Uno Rojo: división de choque
The Big Red One.
Director: Samuel Fuller.
Guión: Samuel Fuller
Intérpretes: Lee Marvin, Mark Hammill, Robert Carradine, Bobby DiCicco, Kelly Ward.
Música: Dana Kaproff.
Fotografía: Adam Greenberg.
EEUU. 1980. 158 minutos.
Cuestión de supervivencia
Entre 1941 y 1945 Samuel Fuller perteneció a la compañía que da nombre a esta película, la Big Red One, la división norteamericana número 1 que combatió en el Norte de África y en Europa. En 1980, con Uno rojo división de choque (The Big Red One), Fuller retorna al cine tras pasar una década sin dirigir. Y uno de los comentarios que suelen sazonar el análisis de este filme es la alabanza de su realismo. Estoy en completo desacuerdo en que esta película sea “realista”, al menos en el término que comúnmente denomina ese epíteto. Fuller rehuye en lo posible un tono dramático e incluso dota a sus personajes de caracteres y actitudes ciertamente hilarantes (piénsese en el tono de la secuencia en la que dos soldados apuestan por cambiar su número de enlace, en la descripción del escritor-fumador de puros, o incluso en la secuencia en la que una mina le vuela un testículo literalmente a un soldado y el Sargento –Marvin- le despide diciendo: “no sufras, por eso tienes dos”). No, en el filme dirigido por Fuller no hay un afán de realismo textual y ello porque, como el propio Fuller manifestó en alguna ocasión, si pretendes dotar de veracidad a las imágenes de guerra, el noventa por ciento de la pantalla debe hallarse permanentemente enturbiada por humo, con lo cual resulta imposible hilvanar una narración más o menos elemental. Lo que Fuller hace es imprimir sus recuerdos en los campos de batalla mediante una historia perfectamente entroncable en el género bélico clásico y bajo cuyos poros pueda latir con fuerza el discurso –y la personalidad- del autor que sabe de qué habla. ¿Y de qué habla Fuller? De la supervivencia como única coda de la guerra para sus sacrificados actores. Esto es, Fuller utiliza el formato clásico de la narración bélica, pero subvierte –a veces con mayor énfasis, otros con sutileza- la enseña del heroismo por el deliberado desdén de sus soldados, que no son más que tipos con suerte, supervivientes de cepa (tal como hiperbólicamente deja claro el filme: siempre son cuatro, porque todos a los que se reenganchan van cayendo bajo el fuego).
Humanidad
Así, todo el realismo de Fuller se halla en el discurso. Realismo hasta el extremo, del (trágico) primer al (emocionante) último minuto de metraje, cuya circularidad no tiene nada de caprichosa. La impronta del realizador, sucia, directa y sin concesiones (ésa que lleva a ciertos amantes del cine pseudo-moderno a despreciar esa visión de Fuller, bajo el rasero de sus mentes contaminadas por todo tipo de adornos high tech y excesos visuales de artificio sinónimo de vacuidad), se deja ver, respirar, palpar en el seguimiento de la compañía capitaneada por Lee Marvin, vagando, como sin rumbo, por las zonas del conflicto (Norte de África, Sicilia, la Normandia, Bélgica, Checoslovaquia y Alemania) a las que son destinados por unos superiores que no existen en imágenes (ni siquiera en referencia). Luchando y sobreviviendo. Luchando para sobrevivir. Enfrentándose –sin particular dramatismo pero sin remisión, como las imágenes- a todo tipo de fantasmas (los muertos, la sangre), a humanidades imposibles (el parto en el tanque, el triste capítulo del niño exangüe –cuya lírica hermana a Fuller con el Peckinpah de otra magnífica y personalísima obra bélica, The Iron Cross-), a la locura (la secuencia en el manicomio belga –con el enfermo mental empuñando y disparando un arma de fuego y decidiendo así que finalmente está “sano”- es antológica), a la desesperación (el horno crematorio en Checoslovaquia y la reacción, finalmente rabiosa y desesperanzada –aunque no por ello menos lacónica- del soldado que encarna Hammill).
Pieza maestra
The Big Red One es una obra atípica, como atípico era el poeta maldito que la escribió y dirigió. Atípica, inmarchitable e imprescindible desde el punto de vista cinematográfico, y de calado antimilitarista parangonable con filmes del corte de Senderos de Gloria, Sin novedad en el frente o El Cazador.
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