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atrapa un ladrón

atrapa un ladrón

To catch a thief

Director: Alfred Hitchcock.

Guión: John Michael Hayes, basado en la novela de David Dodge.

Intérpretes: Cary Grant, Grace Kelly, John Williams, Jessie Royce Landis, Charles Vanel, Brigitte Aunders.

Música: Lyn Murray.

Fotografía: Robert  Burks.

EEUU. 1954. 106 minutos.

 


 

 

 

Diversión hitchcockiana

 

Al degustar una película como To catch a thief, a uno le da la sensación –una sensación que refuerzan los críticos y exegetas- de que Hitchcock se divirtió realizando esta película y que, la mitad de su rodaje on location, en la Costa Azul, algo tuvo de vacaciones para el director saliente de una obra tan densa y compleja como Rear Window. Así, de entrada, una primera aseveración: se puede estar de vacaciones y realizar una gran película. Y una segunda: los primeros planos del filme dan la medida del sentido de la diversión hitchcockiano: plano fijo al escaparate de una agencia de viajes, con una música sugerente de fondo, y plano de detalle de un folleto propagandístico de Côte d’Azur; de ahí corte a, nada menos que, primer plano de una mujer que chilla desesperada (porque le han robado las joyas). Gajes del oficio ocioso, según Hitchcock.

 

 

Círculo virtuoso

 

Lo mencionado viene al caso a la hora de especificar las razones por las que considero que To catch a thief se erige como un divertimmento para el realizador de Psycho. Primero las óptimas condiciones de producción y realización: en el que probablemente fue el periodo más plácido de su vida (consagrado ante el público y recién encumbrado por la sesuda crítica cahieurítica como un auteur), Hitchcock pudo contar en el apartado técnico con colaboradores a los que conocía muy bien (guionista, director de fotografía, montador) y con los que se compenetró a la perfección, y otro tanto puede predicarse de los actores: era la tercera vez que trabajaba con Grace Kelly, una mujer a la que Hitch adoraba y con quien sintonizaba de maravilla, y por otra parte pudo repescar para su filmografía a Cary Grant (quien al parecer quería retirarse pero fue convencido por el director para “irse con él a la Costa Azul”). Sacó maravillosas interpretaciones de ambos, y de secundarios con los que repetía (John Williams) o con los que después repitió (Jessie Royce Landis, quien en North by northwest haría las veces de madre del propio Cary Grant).

 

 

Impostaciones varias

 

Segundo, y ya entrando en la textura fílmica, es cabal el tono de confabulación fría y juguetona que planea sobre las imágenes de principio a fin, el tono impostado, como de retrato de una falsa realidad, con el que la cámara se acerca a los personajes y a los idílicos escenarios, al peligro y a la seducción, al desarrollo y a la resolución de los conflictos. No son pocos los gadgets visuales o situacionales que sirven para hacer avanzar la historia –la huida con la joven Danielle en su embarcación, el truco de meter una ficha en el escote de una jugadora de ruleta (sic) para llamar la atención de la Sra. Stevens, la persecución por las carreteras de Cannes que terminará por culpa de una gallina-. No es asunto baladí la sorna con la que el filme retrata a los ricos y a la policía de los ricos (los primeros a menudo parece que merezcan ser robados, los segundos, ser burlados). La impostación deviene definitiva –por literal- en la secuencia climática, el baile de disfraces, en el que un ardid de guión equipara el engaño al ladrón con el engaño al espectador (todos pensamos que el acompañante de Frances es Grant, cuando en cambio es el sufrido cómplice, el corredor de seguros).

 

 

John y Frances

 

Abunda en todo lo anterior el tratamiento y análisis de los personajes, que, como sucede en el grueso de filmes de Hitchcock, resulta apasionante. Fíjemonos en el personaje de John Robie (o “Gato”, que encarna Grant), típico falso culpable hitchcockiano que en esta ocasión, sin embargo, ya es consciente de su condición desde la primera secuencia (y la somera explicación de sus antecedentes como ladrón): vemos que John/Grant, a pesar de hallarse al límite, juega con fuego continuamente, y amén de lo hilarante que tienen sus estratagemas de ocultación – ese disfraz de pescador, o la desternillante secuencia en el mercado de flores, en la que escapa de la policía mientras conversa con Hughson-, da la sensación de que se pasea impunemente por doquier, e incluso se atreve a convertirse en detective, lo que le compromete aún más, pues ello le lleva literalmente a meterse en la boca del lobo; Hitch retrata a Grant de un modo que anticipa un tanto a como lo hará en la posterior North by northwest: aunque sabemos que sufre, no le vemos sufrir, sólo huir hacia adelante bajo las apariencias de su ironía y las formas de su inteligencia puesta a prueba. Otro ejemplo en el personaje de Frances (Grace Kelly) y, con ella, la representación de la opulencia: Frances es una niña bien que primero nos es presentada como una mosquita muerta, modosa joven que aguanta las constantes salidas de tono de su parlanchina madre; pero esa coda se rompe con la brillante secuencia del beso que, de súbito, le dedica a John (el beso, y la mirada, que despierta del tedio y la seriedad, y transita hacia la sensualidad más pícara); después veremos que esa fuerte atracción que siente por John se debe principalmente a su convencimiento de que se la está jugando con un experto ladrón (léase, se trata de una niña pija muy pagada de sí misma, y lo que le excita son las emociones fuertes: los espectaculares diálogos –y sus dobles sentidos- en la secuencia de la excursión y picnic lo dejan a las claras); todo ello cristaliza en la maravillosa escena del encuentro nocturno en el hotel (con el famoso plano en el que el operador Burks deja en opacidad el rostro de ella y nos muestra en cambio su delicado y elegante vestido de gasa blanca y el reluciente collar): otra vez, dobles sentidos en la conversación, y la carga sexual cada vez más patente, culminada con un beso fervoroso que se encadena por montaje a la eclosión de fuegos artificiales... Parece que la niña bien encuentra una redención en la escena de la salida del cementerio, cuando le pide perdón a John y se presta a ayudarle... sin embargo, el filme finaliza con un epílogo en el que, a poco de afilar los sentidos, nos damos cuenta de que Frances no va a redimirse y siempre será esa mujer consciente de su belleza imposible que se toma la vida como un juego: estando con John en su finca, le convence para que se quede con ella, y apenas besarle, le dice que “esta casa es encantadora: a mamá le va a gustar muchísimo”: Grant la mira contrariado: el ladrón ha sido cazado. El filme termina.

 

 

Alta comedia

 

Esa relación entre los protagonistas es la que en definitiva impone el tono al que nos hemos referido. Y podemos hablar de pirueta hitchcockiana por cuanto, poniendo en juego sus recursos visuales, su precisa descripción psicológica y algunas constantes temáticas, rubrica no obstante un rara avis en su filmografía, un claro exponente de la denominada alta comedia, un filme de portentoso ritmo, de constantes juegos sentimentales, de mordaces y certeros diálogos, y, en fin, de una confrontación sexual en clave hilarante que no puede dejar a nadie indiferente. Después dirán por ahí que Hitchcock era el mago del suspense y que no sabía hacer comedias. Qué risa.

 

 

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