulaciones en cadena bien capaces de sorprender al espectador más pintado.
Thriller comme il faut
En esta The Spartan, la fórmula Mamet no falta a su cita, y el escritor, director y dramaturgo vuelve a jugar a las matemáticas, vuelve a dosificar las informaciones, vuelve a elucubrar los justos y certeros diálogos que necesita la historia, y no tarda más de cinco minutos en despertar la inquietud del espectador y arrastrarle a su terreno. En The Spartan hay más: a la media hora de metraje, me comentaba un amigo mío, y con razón, que “esta es la película más estilizada de Mamet”: la planificación de la puesta en escena, los cortos e intensos travellings, el uso de la música, la fotografía sombría, de ecos diríase que lóbregos... A diferencia de otras películas, Mamet demuestra que sus hábiles argucias argumentales no están reñidas con el savoir faire tras la cámara. De hecho, uno tiene la sensación de que asiste a un manual sobre el género.
Política-ficción
Y entonces, progresivamente, el contubernio argumental trasciende del juego mametiano, y encauza nuevas sendas, las de la política-ficción, sendas más peligrosas, más difícilmente emparentables con el que parecía ser el único caballo de batalla del realizador, la codificación genérica pura y dura. En esa subversión narrativa radican, por un lado, los momentos de mayor flaqueza argumental del filme –la asistenta de la familia del presidente implorando a Jack, sobretodo-, lógica consecuencia de la ruptura con los esquemas convencionales, y por otro lado, lo más apasionante de Spartan: el guionista de Glengarry Glenn Ross aporta su visión a los entresijos del poder, y es devastadora. Tanto como el epílogo de la película, que utiliza el cinismo como arma arrojadiza, y no elude una sentencia final en boca del protagonista, al que identificamos como alter ego de Mamet, cuyo desencanto ante el poder y sus mecanismos trasciende de la mera crítica, y, a pesar del laconismo, supura una lírica casi enfermiza. Así de lejos llega esta brillante película.
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