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Mad Max 2: el guerrero de la carretera

Mad Max 2: el guerrero de la carretera

The Road Warrior

Director: George Miller.

Guión:Terry Hayes, Brian Hannant y George Miller.

Intérpretes: Mel Gibson, Bruce Spence, Max Philips, Michael Preston, Vernon Wells, Emil Minty, Virginia Hey.

Música: Brian May.

Fotografía: Dean Semler.

Australia. 1981. 100 minutos.

 


 

 

 

Western apocalíptico

 

La de Max Rocketansky es una de esas pocas sagas que se caracterizan, entre otras cosas, por tener una segunda parte que nada tiene que envidiar a la primera, y aún más, que aporta nuevos elementos a la serie. Igualmente dirigida por George Miller, ya desde el título (no hay ningún dos en el título original del filme: The Road Warrior), este segundo periplo del personaje que dio fama internacional a Mel Gibson marca sus distancias con respecto de su célebre predecesora. Aquí ya no se trata de la mera presentación de una era post-nuclear y la narración, dramática, del proceso de envilecimiento de un personaje por causas sentimentales y su ulterior venganza. No se repiten patrones. Aquí se trata de una era aún más apocalíptica, algo así como un lejano oeste postmoderno, donde el personaje es un sosías lacónico del John Wayne de The Searchers,  un lonesome cowboy, y los acontecimientos siguen los estrictos parámetros de aquel género por excelencia del cine americano, el western. Hay un fuerte asediado, hordas de indios salvajes, armados con ballestas, y cuyos extravagantes ropajes se coronan incluso con la cresta de los mohawks. Y la película se culmina con la persecución de una caravana, sustituyendo los caballos reales por los motorizados.

 

 

Exponente de género

 

Si la premisa ya es atractiva, el tratamiento visual de Miller no le va a la zaga. Heredando las formas de, por ejemplo, todo un Howard Hawks, y traspalándolas a los métodos narrativos y de producción de su tiempo, el realizador se arranca una incesante, intensa, inspirada y magníficamente narrada aventura apocalíptica. Miller mima cada encuadre, y no escatima medios para recrear su particular hazaña en el futuro oeste: panorámicas, picados descriptivos, gusto por el detalle, un sobrio y efectivo montaje de las secuencias de persecución, un inspirado tratamiento de la violencia... Y el incesante punteo musical del malogrado Brian May, alternando la fanfarria, el ritmo, la melodía con reminiscencias líricas.... Todo ello que, dejando de lado los momentos de diálogo, sólo se detiene en un instante en el que Max, en la oscuridad, intenta no hacer ruido...

 

 

Antes de las secuelas

 

En definitiva es esta The Road Warrior una película bien escrita y bien dirigida, pero también algo más: un filme que explota un personaje y una historia bien identificados por el público, pero, lejos de reducirlo a mecanismos de repetición (ecuación canónica de las secuelas que proliferaron a partir de los años ochenta), se aprovecha de esa ventaja (la que supone la previa identificación y empatía del público) para explorar nuevos territorios cinematográficos. Visto lo visto (y recordando que el tercer Mad Max no se parecía en nada a sus dos predecesoras –si bien los resultados cinematográficos fueran muy inferiores-), eso supone un valor añadido a la hora de analizar esta muy estimable película.

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