Alejandro Magno
Alexander
Director: Oliver Stone.
Guión: Oliver Stone, Christopher Kyle, Laeta Kalogridis.
Intérpretes: Colin Farrell, Angelina Jolie, Val Kilmer, Jared Leto, Rosario Dawson, Anthony Hopkins, Christopher Plummer.
Música: Vangelis.
Fotografía: Rodrigo Prieto.
EEUU. 2004. 142 minutos.
La carrera de Oliver Stone se ha caracterizado, entre otras cosas, por el abrazo largamente ansiado de megaproyectos que no siempre vieron la luz. Éste sí lo hizo, y con la polémica (otro elemento característico) que tan bien le viene sentando al director de Natural Born Killers desde que se estrenara precisamente la citada película. De polémicas y prejuicios, que -como he dicho- los hay muchos y siempre en lo que concierne al realizador galardonado con dos Oscar, no trataré aquí, por escaparse de mis atribuciones (y de mi interés, claro). De Alexander, la película, se pueden decir muchas cosas: en primer lugar que deja patente en imágenes el empeño por llevar a buen término una producción que tuvo dificultades de todo tipo: se nota por ejemplo en las mesiánicas escenas de batalla que conciernen a la expansión de las tropas de Alejandro Magno: Stone tiene que recurrir a la imaginación para sacarlas adelante, y para hacerlo recurre a los planos subjetivos, al steadycam, a la frenesí del montaje (bien entendido, nada que ver con los excesos de antaño, sino más bien con la búsqueda de fisicidad), o a la nebulosa en las grandes panorámicas descriptivas que se sirven mediante picados o semi-picados.
Valores positivos
Esta biografía libre del conquistador más célebre de todos los tiempos es una película que contiene muchas secuencias de guerra -a mi entender, magníficamente resueltas-, pero no es una película de guerra, más bien una panavisión en extremo subjetiva –en ocasiones rozando los tintes freudianos de aquella Nixon (v.gr. la estructura en continuo flash-back y narrada por un tercero, siguiendo la estela de un referente tan indiscutible en la propia planificación de las secuencias inicial y final como es Citizen Kane) pero conteniéndolos, probablemente por mor de las inmensas opciones del relato- de los condicionantes de la aparición de aquella célebre figura en los anales de la historia, y del entorno y motivaciones del personaje en su periplo vital. En ese sentido, Stone detiene continuamente su narración en los instantes de cambio político (o avance militar), pero en todo caso para hacernos partícipes de los conflictos de todo orden que se le van presentando al protagonista, también en lo referido a lo familiar o sentimental. Esa empatía –que casa con la subjetividad de la que hacíamos mención- revela la pasión del director por el personaje histórico que retrata, y al que dota de valores positivos en todo momento, sin caer por ello –Stone lo sabe, y lo evita- en el biopic hagiográfico fácil.
El guerrero y la sacerdotisa
En relación a la construcción del personaje, la mayor licencia (y mayor exceso) que se permite Stone en su película tiene que ver con la descripción de los padres de Alejandro, los cuales, bien encarnados por Kilmer y Jolie, vienen a rendir cuenta de dos extremos opuestos, casi antagónicos, uno eregido como un guerrero pragmático, violento, y sabio en sus lides; la otra, como una especie de sacerdotisa, alguien con dotes cuasimágicas, con una espiritualidad a flor de piel –enriquecida por ciertos tintes de personalidad que remiten a los personajes del a mitología clásica, a la que la mujer rinde pleitesía-; sólo de esos dos polos, pretende explicarnos Stone, podía surgir una persona con las cualidades, la sensibilidad y la suerte de Alejandro. Y en el desenlace de la obra, recogiendo ecos shakespearianos, el emperador sólo dejará de serlo mediante la violencia que sobre él ejerzan los ministros de su corte, unos y otros, menos culpables o inocentes que inconscientes del sentido (¿acaso de la grandeza?) de los actos de su jefe supremo.
Hazaña visual
Alexander es una película de extenso metraje, y su propia ambición lastra su ritmo en algunos compases. Sin embargo, también vivimos momentos de máxima intensidad, muchos diálogos magníficamente trazados y otros de soberana épica. El balance es, en mi humilde opinión, del todo favorable a esta magna hazaña visual orquestrada por Oliver Stone, cuya visión y tono encuentra magníficos aliados en la fotografía de Rodrigo Prieto y en la partitura musical de un Vangelis de lo más pletórico.
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